El Camino del Corazón

Tradicionalmente, hay dos caminos hacia la realización del Ser. El camino del conocimiento y el del corazón. Son muy diferentes, pero ambos conducen a la misma verdad. El camino del conocimiento lleva a un momento de entendimiento, cuando te das cuenta de que la estructura “mi vida” que has estado construyendo durante muchos años, no existe, que siempre fue una ilusión.
El camino del corazón ―devoción― conduce a la verdad a través de la entrega. Constantemente entregas a la existencia todo lo que conoces como “yo”. Constantemente lo arrojas todo al fuego. Por este camino llegas a la misma verdad. Debido a muchas pequeñas renuncias, este gran “yo”, la ilusión, se consume en el fuego y, en ese momento, deja de existir. Por ambos caminos se descubre que el ego, el falso ser, no existe. Los dos conducen a la muerte absoluta del “yo”.

Lo que es, es Dios

Lo que es, es Dios. Es como cuando alguien hace la pregunta, «¿Es el mundo real?» El mundo, por sí mismo, es una ilusión, pero Dios, como el mundo, es real. A medida que avanzamos nos encontramos con que nunca hubo un Dios, así que nunca hubo un mundo. Pero digamos que, porque Dios es, el universo es. Todo, desde el microbio más humilde a la más exuberante galaxia, es Dios en expresión. Todo es Dios. Cada hoja, cada pieza de arcilla, cada estrella, cada planeta no tiene por sí mismo ninguna base para su existencia. Porque Dios es, todo lo demás es.

El Principio rector

Habitar el mundo de los despiertos, el mundo único en común del que nos habla Heráclito, solo es posible en la medida en que haya en nosotros algo superior y más originario que nuestros juicios, impulsos y pasiones; una instancia ontológica que nos permite tomar distancia con respecto a ellos, discernir su naturaleza y despertar del sueño en el que vivimos cuando confundimos nuestro particular sistema de creencias y las conductas estructuradas en torno a él con nuestra identidad ―es decir, nuestro mundo subjetivo con la realidad―; una dimensión que posibilite que no seamos zarandeados como marionetas por nuestros condicionamientos, por nuestras representaciones no examinadas y por los impulsos que se derivan del asentimiento a ellas.

El arte de la contemplación

Contemplar mientras se investiga es dejar que la mente se movilice con las verdades que van apareciendo, dejando un espacio abierto para que la verdad penetre y para que surja entonces espontánea desde dentro (no desde el pensamiento) la respuesta a la verdad. Esta verdad que aparece espontánea se percibe con evidencia. ¿Y qué es una evidencia? Es una serena paz, el equilibrio de ser lo que somos. La verdad no se piensa, se es.
El arte de contemplar es el arte de ser. El avanzar en la contemplación es avanzar en el ser que somos verdaderamente y que se evidencia cuando contemplamos. Esto no se puede comprender desde la idea errónea que tenemos los humanos de que una cosa es conocer y otra es ser. Cuando pensamos, siempre lo hacemos desde la dualidad primigenia de la mente que escinde lo Real en dos: el que mira y lo mirado, el contemplador y lo contemplado. Así no podemos comprender; y por eso mismo creemos que el contemplar nos aleja del ser, cuando es realmente lo contrario.

La raíz del sufrimiento

El gran maestro espiritual Krishnamurti dijo: «Cuando a un niño le enseñas que un pájaro se llama ‘pájaro’, el niño no volverá a ver el pájaro nunca más». Lo que verá será la palabra «pájaro». Eso es lo que verá y sentirá; y cuando alce los ojos al cielo y vea que ese ser extraño y alado echa a volar, ya no se acordará de que lo que hay allí es, verdaderamente, un gran misterio. Ya no se acordará de que en realidad no sabe lo que es. Ya no se acordará de que esa cosa que vuela por el cielo está por encima de todas las palabras, de que es una expresión de la inmensidad de la vida.