El universo en un vasto complejo energético

El universo en un vasto complejo energético, y todo en él es energía manifestada bajo diferentes formas. Los mismos científicos materialistas han descubierto este principio, al menos en lo que concierne a la materia física; es decir, toda materia es energía. Así podemos decir que materia y energía son dos términos equivalentes. Veremos que esto puede ser aplicado no sólo a la materia física, sino también a la «materia», la substancia, que compone los otros mundos más suti­les (etéreo, astral, mental, causal, etc.).

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Así es, a medida que avanza el conocimiento en este fin del siglo XX, descubrimos que el universo no está compuesto sólo de materia física. Podemos decir que vivimos simultáneamen­te en diferentes universos hechos de «materia», o sea de ener­gía, de diferentes tipos. Corrientemente hablamos de energía mental o emocional, sin saber en efecto que eso corresponde a una realidad concreta que será reconocida tarde o temprano. Al nivel de evolución que ha llegado la humanidad, aceptamos fácilmente la «realidad» del universo estrictamente físico. En el curso del proceso involutivo-evolutivo éste no ha sido siempre el caso. Hace mucho tiempo, cuando estábamos todavía en la fase de la involución, los mundos sutiles nos eran más evidentes y perceptibles que el mundo físico. Poco a poco, con el fin de experimentar más precisión sobre el mundo de la materia, hemos perdido, de momento, esas capacidades de percepción en favor de otras más claras del mundo físico. Habiendo adquirido relativamente bien esta percepción, aho­ra no tenemos más que reapropiarnos nuevamente de nuestras propias capacidades de percepción de los mundos sutiles.

En realidad, aquellos que tienen un conocimiento de las cosas más amplio que el conocimiento material, incluidos ciertos científicos y aquellos que, al desarrollar sus capaci­dades de percepción extra-sensorial, son ya capaces de per­cibir claramente esas energías, nos dicen que más allá del mundo material, también hay toda una serie de otras reali­dades que vibran a una frecuencia más elevada. Conscientes o no de esas realidades, estamos sumergidos en ellas, y también estamos sometidos de la misma forma a la realidad física.

Inmediatamente después del mundo de la materia estrictamente física tal como la conocemos, hay, para empezar, el universo etéreo compuesto de «materia» etérea, algo que los científicos acaban de descubrir. Luego viene el universo astral, que vibra a una frecuencia todavía superior a la del pre­cedente, formado de «materia» o energía correspondiente a lo que llamamos las emociones. Después está el universo mental hecho de material mental (de donde surgen lo que lla­mamos los pensamientos). Inmediatamente le sigue el uni­verso causal hecho de materia causal (dominio del Ello). To­davía existen otros niveles más elevados. Cada uno de esos «mundos» vibra a una frecuencia superior a la precedente e impregna totalmente a los mundos inferiores. A medida que la ciencia evolucione, descubre o descubrirá aún más tipos de materia y podrá estudiarlos de forma tan científica como la misma materia física, porque en ese campo se dan también leyes muy precisas, mucho más precisas que las que llama­mos leyes psicológicas o espirituales en general, que son en su mayor parte, sólo aproximaciones.

El conjunto de todos los niveles energéticos del universo forma lo que llamamos el Campo de Energía Universal. Este campo de energía es percibido por ciertas personas que han desarrollado sus capacidades de percepción extrasenso­riales. También empieza a ser descubierto por la ciencia en su aspecto etéreo y lo será más adelante en sus aspectos más su­tiles. Particularmente, el «misterio» de la electricidad que, como ya lo hemos mencionado, no ha sido aclarado verdaderamente por la ciencia, dejará de serlo cuando la componente etérea del Campo de Energía Universal pueda ser estudiada y experimentada científicamente.

El universo en un vasto complejo energético

Lo mismo que el universo no está hecho sólo de materia o energía física, el ser humano tampoco está constituido única­mente de un cuerpo físico. Este cuerpo físico, hecho de mate­ria física, es efectivamente un cuerpo de materia-energía, vi­brando a una frecuencia bien determinada: la de la materia física. Pero tenemos otros cuerpos: un cuerpo etéreo, un cuerpo astral, un cuerpo mental, un cuerpo causal y otros más elevados todavía que se interpenetran, formados de «materia» que vibra a frecuencias cada vez más elevadas. Nuestro cuerpo hecho de materia física «flota», por decirlo de alguna ma­nera en nuestro cuerpo de materia etérea, flotando a su vez en nuestro cuerpo de materia astral, que flota en nuestro cuerpo de material mental, flotando finalmente en nuestro cuerpo de materia causal, y este último es el campo del Ello (a fin de sim­plificar no diferenciaremos aquí los cuerpos de sus emanacio­nes). Considerando el nivel de evolución medio actualmente alcanzado, podemos detenernos en este estado, de momento. Esos cuerpos tienen, sin ninguna duda, una interacción muy intensa entre ellos, el superior teniendo siempre la posibilidad de controlar al inferior.

Por ahora esos cuerpos son perceptibles sólo para ciertas personas. Éstas perciben su presencia, con mayor o menor calidad, bajo la forma de lo que llamamos generalmente el «aura». La precisión y la exactitud de lo que percibe una per­sona a ese nivel dependen de su entrenamiento y de su desa­rrollo personal. Y no porque se perciban ciertos aspectos de los mundos sutiles será posible evaluar con inteligencia y sa­biduría todo lo que es captado. La lectura y la interpretación de las percepciones, a nivel del aura, exigen mucho rigor y competencia. Es un campo de observación muy complejo, y es fácil caer en la ilusión o la fantasía pura si no se han desarrollado las competencias necesarias para la observación ri­gurosa de ese género de fenómenos. Sin embargo, esta capa­cidad de percepción se está desarrollando cada vez más en el seno de la humanidad y es muy probable que la posean todos dentro de algunos siglos.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. VIII