El regalo de la libertad

Si lo que la Voluntad de Dios dispone para ti es paz y dicha absolutas, y eso no es lo único que experimentas, es que te estás negando a reconocer Su Voluntad. Su Voluntad no fluctúa, pues es eternamente inmutable. Cuando no estás en paz ello se debe únicamente a que no crees que estés en Él. Más Él es el Todo de todo. Su paz es absoluta y tú no puedes sino estar incluido en ella. Sus leyes te gobiernan porque lo gobiernan todo. No pue­des excluirte a ti mismo de Sus leyes, si bien puedes desobedecer­las. Si lo haces, no obstante, y sólo en ese caso, te sentirás solo y desamparado porque te estarás negando todo.

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He venido como una luz a un mundo que en verdad se ruega todo a sí mismo. Hace eso simplemente al disociarse de todo. Dicho mundo es, por lo tanto, una ilusión de aislamiento que se mantiene vigente por miedo a la misma soledad que es su ilusión: Os dije que estaría con vosotros siempre, incluso hasta el fin del mundo. Por eso es por lo que soy la luz del mundo: Si estoy contigo en la soledad del mundo, la soledad desaparece. No pue­des mantener la ilusión de soledad si no estás solo. Mi propósito, pues, sigue siendo vencer el mundo. Yo no lo ataco, pero mi luz no puede sino desvanecerlo por razón de lo que es. La luz no ataca a la oscuridad, pero la desvanece con su fulgor. Si mi luz va contigo a todas partes, tú desvaneces la oscuridad conmigo. La luz se vuelve nuestra, y ya no puedes morar en la oscuridad tal como la oscuridad no puede morar allí donde tú vas. Acor­darte de mí es acordarte de ti mismo, así como de Aquel que me envió a, ti.

La curación es un reflejo de nuestra voluntad conjunta. Esto resulta obvio cuando se examina el propósito de la curación. La curación es la manera de superar la separación. La separación se supera mediante la unión. No se puede superar separando. La decisión de unirse tiene que ser inequívoca, o, de lo contrario, la mente misma estaría dividida e incompleta. Tu mente es el medio por el cual determinas tu propia condición, ya que la mente es el mecanismo de decisión. Es el poder mediante el que te separas o te unes, y, consecuentemente, experimentas dolor o alegría. Mi decisión no puede imperar sobre la tuya porque la tuya es tan poderosa como la mía. De no ser así, los Hijos de Dios no goza­rían de perfecta igualdad. No hay nada que nuestra voluntad conjunta no pueda lograr, pero la mía sola no puede ayudarte. Tu voluntad, es tan libre como la mía, y ni siquiera Dios Mismo se opondría a ella. Yo no puedo disponer lo que Dios no dis­pone. Puedo ofrecerte mi fuerza para hacer que la tuya sea invencible, pero no puedo oponerme a tu decisión sin rivalizar con ella y, consecuentemente, sin violar lo que la Voluntad de Dios ha dispuesto para ti.

Nadie puede aprender lo que es la libertad si está sometido a cualquier clase de tiranía, y la perfecta igualdad de todos los Hijos de Dios no se podría reconocer si una mente ejerciese dominio sobre otra. Los Hijos de Dios gozan de perfecta igualdad en lo que respecta a su voluntad, por ser todos ellos la Voluntad del Padre. Ésta es la única lección que vine a enseñar.

Yo no soy nada sin el Padre y tú no eres nada sin mí porque al negar al Padre te niegas a ti mismo. Siempre me acor­daré de ti, y en el hecho de que me acuerde de ti radica el que tú te acuerdes de ti mismo. En nuestro mutuo recuerdo radica nuestro recuerdo de Dios. Y en ese recuerdo radica tu libertad porque tu libertad está en Él. Únete, pues, a mí en alabanza de Él y de ti que fuiste creado por Él. Éste es nuestro regalo de gratitud hacia Él, que Él a Su vez compartirá con todas Sus creaciones, a las que da por igual todo lo que es aceptable para Él. Por ser aceptable para Él, es el regalo de la libertad, que es lo que Su Voluntad dispone para todos Sus Hijos. Al ofrecer libertad te liberarás.

La libertad es el único regalo que les puedes ofrecer a los Hijos de Dios, ya que es el reconocimiento de lo que ellos son y de lo que Él es. La libertad es creación porque es amor. No amas a quien tratas de aprisionar. Por lo tanto, cuando tratas de aprisio­nar a alguien, incluyéndote a ti mismo, no le amas y no te puedes identificar con él. Cuando te aprisionas a ti mismo pierdes de vista tu verdadera identificación conmigo y con el Padre. Tu identificación es con el Padre y con el Hijo. Es imposible que te identifiques con uno y no con el otro. Si eres parte de uno, eres parte del otro, ya que ambos son uno. La Santísima Trinidad es santa porque es Una. Si te excluyes a ti mismo de esta unión, estás percibiendo a la Santísima Trinidad como desunida. Tú no puedes sino estar incluido en ella porque la Santísima Trinidad lo es todo. A menos que ocupes el lugar que te corresponde en Ella y cumplas la función que por ser parte de Ella te corresponde llevar a cabo, la Santísima Trinidad estará tan desposeída como tú. Ninguna de Sus partes puede estar aprisionada si es que su verdad ha de conocerse.

Un Curso De Milagros 1, cap. 8-IV