Moverse con la corriente

 El Suplicante y el Resentido van sin voluntad a favor de la corriente de la vida. El Guerrero, al contrario, intenta luchar contra esa corriente. Por supuesto, no existen tipos puros de tales personas. Cualquiera, de vez en cuando, asume en diferente grado uno de los papeles. Al interpretar esos papeles, el hombre actúa de modo extremadamente ineficaz. Pero si no se puede ni luchar, ni bajar con la corriente, ¿qué nos queda?

Más arriba habíamos visto cómo la mente impone autoritariamente su propia voluntad, basada en el sentido común. Mucha gente razona muy sobriamente y, al mismo tiempo, no es capaz de resolver sus problemas de ningún modo. ¿Hay mucho provecho en tal sentido común? La mente no puede garantizar una solución segura. La mente cree que piensa sobriamente, en realidad se ofrece voluntariamente a los péndulos. No se puede hablar dé ninguna libertad de moverse por la corriente mientras el hombre actúe como Suplicante, Resentido o Guerrero.

Incluso el Guerrero no tiene más libertad de manifestar su voluntad que la que tenga un barquito de papel.

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¿Cómo se mueve el Guerrero por la corriente de la vida? Los péndulos le provocan a la lucha, y éste rema contra la corriente sin comprender que sería mucho más fácil y ventajoso utilizar la corriente. Su mente está capturada por los péndulos, pero el Guerrero está dispuesto decididamente y, tomando decisiones volitivas, chapalea con gran energía allí donde podría hacer movimientos suaves y tranquilos.

Ahora imagínate que no te resistes a la corriente ni provocas torbellinos innecesarios, pero tampoco te mueves sin voluntad, como si fueras un barquito de papel. Te mueves intencionadamente a favor de la corriente; por el camino detectas todos los bajíos, obstáculos, zonas peligrosas y, con sólo unos movimientos suaves, mantienes la dirección elegida. El timón está en tus manos.

En general, ¿podemos considerar la vida como una corriente? ¿Y por qué no se puede ni bajar sin voluntad con la corriente ni luchar contra ella? Por un lado, la información permanece en el espacio de las variantes de manera fija, como una matriz. Al mismo tiempo, la estructura de esa información está organizada en cadenas de causas y consecuencias. Los enlaces de causa-consecuencia crean la corriente de Las variantes. Pues bien, hablaremos precisamente de esas corrientes.

La razón más importante por la que no debemos de oponernos activamente a la corriente es porque, de esa manera, se gasta una gran cantidad de energía, en vano e incluso en detrimento. Pero ¿podemos confiar en la corriente de las variantes? De hecho, no sólo puede llevarte a una laguna tranquila, también puede trasformarse en una catarata. Precisamente para evitar los disgustos, debes corregir tu movimiento actuando suavemente. Por supuesto, para empezar es necesario que elijas bien la dirección general de esa corriente. La dirección se determina según el objetivo elegido y los modos de conseguirlo. Después de haber hecho la elección, debes confiar al máximo en la corriente y no permitirte movimientos bruscos.

Cada uno imagina aproximadamente el rumbo general de su corriente. Por ejemplo: ahora estudio, luego encuentro un empleo, me caso, asciendo en el trabajo, construyo mi propia casa, etcétera. La mayoría comete muchos errores por el camino y, al mirar atrás, se arrepiente. Pero ya nada se puede reparar, todo está hecho. La corriente se ha desviado muy lejos del objeto deseado. El buen juicio de la mente ya no te salvará. Sólo queda lamentarse: «Si hubiera sabido adonde iría a caer, allí habría puesto la red».

La cuestión primordial consiste en saber hasta qué grado puede uno entregarse a la corriente, en caso de elegir bien el rumbo principal, y por qué, en general, hay que entregarse a la corriente.

