Líneas de las variantes

Al expresar su disgusto uno se sintoniza con las líneas de la vida realmente peores. Y si es así, se le arrastra a éstas de verdad.

Según los principios del Transurfing, en el espacio de las variantes hay de todo y para todos. Por ejemplo, existe un sector donde la vida de un individuo en concreto ha perdido todos sus colores, en cambio para los demás la vida sigue siendo la de siempre. Al emitir la energía de los pensamientos negativos, el hombre se encuentra en el sector donde los decorados de su espacio han cambiado su aspecto. Al mismo tiempo, para las demás personas el mundo sigue igual de atractivo. Incluso no tenemos que ir muy lejos para ver casos tan radicales como el individuo que queda inválido, pierde su casa, sus familiares o arruina su vida dándose a la bebida. Con más frecuencia sucede que el hombre, a lo largo de su vida, lenta pero seguramente, se deslice a las líneas donde los colores de los decorados pierden su viveza. Es entonces cuando empieza a recordar qué alegre y fresco era todo muchos años atrás.

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Al nacer, la persona acepta el mundo tal como es. El niño todavía desconoce que éste podría ser mejor o peor. Los jóvenes aún no son demasiado caprichosos ni antojadizos, simplemente están descubriendo para sí este mundo y celebran la vida, ya que tienen más esperanzas que quejas. Ellos creen que la vida actual no está mal y que será mejor aún. Pero con cada fracaso el joven empieza a comprender que no todos los sueños se cumplen, que otra gente vive mejor, que es necesario luchar para conseguir su lugar bajo el sol. Y con el tiempo tiene más quejas y pretensiones que esperanzas. El descontento y los lamentos son fuerzas motrices que empujan al individuo hacia líneas de la vida desafortunadas. Hablando en términos del Transurfing, el hombre emite una energía negativa que le traslada a las líneas con parámetros negativos. El mundo se torna peor cuanto peor piensas de él.

Nadie, siendo niño, se detenía a pensar si el mundo era bueno o no, sino que lo aceptaba como algo debido. Empezaba a descubrir el mundo y no abusaba de la crítica. Las ofensas más graves se referían a sus familiares, que no le compraban juguetes, por ejemplo. Pero luego el individuo empezaba a ofenderse en serio con el mundo: éste le satisfacía cada vez menos. Y cuanto más reclamaciones le hacían, peor era el resultado. Es entonces, al llegar a ser mayor, cuando uno empieza a recordar que antes casi todo fue mucho mejor.

Así es esa paradoja tan perjudicial: te enfrentas con una circunstancia enojosa, expresas tu descontento y, como resultado, la situación se agrava aún más. Tu descontento retorna a ti triplicado, como un bumerán. En primer lugar, el potencial excesivo de tu descontento vuelve a las fuerzas equilibrantes contra ti. En segundo lugar, el descontento sirve de canal por donde el péndulo te extrae energía. En tercer lugar, al emitir energía negativa te trasladas a las líneas de la vida correspondientes.

La costumbre de reaccionar negativamente se arraigó en nosotros tan profundamente que perdimos nuestra ventaja frente los seres vivos inferiores: la conciencia. Una ostra también reacciona negativamente a un irritante exterior. Pero nosotros, a diferencia de la ostra, podemos reglamentar nuestra actitud hacia el mundo exterior, consciente e intencionadamente. Sin embargo, no aprovechamos esa ventaja y a cualquier incomodidad respondemos con agresión. Nuestra comprensión de la agresión es errónea, dado que la interpretamos como una manifestación de nuestra fuerza; sin embargo, en realidad resulta que sólo nos agitamos, impotentes, en la telaraña de los péndulos.

Si el mundo fuera uno solo para todos, tras unas cuantas decenas de generaciones se hubiese convertido en el infierno. ¿Cómo se interpreta esa confirmación paradójica de que el mundo no es uno solo para todos? Todos nosotros vivimos en el mismo mundo de la realización material de las variantes. Pero las variantes del mundo son particulares, para cada uno. Por encima podemos distinguir las diferencias evidentes: ricos y pobres, prósperos y desgraciados, felices e infelices. Todos viven en el mismo mundo, pero cada uno tiene el suyo. Parece que aquí está todo claro: como que hay barrios ricos y barrios marginales.

