Razón versus locura

La razón no puede ver pecados pero sí puede ver errores, y propicia su corrección. No les otorga valor, pero sí otorga valor a su corrección. La razón te diría también que cuando crees estar pecando, estás de hecho pidiendo ayuda. No obstante, si no aceptas la ayuda que estás pidiendo, tampoco creerás que puedes darla. De modo que no la darás, y así no renunciarás a esa creen­cia. Pues cualquier clase de error que no haya sido corregido, te engaña con respecto al poder que reside en ti para llevar a cabo la corrección. Si dicho poder puede llevar a cabo la corrección, y tú no se lo permites, te estás negando la corrección a ti mismo así como a tu hermano. Y si él comparte contigo esta misma creen­cia, ambos creeréis estar condenados. Puedes evitarle esto a él y evitártelo a ti, pues la razón no facilitaría la corrección única­mente en ti.

Razón versus locura

No puedes aceptar o rechazar la corrección sin incluir a tu her­mano. El pecado mantendría que sí puedes. Mas la razón te dice que no puedes considerar a tu hermano o a ti mismo como un pecador y seguir percibiéndolo a él o percibiéndote a ti mismo como inocente. ¿Quién que se considere a sí mismo culpable podría ver un mundo libre de pecado? ¿Y quién puede ver un mundo pecaminoso y considerarse al mismo tiempo ajeno a ese mundo? El pecado mantendría que tú y tu hermano no podéis sino estar separados. Pero la razón te dice que esto tiene que ser un error. Pues si estáis unidos, ¿cómo ibais a poder tener pensamientos privados? ¿Y cómo podría ser que los pensamientos que se adentran en lo que sólo parece ser tuyo no tuviesen ningún efecto en lo que sí es tuyo? Si las mentes están unidas, eso es imposible.

Nadie puede pensar por separado, tal como Dios no piensa sin Su Hijo. Eso sería posible únicamente si los dos morasen en cuer­pos. Tampoco podría ninguna mente pensar por separado a menos que el cuerpo fuese la mente. Pues únicamente los cuerpos pueden estar separados, y, por lo tanto, ser irreales. La morada de la demencia no puede ser la morada de la razón. Pero es fácil abandonar dicha morada si ves la razón. No puedes abandonar la demencia trasladándote a otro lugar. La abandonas simplemente aceptando la razón en el lugar que antes ocupaba la locura. La locura y la razón ven las mismas cosas, pero es indudable que las contemplan de modo diferente.

La locura es un ataque contra la razón que la expulsa de la mente, y ocupa su lugar. La razón no ataca, sino que, callada­mente, ocupa el lugar de la locura y la reemplaza si los dementes deciden escucharla. Pero los dementes no conocen su propia voluntad, pues creen ver el cuerpo, y permiten que su propia locura les diga que éste es real. La razón sería incapaz de eso. Y si tú defiendes el cuerpo en contra de tu razón, no entenderás lo que es cuerpo ni lo que eres tú.

El cuerpo no te separa de tu hermano, y si crees que lo hace estás loco. Pero la locura tiene un propósito, y cree también dis­poner de los medios que lo pueden convertir en realidad. Ver el cuerpo como una barrera que separa aquello que la razón te dice que no puede sino estar unido, sólo puede ser una locura. Y no lo podrías ver de ese modo si escuchases la voz de la razón.

Si eliges el pecado en vez de la curación, estás condenando al Hijo de Dios a aquello que jamás puede ser corregido. Le dices, con tu elección, que está condenado, separado de ti y de su Padre para siempre, y sin esperanza de jamás poder retornar a salvo. Mas no pienses que esto es temible. Que estás unido a él es un hecho, no una interpretación. ¿Cómo puede un hecho ser temible a menos que esté en desacuerdo con lo que tienes en más estima que la verdad? La razón te diría que este hecho es tu liberación.

Ni tu hermano ni tú podéis ser atacados por separado. Ni tampoco puede ninguno de vosotros aceptar un milagro sin que el otro no sea igualmente bendecido por él y curado del dolor. La razón, al igual que el amor, desea tranquilizarte, y no es su intención infundirte temor. El poder de curar al Hijo de Dios se te concede a ti porque él no puede sino ser uno contigo. Tú eres responsable de cómo él se ve a sí mismo. Y la razón te dice que se te ha concedido poder transformar su mente por completo -la cual es una contigo- en sólo un instante. Y cualquier instante sirve para llevar a cabo una completa corrección de todos sus errores y restituirle su plenitud. El instante en que elijas ser curado, en ese mismo instante se verá que se ha salvado comple­tamente junto contigo. Se te ha dado la razón para que entiendas que esto es así. Pues la razón, que es tan benévola como la finalidad para la que se emplea, te aleja constantemente de la locura y te conduce hacia el objetivo de la verdad. Y ahí te desharás de la carga que supone negar la verdad. ¡Y ésa es la carga que es terrible, no la verdad!

En el hecho de que tú y tu hermano estáis unidos reside vues­tra salvación: el regalo del Cielo, no el del miedo.

eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente. Y lo que el Amor planea es semejante a Sí Mismo en esto: al estar unido a ti, Él desea que aprendas lo que debes ser. Dedica aunque sólo sea un instante a la grata aceptación de lo que se te ha encomendado darle a tu hermano, y reconoce con él lo que se os ha dado a ambos. Dar no es más bendito que recibir, pero tampoco es menos.

El poder que ejerces sobre el Hijo de Dios no supone una ame­naza para su realidad. Por el contrario, sólo da testimonio de ella. Y si él ya es libre, ¿dónde podría radicar su libertad sino en él mismo? ¿Y quién podría encadenarle, sino él a sí mismo cuando se niega la libertad? De Dios nadie se burla, ni tampoco puede Su Hijo ser aprisionado, salvo por su propio deseo. Y por su propio deseo es también como se libera. En eso radica su fuerza, no su debilidad. Él está a merced de sí mismo. Y cuando elige ser mise­ricordioso, en ese momento se libera. Mas cuando elige conde­narse a sí mismo, se convierte en un prisionero, que encadenado, espera su propio perdón para poderse liberar.

UCDM 1, cap. 21, VI