El sanador no sanado

El plan de perdón del ego se utiliza mucho más que el de Dios. Esto se debe a que lo ponen en práctica sanadores que no han sanado, y pertenece, por lo tanto, al ámbito del ego. Considere­mos ahora con más detenimiento al sanador no sanado. Por definición, está tratando de dar lo que no ha recibido. Si un sanador no sanado es un teólogo, por ejemplo, puede que parta de la pre­misa: «Soy un miserable pecador, y eso es lo que eres tú también». Si es un psicoterapeuta, es más probable que parta de la creencia igualmente absurda de que el ataque es real tanto para él como para su paciente, aunque eso es algo que a ninguno de los dos debiera importar.

He dicho repetidamente que las creencias del ego no se pueden compartir, y ésa es la razón de que sean irreales. ¿Cómo puede ser, entonces, que «ponerlas al descubierto» las haga cobrar reali­dad? Todo sanador que busca la verdad en fantasías aún no ha sanado, pues no sabe dónde buscarla y, por lo tanto, no dispone de la solución al problema de cómo sanar.

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La única ventaja de traer las pesadillas a la conciencia es poder mostrar que no son reales y que su contenido no significa nada. El sanador no sanado no puede hacer eso porque no lo cree. Todos los sanadores no sanados siguen de una u otra forma el plan de perdón del ego. Si son teólogos probablemente se conde­nan a sí mismos, enseñan a condenar y propugnan una solución temible. Al proyectar la condenación sobre Dios, hacen que Éste parezca vengativo y temen Su justo castigo. Lo único que han hecho ha sido identificarse con el ego, y al percibir lo que éste hace, se condenan a sí mismos debido a esta confusión de identi­dad. Es comprensible que muchos se hayan rebelado contra este concepto, pero rebelarse contra él indica que aún siguen creyendo en él.

Algunas de las modalidades más recientes del plan del ego son tan inútiles como las más antiguas, pues la forma en que se mani­fiestan es irrelevante y el contenido sigue siendo el mismo. En una de estas nuevas modalidades, por ejemplo, un psicoterapeuta puede interpretar los símbolos del ego que han aparecido en una pesadilla, y luego valerse de ellos para probar que la pesadilla es real. Habiéndole otorgado realidad, intenta entonces desvanecer sus efectos menospreciando la importancia del soñador. Éste sería un enfoque curativo siempre que también se considerase al soñador como irreal. Más si se equipara al soñador con la mente, se niega el poder correctivo de que goza la mente a través del Espíritu Santo. Esto es una contradicción, incluso desde la pers­pectiva del ego, contradicción que a éste, aun en su confusión, por lo general no se le escapa.

Si la manera de contrarrestar el miedo es reduciendo la impor­tancia de la mente, ¿de qué manera puede esto fortalecer al ego? Tales obvias incongruencias explican por qué nadie ha sido capaz todavía de explicar lo que ocurre realmente en la psicoterapia. En realidad no ocurre nada. Nada real le ha sucedido al sanador no sanado, y éste no puede sino aprender de lo que él mismo enseña. Su ego siempre tratará de sacar provecho de la situación. El sanador no sanado no sabe, por lo tanto, cómo dar, y, consecuentemente, no puede compartir. No puede corregir porque no está actuando de forma que facilite la corrección. Cree que es a él a quien corresponde enseñarle al paciente lo que es real, a pesar de que él mismo no lo sabe.

¿Qué se debe hacer entonces? Cuando Dios dijo: «Que haya luz», hubo luz. ¿Puedes acaso encontrar luz analizando la oscu­ridad, tal como hace el psicoterapeuta, o reconociendo la oscuri­dad en ti mismo -tal como hace el teólogo- y buscando una luz distante que la disipe al mismo tiempo que enfatizas lo lejos que está? La curación no es un misterio. Nada puede cambiar a menos que se entienda, ya que la luz es entendimiento. Un «mise­rable pecador» no puede curar sin la ayuda de la magia, ni tam­poco puede una «mente insignificante» apreciarse a sí misma sin esa misma clase de ayuda.

Ambas formas del enfoque del ego te llevarán forzosamente a un callejón sin salida, la típica «situación imposible» a la que el ego siempre conduce. Tal vez sea una ayuda para alguien el que se le indique hacia dónde se está encaminando, pero de poco le sirve si no se le ayuda además a cambiar de rumbo. El sanador no sanado no puede hacer eso por él, puesto que no lo puede hacer para sí mismo. La única aportación significativa que el sanador puede hacer es presentarle un ejemplo de alguien a quien se le cambió de rumbo y que ya no cree en pesadillas de ninguna clase. La luz en su mente, por lo tanto, responderá al que pregunta, que tiene que decidir con Dios que sí hay luz porque la ve. Y mediante este reconocimiento el sanador sabe que la luz está ahí. Así es como la percepción finalmente se transforma en conocimiento. El obrador de milagros comienza percibiendo luz, y transforma su percepción en certeza al extender continuamente la luz y al acep­tar el reconocimiento que ésta le ofrece. Los efectos de la luz le confirman que ésta está ahí.

Un terapeuta no cura, sino que deja que la curación ocurra espon­táneamente. Puede señalar la oscuridad, pero no puede traer luz por su cuenta, pues la luz no es de él. No obstante, al ser para él, tiene que ser también para su paciente. El Espíritu Santo es el único Terapeuta. Él hace que la curación sea evidente en cual­quier situación en la que Él es el Guía. Lo único que puedes hacer es dejar que Él desempeñe Su función. Él no necesita ayuda para llevarla a cabo. Te dirá exactamente lo que tienes que hacer para ayudar a todo aquel que Él te envíe en busca de ayuda, y le hablará a través de ti si tú no interfieres. Recuerda que eres tú el que elige el guía que ha de prestar la ayuda, y que una elección equivocada no constituirá ninguna ayuda. Pero recuerda asimismo que la elección correcta sí lo será. Confía en Él, pues ayudar es Su función, y Él es de Dios. A medida que despiertes otras mentes al Espíritu Santo a través de Él, y no a través de ti, te darás cuenta de que no estás obedeciendo las leyes de este mundo. Sólo las leyes que estás obedeciendo dan resul­tado. «Lo bueno es lo que da resultado» es una afirmación acertada, pero incompleta. Sólo lo bueno puede dar resultado. Nada más puede hacerlo.

Este curso ofrece un marco de enseñanza muy claro y muy simple, y te provee de un Guía que te dice lo que debes hacer. Si le obedeces, verás que lo que Él te dice es lo que da resultado. Los resultados que se derivan de seguir Su dirección son más convincentes que Sus palabras. Te demostrarán que las palabras son ciertas. Siguiendo al Guía adecuado, aprenderás la más sim­ple de todas las lecciones:

Por sus frutos los conoceréis, y ellos se conocerán a sí mismos.

 

UCDM 1, cap. 9