No obstante, se diferencian no sólo los escenarios y ciertos roles: la desemejanza también está en los decorados. Y es, precisamente, lo que no se percibe con tanta certeza. Uno observa el mundo desde la ventanilla de su lujoso coche, el otro se asoma desde un cubo de basura.

Cada persona se sintoniza con su sector en el espacio de las variantes, por ende cada uno vive en su mundo. Todos estos mundos se superponen uno sobre el otro, a capas, y forman lo que entendemos como el espacio donde vivimos.

Puede que te resulte difícil imaginarlo. Es imposible separar las capas. Cada persona forma su realidad con sus pensamientos, y su realidad se entrecruza e interactúa con el mundo circundante.

Imagínate la tierra sin ningún ser vivo. Soplan vientos, llueve, los volcanes entran en erupción, los ríos corren; en otras palabras, el mundo existe. He aquí que nace un hombre y empieza observar todo eso. La energía de sus pensamientos produce la realización material en el sector determinado del espacio de las variantes, creando la vida de esta persona dada en el mundo dado. La vida de este ser humano representa una nueva capa de este mundo. Nace otra persona: aparece una capa más. Muere: la capa desaparece, o tal vez se trasforma, según lo que suceda después del umbral de la muerte.

La humanidad tiene vagas sospechas de que existen también otras entidades vivas que supuestamente están en algunos universos paralelos. Pero vamos a admitir, por un instante, que por ahora no existe en el mundo nada vivo. ¿Qué energía ha creado, en este caso, la realización material del espacio donde no existe ningún ser ni la entidad viva? Sólo nos queda hacer conjeturas. Pero, ¿es posible que, con la muerte del último ser vivo, también desaparezca el mundo? ¿Quién confirmará la existencia del mundo si no hay nadie? Pues, si no hay quienes puedan decir que el mundo (según lo entendemos) existe, significa que no podemos tratar del mundo como tal.

Cada persona, a lo largo de su vida, se desplaza de un sector de las variantes al otro, formando de este modo la capa de su mundo. Y ya que con más ganas se expresa su descontento, y emite más energía negativa que positiva, la calidad de su vida tiende a empeorar. Con los años esa persona puede adquirir un bienestar material, sin que eso le traiga felicidad. Los colores de los decorados se destiñen, la vida le deleita cada vez menos. Un espécimen de la generación mayor y un joven beben la misma Coca-Cola, se bañan en la misma mar, esquían por la misma montaña, y parece que todo sigue igual que muchos años atrás. Sin embargo, el mayor está seguro de que antes todo era mejor, y para el joven todo es maravilloso en este momento. Pero cuando el joven llega a ser viejo, la historia se repetirá de nuevo.

En esta tendencia observamos desviaciones, tanto hacia lo negativo como hacia lo positivo. Puede que sólo con la edad uno empiece tomar gusto a la vida, y también puede que la vida de un hombre próspero empiece a ir cuesta abajo. Pero por lo general las generaciones se muestran unánimes en que, con los años, la calidad de vida empeora. Y es así como se desplazan las capas de generaciones. La capa de la generación mayor se desplaza hacia el lado peor, y la capa de la generación joven, aunque con retraso, se dirige en la misma dirección. El desplazamiento se efectúa de modo gradual, comenzando cada vez por una actitud optimista. Pues precisamente por eso el mundo en general no se convierte en un infierno. Cada uno tiene su capa, que elige por sí mismo. El hombre es realmente capaz de elegir su capa, y es lo que hace. Poco a poco ya te formas una idea de cómo actúa el hombre para perjudicarse a sí mismo.

Pero, ¿qué se debe hacer para que vuelva el mundo de antes, cuando la vida estaba tan llena de esperanzas y colores, como lo era en la infancia o en la juventud? Con la ayuda de la técnica del Transurfing también podemos cumplir con esa tarea. Pero antes de empezar, hemos de averiguar de qué manera nos alejamos de las líneas favorables y llenas de ilusión hacia aquéllas donde nos pueden preguntar: «¿Cómo has venido a parar aquí?».

Vadim Zeland: El espacio de las variantes, cap. V