Confianza en ti mismo

¿Para qué, en general, necesitas tener confianza en ti mismo? Para conquistar con valentía y decisión el lugar propio bajo el sol. Los péndulos nos han impuesto un postulado inquebrantable, nada se te da porque sí, si quieres conseguir lo tuyo has de luchar, insistir, exigir, adelantarte al competidor, abrirte paso con los codos. Y para actuar con valentía y decisión es imprescindible tener confianza en sí mismo.

 Confianza en ti mismo

Como sabes, el camino de la lucha y la competencia no es el úni­co posible. Si renuncias al guion de los péndulos, puedes conseguir lo tuyo tranquilamente y sin insistir. Y para eso no es necesario en absoluto luchar, basta con obtener la determinación de tener. Para los péndulos tu libertad de elección es devastadora. Si cada uno se li­mita a coger lo suyo sin luchar, sin gastar energía en crear obstáculos que luego deberá saltar, entonces los péndulos se quedan sin nada. A pesar de que es difícil imaginar nuestro mundo sin péndulos, los falsos estereotipos establecidos por ellos no resultan tan inquebran­tables como, digamos, las leyes de la mecánica. La conciencia y la intención permiten ignorar el juego de los péndulos y conseguir cada uno lo suyo sin ningún tipo de lucha. Y cuando hay libertad sin lucha, no necesitas confianza en ti mismo.

El único origen de la inseguridad en ti mismo es la importan­cia. La confianza es el mismo potencial de la inseguridad, pero con el signo contrario. Tanto una como otra tienen raíces comunes: la dependencia de los factores externos y de las circunstancias. De modo que tenemos la siguiente imagen. El péndulo lleva al individuo por el camino, elegido por el mismo péndulo, sujetándole por los hi­los como a una marioneta. Al individuo le parece que no sólo es incapaz de elegir el camino, sino que tampoco puede andar por su propia iniciativa. Si los hilos se mantienen estables, el hombre anda seguro, como un niño cogido de la mano de su madre. En cuanto los hilos se aflojan y empiezan a sacudirse, inquietos, la persona se siente insegura y procura tensar esos hilos.

No es el péndulo quien le sostiene: es el hombre mismo quien no suelta los hilos de la importancia. Tiene miedo de soltarlos, puesto que está bajo el poder de la dependencia, que le  crea una  ilusión de apoyo y seguridad. El niño, al fin y al cabo, soltará la mano de su madre y andará por sí solo: ella misma le animará a hacerlo. Los péndulos, por el contrario, harán todo lo posible para convencer al hombre de que no es capaz de elegir el camino por sí solo ni moverse sin ayuda de los hilos. Si el individuo se libera de la alucinación y suelta los hi­los de la importancia, podrá ir libremente a donde le plazca y elegir simplemente su objetivo, sin tener que luchar por él.

El hombre que haya obtenido la libertad ya no necesita tener con­fianza en sí, la que le crea la sensación de apoyo. Todo lo que necesita es coordinación para no caer. Estando agarrado por los hilos de la importancia, el hombre, por hábito, ve apoyo y estabilidad en el poder del péndulo. Pero de ese modo altera constantemente el equi­librio y se queda colgado, inerme, en esa pseudoseguridad, dándole energía al péndulo. Si el hombre suelta esos hilos, para mantener el equilibrio tan sólo necesitará evitar crear nuevos potenciales excesivos basados en la importancia.

La confianza como apoyo ya no es necesaria, porque si no tengo importancia, no tengo nada que proteger ni tengo nada que conquistar. No tengo nada que temer ni de qué preocuparme. Si no hay nada que para mí tenga un significado excesivo, la capa de mi mundo no está alterada por potenciales excesivos. Renuncio a la lucha y me muevo según la corriente. Estoy vacío, por tanto no tengo nada por donde alguien pueda engancharme. Pero eso no significa que esté suspendido en el vacío. Precisamente ahora, si así lo deseo, puedo obtener la libertad de elección. No tengo necesidad de luchar. Me limito a coger tranquilamente lo mío. Eso ya no es una confianza inestable, sino tranquila y consciente coordinación.

