Ventana al espacio de las variantes

La cabeza humana es constantemente frecuentada por pensamientos controlados e incontrolados. Algunos lo llaman diálogo interior, pero en su esencia es un monólogo. La mente, a parte de sí misma, no tiene a nadie con quien charlar. El alma no sabe razonar ni hablar: ella sólo siente y sabe. El monólogo interior suena muy alto en comparación con las mudas sensaciones del alma. Por ende, la intuición se revela muy rara vez y de modo apenas perceptible.

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Existe la opinión de que si detenemos el monólogo interior, se nos abrirá el acceso a la información intuitiva. Es cierto, pero es imposible desconectar por completo el monólogo en un estado consciente. Supongamos que te has concentrado y has detenido la marcha de pensamientos y palabras. Podría parecer que ya no hay pensamiento alguno, que dentro reina un vacío; sin embargo, eso no significa que el monólogo se haya parado. En este momento la mente no duerme; al contrario, está muy alerta, sólo que su tarea ahora es otra: no pensar ni charlar. Como diciendo: «Pues vale, me callaré y ya veremos qué vas a hacer».

Es una ilusión. El monólogo cesa cuando la mente interrumpe su propio control o, al menos, disminuye la vigilancia. En cambio, con una falsa parada del monólogo, la mente está alerta y podemos decir que, con su silencio «en voz alta», ahoga aún más los sentimientos del alma.

Si la mente hubiese interrumpido su control, tu percepción habría caído en el espacio de las variantes. La verdadera detención del monólogo interior sólo sucede mientras dormimos o en estado de meditación profunda. Sólo puedes sacarle provecho práctico si practicas el sueño lúcido o si posees la técnica de meditación profunda, en la cual la conciencia no se desconecta.

Pero ¿será posible utilizar la interrupción del monólogo interior en el estado consciente? Pues aquí existe un atajo que consiste en una estrecha, ventana que se abre de modo espontáneo en los momentos en que el control de la mente se afloja y los sentimientos intuitivos del alma penetran en el subconsciente.

La intuición se revela como un presentimiento confuso, también llamado voz interior. La mente se distrae y en este preciso momento es fácil percibir los sentimientos y conocimientos del alma. Has oído el susurro de las estrellas de madrugada: la voz sin palabras, la reflexión sin pensamientos, el sonido sin volumen. Comprendes algo, pero muy vagamente. No reflexionas, sino que sientes intuitivamente. Todos hemos experimentado alguna vez eso que llamamos la intuición. Por ejemplo, sientes que alguien está por venir, o que algo tiene que pasar, o sientes el impulso inconsciente de hacer algo, o hay algo que lo sabes simplemente.

Habitualmente se considera que el destello intuitivo es una espontánea ráfaga de clarividencia de la mente. Por una parte, a la mente de pronto le cae «del cielo» una decisión; pero por otro lado, se afirma que la mente ha encontrado la decisión por su cuenta.

En vista del modelo del Transurfing, estamos observando que el mecanismo del destello tiene una naturaleza totalmente distinta. La mente encuentra su decisión mediante una deducción lógica. Y el destello, es decir, el eslabón faltante imposible de obtener de la cadena lógica presente, procede del espacio de las variantes con el alma de intermediaria.

Los vagos sentimientos del alma se revelan como inquietud, opresión o entusiasmo, animación. Podemos unir todos estos sentimientos en un único término: angustia.  Como si el alma intentara informar de algo a la mente pero no fuese capaz de explicarlo. Una preocupación angustiosa, el sentimiento de culpa, el peso de la obligación, la opresión, se realizan como los peores temores. En todos esos sentimientos se revela la unidad de la mente y el alma. Obtenemos la realización de nuestros peores temores como resultado del trabajo de la intención exterior.

Como es sabido, las desgracias nunca vienen solas. Con tales parámetros de emisión mental nos trasladamos a las peores líneas de la vida, donde la desgracia, como se dice, no está solitaria. A veces, la transición inducida nos mete en una racha muy negra y ancha, de la que resulta imposible salir durante mucho tiempo. Presta atención: cuando surja ese estado de angustia opresiva, de inmediato obtienes la realización de tus peores temores. La intención exterior te traslada a las líneas de la vida fracasadas, donde la situación empeora literalmente delante de tus ojos.

Al mismo tiempo que presiente la desgracia, el alma, propiamente, ayuda de paso a realizar esa desgracia como resultado de la unidad del alma y la mente en los peores temores. Al utilizar la propiedad de unidad del alma y la mente en las mejores esperanzas, puedes dirigir la intención exterior hacia tus intereses. Para eso el Transurfing te recomienda renunciar a la importancia, a la negatividad, y dirigir conscientemente la energía mental hacia la obtención de objetivos. Como ya sabes, los parámetros de la energía mental se sintonizan con ayuda de las diapositivas en el estado consciente. Puedes utilizar la misma técnica en el momento de la ventana abierta, si logras captar este momento.

Los conocimientos intuitivos y los presentimientos vienen espontáneamente. En este caso la mente utiliza las facultades del alma de modo pasivo: simplemente recibe la información desde el sector adonde, por casualidad, se descarrió el alma. Pues nuestra tarea consiste en lograr despertar en nosotros, de modo predeterminado, estos presentimientos intuitivos. Eso lo necesitamos para dirigir la vela mayor de nuestra alma hacia en la dirección necesaria.

¿Cómo se hace? Tienes que captar el momento en que la mente se distrajo. Pero ahora, en vez de captar los sentimientos, debes inducirlos intencionadamente, es decir, introducir la diapositiva instantánea en la ventana. La diapositiva debe contener los sentimientos que experimentas dentro de esa diapositiva. Al introducir la diapositiva dentro de la ventana que acaba de abrirse, no recibes la información del alma, sino que, por el contrario, diriges el alma hacia el sector del espacio. Si logras hacerlo, tu mente rozará la intención exterior.

Vadim Zeland: El susurro de las estrellas de madrugada, cap. 3