Ataque y culpabilidad

Si no te sintieses culpable no podrías atacar, pues la condena­ción es la raíz del ataque. La condenación es el juicio que una mente hace contra otra de que es indigna de amor y merecedora de castigo. Y en esto radica la división, pues la mente que juzga se percibe a sí misma como separada de la mente a la que juzga, creyendo que al castigar a otra mente, puede ella librarse del cas­tigo. Todo esto no es más que un intento ilusorio de la mente de negarse a sí misma y de eludir la sanción que dicha negación con­lleva. No es un intento de renunciar a la negación, sino de afe­rrarse a ella. Pues la culpabilidad es lo que ha hecho que el Padre esté velado para ti y lo que te ha llevado a la demencia.

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La aceptación de la culpabilidad en la mente del Hijo de Dios fue el comienzo de la separación, de la misma manera en que la aceptación de la Expiación es su final. El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido. Contempla detenidamente este mundo y te darás cuenta de que así es. Pues este mundo es el símbolo del castigo, y todas las leyes que parecen regirlo son las leyes de la muerte. Los niños vienen al mundo con dolor y a través del dolor. Su crecimiento va acompañado de sufrimiento y muy pronto aprenden lo que son las penas, la separación y la muerte. Sus mentes parecen estar atrapadas en sus cerebros, y sus fuerzas parecen decaer cuando sus cuerpos se lastiman. Parecen amar, sin embargo, abandonan y son abandonados. Parecen perder aquello que aman, la cual es quizá la más descabellada de todas las creencias. Y sus cuerpos se marchitan, exhalan el último suspiro, se les da sepultura y dejan de existir. Ni uno solo de ellos ha podido dejar de creer que Dios es cruel.

Si éste fuese el mundo real, Dios sería ciertamente cruel. Pues ningún Padre podría someter a Sus hijos a eso como pago por la salvación y al mismo tiempo ser amoroso. El amor no mata para salvar. Si lo hiciese, el ataque sería la salvación, y ésta es la interpretación del ego, no la de Dios. Sólo el mundo de la culpabili­dad podría exigir eso, pues sólo los que se sienten culpables podrían concebirlo. El «pecado» de Adán no habría podido afec­tar a nadie, si él no hubiese creído que fue el Padre Quien le expulsó del paraíso. Pues a raíz de esa creencia se perdió el conocimiento del Padre, ya que sólo los que no le comprenden podían haber creído tal cosa.

Este mundo es la imagen de la crucifixión del Hijo de Dios. Y hasta que no te des cuenta de que el Hijo de Dios no puede ser crucificado, éste será el mundo que verás. No podrás compren­der esto, no obstante, hasta que no aceptes el hecho eterno de que el Hijo de Dios no es culpable. Él sólo merece amor porque sólo ha dado amor. No se le puede condenar porque él nunca ha con­denado. La Expiación es la última lección que necesita aprender, pues le enseña que puesto que nunca pecó, no tiene necesidad de salvación.

UCDM 1, cap. 13