De las tinieblas a la luz

Cuando te sientas abrumado, recuerda que te has hecho daño a ti mismo. Tu Consolador te proveerá descanso, pues tú no pue­des proveértelo a ti mismo. No sabes cómo hacerlo porque si supieras nunca habrías podido sentirte abrumado. Si no te hicie­ras daño a ti mismo no podrías sufrir en absoluto, pues ésa no es la Voluntad de Dios para Su Hijo. El dolor es algo ajeno a Él, ya que Él no sabe de ataques, y Su paz te rodea silenciosamente. Dios permanece en perfecta quietud, ya que en Él no hay con­flicto alguno. El conflicto es la raíz de todos los males, pues al ser ciego no ve a quien ataca. Siempre ataca, no obstante, al Hijo de Dios, y el Hijo de Dios eres tú.

El Hijo de Dios necesita ciertamente consuelo, pues no sabe lo que hace, al creer que su voluntad no es la suya. El Reino es suyo, y sin embargo, vaga sin hogar. Aunque su hogar está en Dios se siente solo y, rodeado de hermanos, se siente sin amigos. ¿Cómo iba a permitir Dios que esto fuese real, cuando Él no dispuso estar solo? Y si tu voluntad es la Suya, estar solo no puede ser verdad con respecto a ti porque no lo es con respecto a Él.

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¡Ay, criatura de Dios, si supieses lo que Dios dispone para ti, tu gozo sería absoluto!Y lo que ÉI dispone ha ocurrido, pues siem­pre fue verdad. Cuando venga la luz y hayas dicho: «La Volun­tad de Dios es, la mía», verás una belleza tal que sabrás que no procede de ti. Como resultado de tu gozo crearás belleza en Su Nombre, pues tu gozo es tan incontenible como el Suyo. El mundo desolado e insignificante se desvanecerá en la nada, y tu corazón estará tan rebosante de alegría que de un salto se elevará hasta el Cielo, ante la Presencia de Dios. No puedo, describirte cómo será esto, pues tu corazón no está todavía listo. Puedo decirte, no obstante, y recordártelo a menudo, que lo que Dios dispone para Sí Mismo lo dispone para ti y lo que Él dispone para ti es tuyo.

El camino no es arduo, pero es muy diferente. El tuyo es el camino del dolor, de lo cual Dios no sabe nada. Ése es el camino que en verdad es arduo y muy solitario. El miedo y la aflicción son tus invitados y moran en ti, acompañándote dondequiera que vas. Pero la jornada tenebrosa no es el camino que el Hijo de Dios desea recorrer. Camina en la luz y no veas a los siniestros compañeros, pues no son compañeros dignos del Hijo de Dios, que fue creado de la luz y en la luz. La Gran Luz siempre te rodea e irradia desde ti. ¿Cómo podrías ver a los compañeros siniestros en una luz como ésa? Si los ves es únicamente porque estás negando la luz. Niégalos a ellos en vez de a la luz, pues la luz está aquí y el camino ha sido despejado.

Dios no le oculta nada a Su Hijo, aun cuando Su Hijo quiere ocultarse a sí mismo. El Hijo de Dios, no obstante, no puede ocultar su gloria, pues Dios dispuso que fuese glorioso y le dio la luz que refulge en él. Nunca perderás el rumbo, pues Dios te guía. Cuando vagas sin rumbo no haces sino emprender una jornada que no es real. Los compañeros siniestros y el camino tenebroso, no son más que ilusiones. Vuélvete hacia la luz, pues la pequeña chispa que se encuentra en ti es parte de una Luz tan espléndida que te puede liberar para siempre de las tinieblas. Pues tu Padre es tu Creador y tú eres como Él.

Las criaturas de la luz no pueden morar en la oscuridad, pues no hay oscuridad en ellas. No te dejes engañar por los consoladores siniestros, ni permitas que entren en la mente del Hijo de Dios, pues no tienen cabida en Su templo. Cuando te sientas tentado de negar a Dios recuerda que no hay otros dioses que puedas anteponer a Él, y acepta lo que Su Voluntad dispone para ti en paz, pues no la puedes aceptar de ninguna otra manera.

Sólo el Consolador de Dios puede darte consuelo. En la quietud de Su templo, Él espera para darte la paz que es tuya. Da de Su paz, para que puedas entrar en el templo y encontrarla allí esperándote. Mas sé santo en Presencia de Dios, o, de lo contra­rio, no sabrás que estás allí, pues lo que no es como Dios no puede entrar en Su Mente porque no fue Su Pensamiento y, por lo tanto, no es de Él. Y si quieres saber lo que es tuyo, tu mente tiene que ser tan pura como la Suya. Protege cuidadosamente Su tem­plo, pues Él Mismo mora allí en paz. No puedes entrar en la Presencia de Dios con los compañeros siniestros a tu lado, pero tampoco puedes entrar solo. Todos tus hermanos tienen que entrar contigo, ya que hasta que no los hayas aceptado, no podrás entrar. Pues no podrás entender lo que es la Plenitud a menos que tú mismo seas pleno, y ninguna parte del Hijo puede ser excluida si su deseo es conocer la Plenitud de su Padre.

Puedes aceptar en tu mente a la Filiación en su totalidad y ben­decirla con la luz que tu Padre le dio. Serás entonces digno de morar en el templo con Él, puesto que tu voluntad no es estar solo. Dios bendijo a Su Hijo para siempre. Si tú le bendices mientras estás en el tiempo, morarás en la eternidad. El tiempo no puede separarte de Dios si lo usas en favor de lo eterno.

UCDM 1, cap. 11-III