Como dijimos antes, la mente se encuentra bajo la constante presión de la importancia creada artificialmente, por lo cual no es capaz de tomar decisiones eficaces. La importancia interior y exterior, en el fondo, es la fuente principal de todos los problemas. La actitud de las fuerzas equilibrantes se presenta como bajíos y remolinos por el camino de la corriente de las variantes. Si quitamos la importancia, la corriente entrará en su curso más tranquilo. Si debemos entregarnos a esa corriente, eso también es una cuestión de importancia. La importancia exterior obliga a la mente a buscar soluciones difíciles para problemas fáciles. La importancia interior asegura a la mente que ésta razona sensatamente y que está tomando la única decisión correcta.

Si renunciamos a la importancia, la mente respirará con alivio, porque se librará de la influencia de los péndulos y de la presión de los problemas artificialmente creados y podrá tomar decisiones más objetivas y adecuadas. Pero todo el atractivo está en que la mente, libre de importancia, no tendrá necesidad del potente intelecto. Por supuesto, para resolver tareas cotidianas se precisan también el razonamiento lógico, los conocimientos y el aparato analítico. Pero, para todo eso se gastará mucha menos energía. La existencia de la corriente de las variantes es para la mente un regalo lujoso, que ésta casi no utiliza.

La corriente de las variantes ya contiene en sí las decisiones de todos los problemas. De todos modos, la mayoría de éstos se crean artificialmente por la mente misma. La inquieta mente sufre continuamente los empujones de los péndulos y se pone a resolver todos los problemas, intentando mantener la situación bajo control.

Sus decisiones, en la mayoría de los casos, son manotazos en el agua que no tienen ningún Sentido. Casi todos los problemas, sobre todo los pequeños, se resuelven por sí mismos si no estorbamos la corriente de las variantes.

El potente intelecto no sirve de nada si la decisión existe ya en el espacio. Si no nos adentramos en honduras de la cuestión y no molestamos a la corriente de las variantes, la decisión vendrá por sí sola y, además, será óptima. Lo óptimo está engendrado ya en la estructura del campo de información. El asunto está en que los enlaces de causa-consecuencia dan lugar a los flujos sueltos en la corriente de las variantes. Esos flujos resultan ser las vías óptimas para el movimiento de las causas y consecuencias. En el espacio de las variantes hay de todo, pero con más probabilidad se realizan precisamente las variantes óptimas y las que menos energía necesitan. La naturaleza nunca gasta energía en vano. Caminamos con los pies, no con las orejas. Todos los procesos tienden a seguir la línea del menor gasto posible de energía. Por ende, las corrientes de las variantes están organizadas por el camino de la menor resistencia. Precisamente en estos caminos se hallan las decisiones óptimas. La mente, capturada por los péndulos actúa en interés de ellos y se descarrila constantemente de los flujos. En otras palabras, la mente se adentra demasiado en el berenjenal, es decir, siempre busca soluciones difíciles para problemas fáciles.

Todos esos razonamientos pueden parecerte excesivamente abstractos. Si aplicas en la práctica todo lo que estamos hablando, podrás convencerte por tu cuenta de cuan real es la existencia de los flujos. Es un verdadero regalo de lujo para la mente. En cada problema está cifrada la clave de su solución, la primera clave es moverse por el camino de menor resistencia. La gente, como regla general, busca soluciones difíciles, porque considera los problemas como obstáculos y los obstáculos, como es sabido, hay que superarlos con mucho esfuerzo. Debes cultivar la costumbre de escoger la solución más sencilla para cada problema que surja.

Todos tenemos que aprender algo nuevo, o bien hacer algo que ya conocemos y a lo que estamos acostumbrados. La cuestión es cómo hacer tanto uno como lo otro de la manera más eficaz. La respuesta es tan simple que resulta difícil creer en su eficacia: según el principio del movimiento a favor de la corriente, es necesario procurar hacerlo todo de la manera más fácil y simple que sea posible.

Las variantes más óptimas de cualquier acción están organizadas en flujos. Los flujos están compuestos por cadenas de relaciones óptimas de causa-consecuencia. Cuando tomas la decisión de dar el siguiente paso en tu acción, estás eligiendo el siguiente eslabón de la cadena. Sólo debes determinar cuál de esos eslabones pertenece a la corriente. ¿Qué hace uno en estos casos?

