Aprendizaje por experiencia directa

El aprendizaje por experiencia directa lo presentaremos con sencillez expresamente, sabiendo que todo esto pasa a nivel energético y en una conciencia su­perior y no a nivel mental, como las palabras utilizadas po­drían dejar entrever. Pero como, según la ley de las corres­pondencias, «lo que está arriba es como lo que está abajo», podemos utilizar unas imágenes propias de nuestro mundo para ilustrar lo que pasa a otro nivel.

Aprendizaje por experiencia directa

Por lo que respecta a la elección, lo mismo que en la es­cuela, se observa lo que falta por aprender y experimentar para llegar al control del vehículo de manifestación, y se de­cide tener ciertas experiencias nuevas que serán probadas en la próxima vida con el fin de acrecentar experiencia y cono­cimientos. Así pues se eligen y atraen simplemente hacia nosotros las condiciones físicas y psicológicas que permitan esas experiencias nuevas. A eso llama Max Heindel la epigénesis. El ser humano tiene la capacidad de generar, acelerar o retardar su propia evolución según lo desee, tanto a nivel del Ello como a nivel de la personalidad.

Preparando las condiciones de su retorno, el ser humano, a nivel del Ello, en particular, elegirá el lugar donde se encar­ne, las condiciones familiares, sociales, físicas, genéticas, as­trológicas, etc., que le permitan hacer las experiencias pre­vistas en el inicio. No habrá, por tanto, ningún aspecto que quede relegado al azar. Todas las condiciones de inicio han sido rigurosamente elegidas por el Ello, según este modelo, a fin de favorecer al máximo el aprendizaje que deberá hacerse en este período de vida física.

Después, la persona podrá reaccionar de diferentes for­mas, dependiendo del nivel de conciencia alcanzada, lo que determinará, en aquel momento, otras posibilidades de expe­riencia, y por ende incluso otras condiciones que puedan presentarse. A nivel de la personalidad, siempre tenemos la posibilidad de elegir nuestra respuesta a las circunstancias generadas por el Ello, y esta respuesta determinará lo que vamos a atraer más tarde, siempre en función de la ley de la evolución.

Al nacer, y en la infancia, atraeremos acontecimientos se­gún el principio del pensamiento creador, todo depende en particular de la forma en que hemos programado nuestra mente en la vida intrauterina. Pero somos nosotros, en el ni­vel del Ello, quienes en el inicio hemos atraído hacia nosotros las condiciones que facilitan esas programaciones. El proceso es siempre «supervisado», digámoslo así, por la energía del Ello que sabe en qué dirección debe hacerse la evolución glo­bal en el transcurso de esta encarnación.

En este sentido, incluso las condiciones «traumáticas» del nacimiento o de la infancia son perfectamente apropiadas para que podamos construir un sistema mental que atraerá hacia nosotros las circunstancias que necesitamos para evo­lucionar. Son precisamente esas experiencias, más o menos traumáticas, sobre las que trabajan muy bien muchas psicote­rapias y técnicas de liberación interior en la actualidad, así como las estructuras de carácter que se construyen partiendo de esas experiencias. No se encuentran allí por una fatalidad más o menos desgraciada. Podríamos decir incluso que son «perfectas», porque son precisamente las que nuestro Ello ha provocado voluntariamente para poder experimentar la vida de forma que nos permita desarrollar nuestra conciencia al máximo, si realmente lo deseamos. El que esas estructuras de carácter o esos traumatismos sean «perfectos», no quiere de­cir que debemos ser esclavos de ellos. Son perfectos en el sentido que representan específicamente el material de trabajo que necesitamos para evolucionar en función del momento en que nos encontramos en nuestra evolución.

Examinar el trabajo sobre uno mismo en esta perspectiva nos permite en particular abordarlo desde un ángulo mucho más positivo, y con mucho más poder. Primeramente, deja­mos de censurar a nuestros padres, las circunstancias socia­les, o cualquier cosa del exterior, sabiendo que somos noso­tros quienes hemos elegido esto como material de trabajo. En lugar de perder nuestra energía en reproches y en lamentos, nos ponemos a trabajar simple y eficazmente sobre lo que hay que hacer en nuestra propia conciencia. Luego, en lugar de considerar que no valemos nada o somos desgraciados porque tenemos ciertas limitaciones, ciertas estructuras de carácter anquilosadas, ciertas dificultades para sentirnos ple­namente satisfechos y felices, podemos observar todo ese embrollo con un poco más de serenidad. Efectivamente, sa­bemos que es el material elegido por nuestro Ello, el que nos permitirá trabajar para expresar la perfección del ser que so­mos verdaderamente. Y es en realidad esta actitud la que nos permitirá librarnos de él lo más rápida y eficazmente posible.

Annie marquier: El poder de elegir, cap. VIII