La intuición

Cuando la mente automática queda en silencio, cualquiera que sea el medio que hayamos utilizado para ello, podemos percibir la voz del Maestro que vive en nuestro Corazón. Normalmente, el alboroto que produce el ordenador al activar sin descanso todo el arsenal de pensamientos y emociones que contiene, ahoga la voz del Maestro interior. Éste no insiste; no se impone. Espera a que se calme la barahúnda. Su voz nos llega sólo en el silencio interior. Es lo que llamamos la intuición, expresión de la inteligencia, de la sabiduría y de la compasión del Maestro del Corazón. No podemos forzar la intuición. Pero sí podemos cultivar el silencio interior, el sosiego y el dominio emocional con el fin de permanecer serenos, sin tensión y sin expectativas, a la escucha de la vida.

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A fuerza de cultivar lo racional, hemos bloqueado nuestra capacidad para percibir la calidad vibratoria de las cosas y de los seres que nos rodean. El Maestro que reside en el Corazón, al conectarnos con el campo A, despierta en nosotros esa sensibilidad. El simple hecho de abrir la mente a esa realidad nos lleva a prestar atención a todos los instantes, a estar alerta para sentir la vida no ya desde la emoción sino desde la intuición. La intuición es una facultad natural del ser humano, pero en general está poco desarrollada (en la nueva civilización que está a punto de emerger, el desarrollo de la intuición figurará sin duda en los programas escolares…). El desarrollo de lo racional acabó por negarla. Pero en cierta forma fue una necesidad, como hemos visto, para desarrollar la mente y alcanzar así un cierto dominio emocional. Debemos reconocer que, en efecto, la intuición y las reacciones emocionales automáticas inferiores tienen varios puntos en común. Hay que estar muy atentos para no confundirlas; es muy fácil caer en la trampa (para una representación exhaustiva del fenómeno de la intuición, véase La libertad de ser, pags. 428 y sigs.)

Si uno se abre con frecuencia a ese “estado de ser” y lo practica no sólo en breves momentos de interiorización sino en su vida cotidiana, el camino de la intuición se va definiendo de modo cada vez más claro en la conciencia y en el cerebro. Entonces aprendemos a percibir, a sentir, a captar de un modo u otro la queda voz del Maestro en cada instante, cualesquiera que sean nuestras actividades. El Maestro interior nos guía de manera adecuada y segura, tomamos decisiones sensatas, actuamos con eficacia, tenemos creatividad y parece como si la magia se hubiera establecido en nuestra vida. El ego deja de imponerse. El Maestro interior recupera su verdadera función.

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 18-II