Pues, tomar la decisión lógica que sea la más correcta, desde punto de vista del sentido común y la experiencia diaria.

La mente toma una decisión volitiva. Se considera capaz de calcularlo y explicarlo todo. Sin embargo, no es así, y tú mismo puedes confirmarlo: cuántas veces te has dado cuenta de que podrías haberlo hecho de otra manera, pero ya era demasiado tarde. El asunto no está en la distracción o insuficiente agudeza mental. No siempre la mente puede elegir una variante óptima, porque sus construcciones lógicas no siempre coinciden con las cadenas de causa-consecuencia de la corriente.

Por mucho que te esfuerces, rara vez consigues elegir la actitud óptima sólo con ayuda de conclusiones lógicas. La mente, como norma general, está bajo la presión del estrés, preocupaciones, depresiones o una actividad elevada. En otras palabras, los péndulos siempre tiran de la mente. Por tanto ésta siempre actúa de forma tenaz e incita al ataque frontal contra el mundo exterior.

Para elegir el siguiente eslabón de la cadena sólo tienes que librarte de los hilos de los péndulos y seguir simplemente la corriente. Es decir, tienes que mantener el equilibrio y no crear los potenciales excesivos. Para no crear potenciales excesivos es preciso vigilar siempre el nivel de importancia.

Cuando entres en estado de equilibrio con el mundo circundante, simplemente sigue la corriente. Tú mismo verás una multitud de señales que te guiarán. Deja ir la situación, sé observador imparcial, no participante. Ni esclavo ni tampoco amo, simplemente un ejecutor. Ordena a tu Celador que te llame la atención cada vez que tu mente intente tomar una decisión «razonable» volitiva. Alquílate en calidad de ejecutor, pero observa tu propio trabajo desde fuera. Todo es mucho más simple de lo que parece. Déjate llevar por esta sencillez. Es la mente la que te lleva hacia la catarata, no la corriente de las variantes.

Por ejemplo, necesitas comprar algo. Pero no sabes dónde lo puedes encontrar. La mente te sugiere la variante más razonable, pero más difícil. En tu búsqueda recorres media ciudad, y al final encuentras lo que necesitabas al lado de tu casa. Si la importancia de la tarea hubiera sido más baja, la mente no habría buscado la solución difícil.

Otro ejemplo. Tienes una lista entera de quehaceres. ¿Cuáles elegirás en primer lugar y cuáles luego? No hay que pensar. Si el orden no es lo más importante, haz las cosas simplemente en el orden en que se dejen hacer. Muévete junto con la corriente, desata tu mente de la influencia de los péndulos. No pretendo que te conviertas en un barquito de papel sin voluntad entre las olas, sino que no des golpes al agua cuando sea suficiente hacer movimientos suaves, ligeros y simples.

 No seguiré con la lista de ejemplos. Harás por tu cuenta multitud de descubrimientos útiles y sorprendentes, si intentas, siquiera un día, moverte a favor de la corriente. Cada vez que debas buscar alguna solución, pregúntate: «¿Cuál es el camino más fácil para encontrar una solución?». Elige el más fácil. Cada vez que algo o alguien te distraiga o intente desviarte del camino, no te apresures a oponerte activamente o eludirlo. Intenta alquilarte y observa lo que seguirá. Cada vez que debas hacer algo, pregúntate: «¿Cuál es la manera más fácil de hacerlo?». Permite que el asunto se haga de la manera más fácil. Cada vez que te ofrezcan algo o intenten demostrarte su punto de vista, no te apresures a negarlo o discutir. Puede que tu mente no entienda el provecho que pueda sacar de eso y tampoco vea alternativas. Activa al Celador. Primero observa y sólo después actúa. Al bajar a la sala de espectáculos, no te apresures a establecer el control y permite que el juego se desarrolle, en la medida de lo posible, por sí solo. No tienes que dar manotazos en el agua. No impidas a tu vida ir a favor de la corriente y verás cuánto más fácil se vuelve todo.

 Vadim Zeland: El espacio de las variantes, cap. VI