El fin de la enfermedad

Toda magia es un intento de reconciliar lo irreconciliable. Toda religión es el reconocimiento de que lo irreconciliable no puede ser reconciliado. La enfermedad y la perfección son irreconcilia­bles. Si Dios te creó perfecto, eres perfecto. Si crees que puedes estar enfermo, has antepuesto otros dioses a Él. Dios no está en guerra con el dios de la enfermedad que inventaste, pero tú sí. Este dios es el símbolo de tu decisión de oponerte a Dios, y tienes miedo de él porque no se le puede reconciliar con la Voluntad de Dios. Si lo atacas, harás que sea real para ti. Pero si te niegas a adorarlo, sea cual sea la forma en que se presente ante ti, o el lugar donde creas verlo, desaparecerá en la nada de dónde provino.

La realidad sólo puede alborear en una mente despejada. La realidad está siempre ahí, ante ti, lista para ser aceptada, pero para aceptarla tienes que primero estar dispuesto a tenerla. Conocer la realidad requiere que uno esté dispuesto a juzgar la irrealidad tal como es. Pasar por alto lo que no es nada es simple­mente juzgarlo acertadamente, y mediante tu capacidad para eva­luarlo correctamente, permitir que desaparezca. EI conocimiento no puede alborear en una mente llena de ilusiones porque la ver­dad y las ilusiones son irreconciliables. La verdad es íntegra y no puede ser conocida sólo por una parte de la mente.

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No se puede percibir a la Filiación como parcialmente enferma porque percibirla de esa manera es no percibirla en absoluto. Si la Filiación es una, es una desde cualquier punto de vista. La uni­dad no puede ser dividida. Si percibes otros dioses significa que tu mente está dividida, y no podrás limitar dicha división porque ello es señal de que has separado parte de tu mente de la Volun­tad de Dios. Esto quiere decir que tu mente no tiene ningún con­trol. No tener control significa que se ha perdido la razón, y en ese caso la mente se vuelve irracional. Al definir erróneamente a la mente, la percibes como que funciona erróneamente.

Las leyes de Dios mantendrán a tu mente en paz porque la paz es Su Voluntad, y Sus leyes se promulgaron para apoyarla. Sus leyes son las leyes de la libertad, mas las tuyas son las leyes del cautiverio. Puesto que la libertad y el cautiverio son irreconcilia­bles, sus respectivas leyes no se pueden entender simultánea­mente. Las leyes de Dios operan exclusivamente para tu bien, y no hay más leyes que las Suyas. Lo demás no está regido por ninguna ley, y es, por lo tanto, caótico. Dios Mismo, no obstante, ha protegido todo lo que Él creó mediante Sus leyes. No existe nada que no esté regido por ellas. «Las leyes del caos” es una expresión que no tiene sentido. La creación acata sus leyes per­fectamente, y lo caótico carece de significado porque Dios no forma parte de ello. Le has «dado» tu paz a los dioses que inven­taste, pero ellos no pueden aceptarla, pues no están ahí, y tú no puedes dársela.

No eres libre de renunciar a la libertad, sino sólo de negarla. No puedes hacer lo que Dios no dispuso porque lo que Él no dispuso no puede tener lugar. Tus dioses no son los causantes del caos; tú les adjudicas el caos y luego lo aceptas de ellos. Nada de esto ha tenido lugar jamás. Nada, excepto las leyes de Dios, ha existido jamás, y nada, excepto Su Voluntad, existirá jamás. Fuiste creado mediante Sus leyes y por Su Voluntad, y el modo en que fuiste creado te estableció como creador. Lo que has inventado es tan indigno de ti que lo repudiarías sólo con que estuvieses dispuesto a verlo tal como es. En ese caso no verías nada en absoluto. Y tu visión automáticamente se dirigiría más allá de ello hacia lo que se encuentra en ti y a tu alrededor. La realidad no puede salvar las obstrucciones que pones ante ella, mas te envolverá completamente cuando las abandones.

Una vez que se ha experimentado la protección de Dios, inven­tar ídolos se vuelve inconcebible. En la Mente de Dios no hay imágenes extrañas, y lo que no está en Su Mente no puede estar en la tuya, porque tú tienes una sola mente y esa mente le perte­nece a Él. Es tuya precisamente porque le pertenece a Él, ya que para Él ser propietario de algo es compartirlo. Y si esto es así para Él, también lo es para ti. Sus definiciones son Sus leyes, pues mediante ellas estableció el universo tal como éste es. Los falsos dioses que tratas de interponer entre tu realidad y tú no afectan a la verdad en absoluto. Tuya es la paz porque Dios te creó. Y Él no creó nada más.

Un milagro es el acto de un Hijo de Dios que ha abandonado a todos los dioses falsos y exhorta a sus hermanos a que hagan lo mismo. Es un acto de fe porque es el reconocimiento de que su hermano puede hacerlo también. Es un llamamiento al Espíritu Santo en su mente, que se refuerza mediante la unión. Puesto que el obrador de milagros ha oído la Voz de Dios, la refuerza en sus hermanos enfermos al debilitar su creencia en la enfermedad, que él no comparte. El poder de una mente puede irradiar hasta otra porque todas las lámparas de Dios fueron encendidas por la misma chispa, la cual está en todas partes y es eterna.

En muchos lo único que queda es la chispa, pues los Grandes Rayos están velados. Aun así, Dios ha mantenido viva la chispa de manera que los Rayos nunca puedan olvidarse completamente. Sólo con que veas la pequeña chispa podrás conocer la luz mayor, pues los Rayos están ahí aunque sin ser vistos. Al percibir la chispa sanas, mas al conocer la luz creas. En el proceso de retornar, no obstante, la pequeña chispa debe reconocerse pri­mero, pues la separación fue el descenso desde la grandeza a la pequeñez. La chispa, no obstante, sigue siendo tan pura como la luz mayor porque es lo que queda de la llamada de la creación. Deposita toda tu fe en ella y Dios Mismo te contestará.

UCDM I, cap. 10-IV