El Principio rector

Habitar el mundo de los despiertos, el mundo único en común del que nos habla Heráclito, solo es posible en la medida en que haya en nosotros algo superior y más originario que nuestros juicios, impulsos y pasiones; una instancia ontológica que nos permite tomar distancia con respecto a ellos, discernir su naturaleza y despertar del sueño en el que vivimos cuando confundimos nuestro particular sistema de creencias y las conductas estructuradas en torno a él con nuestra identidad ―es decir, nuestro mundo subjetivo con la realidad―; una dimensión que posibilite que no seamos zarandeados como marionetas por nuestros condicionamientos, por nuestras representaciones no examinadas y por los impulsos que se derivan del asentimiento a ellas.

El arte de la contemplación

Contemplar mientras se investiga es dejar que la mente se movilice con las verdades que van apareciendo, dejando un espacio abierto para que la verdad penetre y para que surja entonces espontánea desde dentro (no desde el pensamiento) la respuesta a la verdad. Esta verdad que aparece espontánea se percibe con evidencia. ¿Y qué es una evidencia? Es una serena paz, el equilibrio de ser lo que somos. La verdad no se piensa, se es.
El arte de contemplar es el arte de ser. El avanzar en la contemplación es avanzar en el ser que somos verdaderamente y que se evidencia cuando contemplamos. Esto no se puede comprender desde la idea errónea que tenemos los humanos de que una cosa es conocer y otra es ser. Cuando pensamos, siempre lo hacemos desde la dualidad primigenia de la mente que escinde lo Real en dos: el que mira y lo mirado, el contemplador y lo contemplado. Así no podemos comprender; y por eso mismo creemos que el contemplar nos aleja del ser, cuando es realmente lo contrario.

La raíz del sufrimiento

El gran maestro espiritual Krishnamurti dijo: «Cuando a un niño le enseñas que un pájaro se llama ‘pájaro’, el niño no volverá a ver el pájaro nunca más». Lo que verá será la palabra «pájaro». Eso es lo que verá y sentirá; y cuando alce los ojos al cielo y vea que ese ser extraño y alado echa a volar, ya no se acordará de que lo que hay allí es, verdaderamente, un gran misterio. Ya no se acordará de que en realidad no sabe lo que es. Ya no se acordará de que esa cosa que vuela por el cielo está por encima de todas las palabras, de que es una expresión de la inmensidad de la vida.

El proceso impersonal de la desidentificación

El entendimiento y la vida no están separados. El entendimiento aporta un cambio definido en nuestra vida y en el vivir, y ese cambio es tan natural y espontáneo, que con frecuencia no nos damos cuenta del mismo. Curiosamente, ese cambio sólo lo reconocerán los demás. Puesto que actúas con naturalidad, con normalidad, pero lo más esencial es que no esperas ningún cambio. Por consiguiente, éste se produce. El cambio se produce y los demás se dan cuenta. ¿Cómo lo sabes? Sigues haciendo lo que hacías antes, pero sin ansiedad ni deseo. De alguna manera, eso se transmite a las personas con las que estás en contacto.

La filosofía del vedanta

El vedanta es una filosofía simple: afirma que nuestro verdadero Ser, lo que denomina Atman, es Dios. «Yo soy Dios» (aham brahmasmi) es la verdad suprema. La misma conciencia que reside en el núcleo de nuestro ser impregna por completo el universo entero. Conocernos a nosotros mismos es conocer a Dios y ser uno con todo. El vedanta es una filosofía de autorrealización, y su práctica es una forma de autorrealización a través del yoga y la meditación.

Presenta una vertiente teísta que reconoce a un creador cósmico (Ishvara) que gobierna en todo el universo a través de la ley del karma. Dios es el maestro supremo, el gurú más elevado de quien emanan todas las enseñanzas verdaderas por el poder de la palabra divina. El teísmo vedántico adopta muchas formas, como la adoración a Shiva, Vishnu o la Diosa. De hecho, puede acoger en su seno casi cualquier forma de teísmo que acepte el karma y la reencarnación.