Inocencia e invulnerabilidad

El Espíritu Santo comparte el objetivo de todos los buenos maestros, cuya meta final es hacerse innecesa­rios al enseñarles a sus alumnos todo lo que ellos saben. Eso es lo único que el Espíritu Santo desea, pues dado que comparte el Amor del Padre por Su Hijo, intenta eliminar de la mente de éste toda traza de culpabilidad para que así pueda recordar a su Padre en paz. La paz y la culpabilidad son conceptos antitéticos, y al Padre sólo se le puede recordar estando en paz. El amor y la culpabilidad no pueden coexistir, y aceptar uno supone negar el otro. La culpabilidad te impide ver a Cristo, pues es la negación de la irreprochabilidad del Hijo de Dios.

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En el extraño mundo que has fabricado el Hijo de Dios ha pecado. ¿Cómo, entonces ibas a poder verlo? Al hacerlo invisi­ble, surgió el mundo del castigo procedente de la tenebrosa nube de culpabilidad que aceptaste, y que en tanta estima tienes. Pues la irreprochabilidad de Cristo es la prueba de que el ego jamás existió, ni jamás podrá existir. Sin culpabilidad, el ego no tiene vida, y el Hijo de Dios está libre de toda culpa.

Al examinarte a ti mismo y juzgar honestamente tus acciones, puede que sientas la tentación de preguntarte cómo es posible que puedas estar libre de culpa.Mas ten en cuenta lo siguiente: no es en el tiempo donde no eres culpable, sino en la eternidad. Has «pecado» en el pasado, pero el pasado no existe. Lo que es siempre no tiene dirección. Mien­tras sigas creyendo que el Hijo deDios es culpable seguirás caminando, creyendo que el camino te conduce a la muerte. Y la jornada parecerá larga, cruel y absurda, pues en efecto, lo es.

El viaje en que el Hijo de Dios se ha embarcado es en verdad inútil, pero el viaje en el que su Padre le embarca es un viaje de liberación y dicha. El Padre no es cruel, y Su Hijo no puede herirse a sí mismo. La venganza que teme y que ve, nunca recaerá sobre él, pues aunque cree en ella, el Espíritu Santo sabe que no es verdad. El Espíritu Santo se encuentra al final del tiempo que es donde tú debes estar, puesto que Él está contigo. Él ya ha des-hecho todo lo que es indigno del Hijo de Dios, pues ésa fue la misión que Dios le dio. Y lo que Dios da, siempre ha sido.

Me verás a medida que aprendas que el Hijo de Dios es inocente. Él siempre anduvo en busca de su inocencia, y la ha encon­trado. Pues cada cual está tratando de escapar de la prisión que ha construido, y no se le niega la manera de encontrar la libera­ción. Puesto que reside en él, la ha encontrado. Cuándo ha de encontrarla es sólo cuestión de tiempo, y el tiempo no es sino una ilusión. Pues el Hijo de Dios es inocente ahora, y el fulgor de su pureza resplandece incólume para siempre en la Mente de Dios. El Hijo de Dios será siempre tal como fue creado. Niega tu mundo y no juzgues al Hijo de Dios, pues su eterna inocencia se encuentra en la Mente de su Padre y lo protege para siempre.

Cuando hayas aceptado la Expiación, te darás cuenta de que no hay culpabilidad alguna en el Hijo de Dios. Y sólo cuando veas su inocencia podrás entender su unicidad. Pues la idea de la culpabilidad da lugar a la creencia de que algunas personas pue­den condenar a otras, como resultado de lo cual, se proyecta sepa­ración en vez de unidad. Sólo te puedes condenar a ti mismo, y hacer eso te impide reconocer que eres el Hijo de Dios. El Hijo de Dios fue creado del amor, y mora en el amor. La bondad y la misericordia le han acompañado siempre, pues él jamás ha dejado de extender el Amor de  su Padre.

Eres invulnerable porque estás libre de toda culpa. Sólo me­diante la culpabilidad puedes aferrarte al pasado. Pues la culpa­bilidad determina que serás castigado por lo que has hecho, y, por lo tanto, depende del tiempo unidimensional, que comienza en el pasado y se extiende hasta el futuro. La culpa­bilidad, pues, es una forma de conservar el pasado y el futuro en tu mente para asegurar de este modo la continuidad del ego. Pues si se castiga el pasado, la continuidad del ego queda garan­tizada. La garantía de tu continuidad, no obstante, emana de Dios, no del ego. Y la inmortalidad es lo opuesto al tiempo, pues el tiempo pasa, mientras que la inmortalidad es constante.

Aceptar la Expiación te enseña lo que es la inmortalidad, pues al aceptar que estás libre de culpa te das cuenta de que el pasado nunca existió, y, por lo tanto, de que el futuro es innecesario y de que nunca tendrá lugar. En el tiempo, el futuro siempre se asocia con expiar, y sólo la culpabilidad podría producir la sensación de que expiar es necesario. Aceptar como tuya la inocencia del Hijo de Dios es, por lo tanto, la forma en que Dios te recuerda a Su Hijo, y lo que éste es en verdad. Pues Dios nunca ha condenado a Su Hijo, que al ser inocente es también eterno.

El ego te enseña a que te ataques a ti mismo porque eres culpa­ble, lo cual no puede sino aumentar tu culpabilidad, pues la cul­pabilidad es el resultado del ataque. De acuerdo con las ense­ñanzas del ego, por lo tanto, es imposible escaparse de la culpabilidad. Pues el ataque le confiere realidad, y, si la culpabi­lidad es real, no hay manera de superarla. El Espíritu Santo sen­cillamente la desvanece mediante el sereno reconocimiento de que nunca ha existido. Al contemplar la inocencia del Hijo de Dios, sabe que eso es la verdad: Y al ser la verdad con respecto a ti, no puedes atacarte a ti mismo, pues sin culpabilidad el ataque es imposible. Tú estás, por lo tanto, a salvo, ya que el Hijo de Dios es inocente. Y al ser completamente puro, eres invulnera­ble.

UCDM 1, cap. 13-I