Actitud positiva hacia los demás

La actitud positiva hacia los demás está tan extendida como la actitud negativa. En este caso se observa un cierto equilibrio: hay odio y hay amor. La actitud buena inmutable no produce la aparición del potencial excesivo. El potencial surge como resultado de un notable desplazamiento de la evaluación en relación con su valor nominal. El amor absoluto se puede considerar como el cero en la escala de desplazamiento. Como es sabido, el amor absoluto no crea relaciones de dependencia ni tampoco potencial excesivo. Pero muy rara vez se encuentra un amor puro. Básicamente se le añade una mezcla de derecho de posesión, dependencia y sobrevaloración. Es difícil negar el derecho de posesión: poseer el objeto de amor, es completamente natural y, en general, es algo normal, mientras no se pase a uno de los dos extremos.

1 (15)El primer extremo: el deseo de poseer un objeto de amor que no te pertenece en absoluto e incluso no sospecha siquiera la existencia de tal deseo. (Confío en qué comprendas que no me refiero sólo al acto físico de la posesión.) Es un caso clásico de amor no correspondido, que siempre ocasiona muchos sufrimientos. Sin embargo, este mecanismo no es tan fácil como puede parecer. Recordemos el ejemplo de las flores. Te gusta pasear entre ellas, contemplarlas, pero probablemente nunca te has detenido a pensar si ellas te quieren. Ahora intenta imaginar qué piensan las flores de ti. Surgirán hipótesis malas de todo tipo: miedo, recelo, aversión, indiferencia. ¿Y por qué crees que ellas deberían quererte? U otro caso: ardes en deseo de cogerlas, pero es imposible, ya porque crecen en un parterre, ya porque son muy caras. Ya está: eso no es ya un amor, sino una relación de dependencia y las emociones negativas ya se cuelan en tu mente.

Pues bien, en un lugar está el objeto de tu amor, en el otro estás tú y quieres poseerlo, es decir, creas el potencial energético. Puedes suponer que ese potencial debe atraerte el objeto deseado del mismo modo que las masas aéreas se dirigen desde la zona de alta presión a la de baja presión. ¡Ni por asomo! A las fuerzas equilibrantes les da igual cómo se restablezca el equilibrio; por ende, pueden elegir otro camino: alejar más aún el objeto de tu amor y neutralizarte a ti; en otras palabras, romperte el corazón. Y para colmo, ante el más mínimo fracaso tenderás a dramatizar la situación («él/ella no me ama»); como consecuencia, tales pensamientos te arrastrarán a la línea de la vida desde las cuales hay mucha distancia hasta el amor mutuo.

Cuanto más fuerte sea el deseo de posesión o de amor recíproco, más fuerte será la actitud de las fuerzas equilibrantes. Por supuesto, si éstas eligen el rumbo que te acerque a tu ser amado, la historia tendrá un final feliz. El rumbo que tomarán las fuerzas equilibrantes es muy fácil de determinar al principio del amor: si el propósito de conseguir reciprocidad no te deja en paz y desde el principio algo no te sale bien, tienes que cambiar radicalmente la táctica, es decir, amar sin pedir recompensa; entonces puedes inclinar a tu favor las indecisas oscilaciones de las fuerzas equilibrantes y hacer que trabajen para ti. En caso contrario, la situación, como un alud, escapará a tu control y será casi imposible cambiar algo.

La conclusión es única: para lograr reciprocidad en el amor, simplemente tienes que amar, sin buscar que te amen. En este caso, en primer lugar, no surge el potencial excesivo, por lo que no aparecerá aquel 50 por 100 de probabilidades de que las fuerzas equilibrantes actúen en tu contra. En segundo lugar, al no pretender la reciprocidad, no surgen dramáticos pensamientos incontrolados sobre un amor no compartido y tu emisión no te arrastrará a las líneas de la vida correspondientes. Al contrario, si amas simplemente, sin derecho de poseer, los parámetros de tu emisión se corresponden con aquellas líneas de la vida donde existe la mutualidad, pues en un amor mutuo no existe relación de dependencia. Si ya estás en una relación en la que existe la dependencia, no tienes que preocuparte por el derecho de posesión. Pero imagina ¡cuánto aumentan tus probabilidades de establecer y profundizar tu amor mutuo sólo por renunciar al derecho de posesión! Además, el amor correspondido es algo muy raro, y eso basta para despertar la simpatía y un vivo interés. ¿Acaso no sería agradable que alguien simplemente te amara sin pretender nada?

El segundo extremo del derecho de posesión son, por supuesto, los celos. Aquí las fuerzas equilibrantes también tienen dos modos de actuar. Si el objeto de tu amor ya te pertenece, la variante primera: los celos os aproximan más todavía. En realidad, a algunos les gustan en cierto grado los celos de su otra mitad. La otra variante de actitud de las fuerzas equilibrantes se reduce a destruir lo que provocó los celos, es decir, el amor mismo. Con todo eso, cuantos más fuertes son los celos, más profunda es la tumba para el amor. Es lo mismo que pasar de gozar con el aroma de las flores vivas a producir perfumes con ellas.

Todo lo arriba expuesto se refiere por igual a hombres y a mujeres. Así están las cosas, tan simples y al mismo tiempo tan complicadas. Complicadas, porque una persona enamorada pierde la capacidad de razonar con sensatez y lo más probable es que estas recomendaciones caigan en saco roto. No obstante, yo a su vez no me amargaré en cuanto a eso, puesto que renuncio al derecho de posesión de tu agradecimiento.

Vadim Zeland: El espacio de las variantes, cap. IV