A medida que descansamos sin esfuerzo en nuestro propio Ser, saboreamos cómo se siente estar libre de preocupaciones, anticipaciones y planificaciones. Encontramos la tranquilidad que hemos estado buscando todo el tiempo. Una paz que no está a merced de los acontecimientos, o las vacilaciones de la mente pensante. Una paz a la que podemos volver una y otra vez.
Hemos llegado a casa.
Se ha dicho que la sabiduría más elevada estriba en el desapego, o, según palabras de Chuang Tse: “El hombre perfecto utiliza su mente como un espejo; no se aferra a nada, no rechaza nada; solo recibe, pero no retiene”.
El desapego significa no sentir ningún remordimiento por el pasado ni miedo por el futuro; dejar que la vida siga su curso sin intentar interferir en su movimiento y cambio, sin intentar prolongar las cosas placenteras ni provocar la desaparición de las desagradables.
Actuar de este modo es moverse al ritmo de la vida, estar en perfecta armonía con su música cambiante, a esto se llama iluminación.
Atención a la oscuridad
“Es la naturaleza del ego tomar, y la naturaleza del espíritu compartir”. — Proverbio
El autor y defensor de la medicina alternativa Deepak Chopra afirmó: “Si quieres alcanzar un estado de felicidad, ve más allá de tu ego. Toma la decisión de renunciar a la necesidad de controlar, la necesidad de ser aprobado y la necesidad de juzgar. Esas son las tres cosas que el ego está haciendo todo el tiempo. Es muy importante estar al tanto de ellos cada vez que aparecen”.
Mucha gente está dormida por el vicio que tiene el ego y son víctimas de él porque no se dan cuenta de su influencia.
Lo primero que debemos hacer para llevarnos en esta dirección es definir la muerte. En última instancia, lo que vemos como muerte es solo una manifestación de un proceso que está sucediendo todo el tiempo. Entonces, en lugar de enfocarse en la muerte como yendo de un estado (vivo) a otro (muerto), es mucho más útil verlo así: Morir es la ruptura de una realidad para dejar sitio a otra.
Lo que esta definición nos muestra es que la muerte es una ocurrencia continua que es la mitad de un proceso más grande; cambio. La otra mitad es vida. La muerte y la vida existen como una, y no pueden existir sin la otra. Lo asombroso de ver la muerte de esta manera es que con esto se da cuenta de que este movimiento de energía (morir) es totalmente aplicable a nuestra vida cotidiana.
La mayoría de nosotros tiene la idea de que «Yo mismo» es un centro separado de sensación y acción, que vive dentro del cuerpo físico y está limitado por él; este centro «enfrenta» un mundo «exterior» de gentes y cosas, toma contacto por medio de sus sentidos con un universo ajeno y extraño. Algunas frases de uso diario reflejan esta ilusión: «Vine a este mundo…» «Debes enfrentar la realidad…» «La conquista de la naturaleza».
El sentido de separación comienza con un pensamiento que identifica exclusivamente a nuestro ser con un cuerpo. Desde el momento en el que este pensamiento surge —y siempre surge ahora— nuestra verdadera naturaleza de presencia transparente parece convertirse en un denso, sólido y material yo, es decir, parece convertirse en un cuerpo.
No sólo nos limitamos a pensar que somos un limitado y localizado yo, sino que también lo sentimos.