Cuando nos reconocemos como creadores, ya hemos mencionado que favorecemos la identificación con el Ello. Eso nos permite en particular estar en contacto con su poder creador. Hemos observado que las personas que practican el principio de responsabilidad puedan llegar a atraer conscientemente ciertos acontecimientos o situaciones, atrayendo a la gente que les es favorable y generando incluso lo que parecen ser «milagros» en sus vidas. Tan fuerte es el poder del pensamiento creador.
El contexto de responsabilidad no hará desaparecer instantáneamente todas las reacciones emotivas negativas que todavía podamos tener, porque hace mucho tiempo que ciertos mecanismos se instalaron en nosotros. Sabemos que es importante dejar emerger esas emociones a nuestra conciencia y no suprimirlas. En cambio, esta forma de percibir las cosas nos permite transformar progresivamente esas emociones en tranquilidad y en sabiduría. Es infinitamente más fácil encontrar nuestro centro y nuestra paz interior en este contexto. Percibir esta «perfección» del universo nos permite centrarnos más rápidamente en nosotros mismos y reencontrar el contacto con nuestra luz interior.
El concepto de responsabilidad nos permite disfrutar de una sensación casi permanente de gratitud. Esta sensación hacia nosotros mismos, hacia los otros y hacia el universo, es un sentimiento surgido directamente del Ello. Es un sentimien¬to que nos llena el corazón de dulzura y ternura.
Existe una ley que al parecer funciona de tal forma que cuanto más reconocimiento tenemos hacia los demás, más generosa es la vida con nosotros. Porque la gratitud, el reco¬nocimiento del corazón, nos pone en un estado vibratorio muy elevado que atrae automáticamente hacia nosotros las cosas en un nivel de calidad muy superior.
Cuando asumimos la responsabilidad, cesamos de dejarnos manipular y de manipular a los otros. Vamos a buscar la verdad al interior de nosotros mismos, porque hemos elegido reconocer, declarar y manifestar nuestro propio poder. Aprendemos a no tener ya miedo del Poder de los demás ni del nuestro. Liberados de los traumas de la autoridad producidos durante la infancia, respetamos el poder de los otros y manifestamos el nuestro, en el respeto a las diferencias e intercambio auténtico. Nos hacemos capaces de dar y recibir poder, y que todo el mundo resulte beneficiado, incluso nosotros mismos.Reconocemos nuestro poder, abrimos la puerta a la manifestación de éste y lo ponemos en marcha. El reconocer nuestro poder nos lo devuelve.
A partir del momento en que sabemos que somos creadores y que tenemos todo el poder en nosotros para generar una vida que sea más satisfactoria, estamos dispuestos a actuar para construirla y jugar a ganador al juego de la vida, en lugar de intentar hacer perder a los otros como lo hace la víctima. La víctima juega a perdedora. Cuando tomamos contacto con nuestro propio poder, jugamos a ganador.
Sabiendo que todo lo que sucede en nuestra vida es pertinente y está ahí para permitirnos crecer, cuando sufrimos un fracaso, en lugar de censurar al mundo entero o a nosotros mismos, buscaremos aprender de ese resultado que no corresponde a lo que queríamos. Cesamos de resistir a nuestros supuestos «fracasos», y aprendemos rápidamente por la experiencia que nos aportan. De esta forma nuestro éxito se construye sólidamente.
La mejor manera de cambiar las cosas es cesar de resistir a ellas; en ese estado de abandono la acción justa resulta posible.
La responsabilidad nos permite igualmente el desarrollo de la sabiduría al aceptar lo que no podemos cambiar. Aceptar la salida del mundo físico de uno de los nuestros será por ejemplo infinitamente más fácil a partir del contexto de responsabilidad.
El concepto de responsabilidad nos devuelve el poder y la energía, facilitando una real aceptación de la vida y un dejarse llevar. Esta aceptación sana y dinámica, este estado de dejarse llevar, eleva nuestra frecuencia vibratoria y atrae a nosotros imprevistos beneficios suplementarios. Cuando amamos la vida, siempre somos recompensados por ella.