CÓMO DESCUBRÍ LA INDAGACIÓN MEDITATIVA

Me gusta contar cómo descubrí la indagación meditativa. Fue, en gran medida, algo muy espontáneo, casi un error. Nunca me habían enseñado nada relacionado directamente con la indagación meditativa, y nadie me lo había sugerido. Me llegó de forma natural, tras años de práctica espiritual meditativa.

En un momento dado me di cuenta de que tenía algunas preguntas sobre mi práctica, sobre mi espiritualidad, sobre mi vida, preguntas que se hacen también otras personas. De hecho, mis preguntas eran bastante básicas. Por ejemplo: ¿qué es la entrega? Había oído hablar de la entrega muchas veces, y me preguntaba qué era realmente esa entrega. ¿Y la meditación? ¿Qué es realmente? Esta línea de cuestionamiento me llevó, por último, a preguntarme quién era yo. Me di cuenta de que estas preguntas merodeaban por mi mente, y yo trata de involucrarme directamente en ellas. Y así fue como descubrí la indagación meditativa.

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Iba a una cafetería por las tardes, después del trabajo, y comenzaba con una pregunta. Cogía un pedazo de papel y un bolígrafo y me ponía a escribir la pregunta como si estuviese hablando con otra persona. Cuando enseñamos a los demás siempre les transmitimos lo que sabemos de la mejor forma posible, así que yo hacía como si le estuviese diciendo la respuesta a alguien. Hice un acuerdo conmigo mismo para no escribir ni una sola palabra a no ser que supiera por experiencia propia que era precisa y cierta. Así que elegía un tema, como por ejemplo “¿qué es la entrega?”, y empezaba a escribir sobre él. Como he dicho anteriormente, no terminaba ninguna frase si no sentía que era cierta, si no sentía que estaba hablando desde mi experiencia personal. Luego pasaba a la siguiente frase, y después a la siguiente. Comprobé que tardé relativamente poco en llegar al final de mi conocimiento sobre el tema. En general llegaba al límite de mi conocimiento en dos páginas escritas a mano, como mucho en tres. Entonces me chocaba contra una pared interna y la sentía no sólo en mi mente, sino también en mi cuerpo. Sabía que eso era todo, que mi experiencia no daba para más.

Sabía que no había llegado hasta el fondo de mi pregunta, así que entonces me quedaba ahí sentado, literalmente, con el bolígrafo en una mano y la taza de café en otra, y me negaba a escribir una palabra más hasta que no supiese que era cierta. A veces seguía sentado es ese lugar durante bastantes minutos, otras veces durante media hora, a veces dos, pero no escribía la siguiente palabra hasta que no estuviese seguro de que era verdadera y precisa. Entonces descubrí que la única forma de moverme era quedándome quieto ahí mismo, en el límite de mi conocimiento, sintiendo la mente y el cuerpo en ese umbral. Sin pensar en la pregunta. Sin ponerme a filosofar con la mente, quedándome cinestésicamente en esa frontera entre lo que sabía y lo que había más allá. Y descubrí que quedándome en esa frontera (sintiéndola, percibiéndola, sabiendo que quería trascenderla) al cabo del rato surgía la siguiente palabra o frase. Cuando surgía, la ponía por escrito. A veces escribía media frase nada más y me daba cuenta, justo a la mitad, de que llegaba otra vez a la frontera. Entonces volvía a detenerme y esperaba. Me mantenía en la frontera.

Con el paso del tiempo descubrí que podía atravesar esta misteriosa limitación esta misteriosa pared de conocimiento, y que podía trascenderla. Y sabía cuándo tenía que hacerlo, pues de repente todo volvía a fluir. Empezaba a escribir cosas de las que nunca había sido consciente. De pronto surgía toda esa sabiduría y yo la escribía, llegando a una conclusión al cabo de un tiempo.

Pero estos escritos no eran muy largos, lo máximo que llegué a escribir fueron, creo, siete u ocho páginas manuscritas. Así que no se trataba de largas disertaciones; yo intentaba expresar lo que sabía de la forma más corta y concisa. Y cuando terminaba de escribir, lo primero que descubría, y lo más importante, era que la pregunta había desaparecido. Y, en segundo lugar, comprobaba que la respuesta a todas las preguntas era, en último término, la misma. Era la respuesta a la que todo el mundo debe llegar por sí mismo, la pregunta que todo el mundo debe descubrir a través de su propio proceso de indagación. La respuesta era, simplemente: “Soy yo”. ¿Qué es la entrega? “Yo soy la entrega”. La entrega no es algo que haga, no es un acto que realice. La entrega es una expresión de mi ser más auténtico. Independientemente de la pregunta, al final siempre llegaba al mismo lugar: no obtenía ninguna respuesta en la mente, sino una intensa sensación de que todo se resumía en “soy yo”.

No puedo explicarlo intelectualmente, pero recibí la revelación de que, al final, todo era lo mismo. Así fue como llegué a este tipo de indagación. Cuando aprendí a hacerlo a través de la escritura, comprobé que podía hacer lo mismo sin escribir. Ponerlo por escrito tiene cierto valor práctico, pues te muestra lo que sabes. Evita que sigas dándole vueltas en la mente. Pero después me di cuenta de que podía hacer este proceso sin escribir, y eso formó la base de mi método actual de enseñar la indagación meditativa. De hecho, a veces propongo a la gente que lo haga por escrito si eso es lo que prefieren. Sin embargo, hay personas que no necesitan escribirlo. Pero tú debes indagar con energía, concentración y sinceridad. Para poder hacerlo con efectividad, realmente debemos desear saber. La indagación no es un juego. Realmente tenemos que querer saber.

Adyashanti- MEDITACIÓN AUTÉNTICA