¿De dónde surge la tranquilidad? Si no hay importancia inte­rior, no hay necesidad de demostrar nada a nadie. Por tanto estás tranquilo. En cambio, cuando te sientes una persona importante, te surge el propósito de enseñárselo a todo el mundo y así creas el po­tencial excesivo. Entonces las fuerzas equiponderantes liarán todo lo posible para acabar con el mito de tu importancia. Constantemente se te crearán unas condiciones en las que tu confianza será puesta a prueba de resistencia.

El mínimo sentimiento de la deficiencia propia también instiga al hombre a luchar por aumentar y fortalecer la significación propia. Renuncia a la necesidad de demostrar nada a todo el mundo y a ti mismo, y acepta esa renuncia como axioma. Al elegir la lucha por la propia importancia, pasarás toda tu vida haciéndolo. Al renunciar a esa lucha, obtendrás la significación al momento.

No necesitas creer ni persuadirte. Simplemente renuncia a la lucha y espera a ver qué pasa. Y ocurrirá lo siguiente. La gente, a tu alrede­dor, te tratará con más respeto, como si a sus ojos tu significación hubiera crecido. Así como te pongas ante ese hecho, la necesidad de creer y convencerte dejará de existir. Simplemente lo vas a saber.

Simplemente renuncia a la lucha por tu significación propia; siendo así sólo te quedará una cosa: sorprenderte y alegrarte por los resultados. Con tal correlación tu significación crecerá ante tus ojos por sí misma. Tu autoestima aumentará y, posteriormente, los demás también se pondrán de acuerdo con ella.

Así como es inútil sobreestimar artificialmente la autoestima, así de inútil es exprimir de sí mismo el sentimiento de culpa. Si estás predispuesto a sentirte culpable, nunca serás capaz de ahogar esa culpa, ni echarla fuera. ¿Qué debes hacer? Proceder del mismo modo que con la autoestima baja. Deja de justificarte ante los demás.

El sentimiento de culpa y preocupación por tu significación propia son manifestaciones básicas de la importancia interior. Todos los demás potenciales excesivos son derivados de esas dos. Ya no necesitarás más la defensa, pues no tienes nada que defender. Tampoco necesitas atacar a los demás para prevenir su ataque. Hay un dicho bueno: «No asustes a nadie y no tendrás miedo tú mismo».

La coordinación absoluta se conseguirá con el acuerdo mutuo entre el alma y la mente. Si a nivel consciente te sientes que quieres y que estás seguro, mientras que el gusano de la sospecha u opresión te corroe el subconsciente, en este caso la coordinación se pierde. Para conseguir la armonía entre el alma y la mente basta con escuchar los deseos de tu corazón y vivir según el propio credo. Sobre cómo y para que escuchar la voz de la propia alma ya se ha dicho más que suficiente. Vivir  según el credo propio significa: me amo a mí mismo; me acepto tal como soy, no me atormentan los remordimientos ni el sentimiento de culpa; sin vacilar actúo según me dictan la mente y el corazón.

El credo se desmorona cuando la autoevaluación se subestima y entre el alma y la mente surgen desacuerdos. Vivir según el credo propio es algo maravilloso, y tú lo sabes. Pero más maravilloso aún es que no haga falta crearlo, ni cambiar, ni luchar contra él. Aunque muchos intentan hacer precisamente eso: tallar su credo, literalmen­te, como si fuera una estatua de mármol. Eso no te traerá nada, salvo autoanálisis infructuoso, vacilación y tormentos del alma. El credo no se forma y no aparece como resultado de una lucha o cual­quier otro esfuerzo de tu voluntad. Tú ya tienes tu credo, sólo que él, al igual que tu alma, está sellado dentro de la funda de la impor­tancia. Tan pronto como te desprendas de la importancia interior y exterior, tu credo se liberará y lo sentirás enseguida. Cuando la importancia está en cero, no tienes nada que defender ni nada que conquistar. Simplemente vives según tu credo y tranquilamente, sin insistir coges lo tuyo.

De esa manera, tras renunciar a la lucha por la significación pro­pia, al dejar de someter al ajeno parecer y al quitar la importancia exterior, obtendrás lo que suele considerarse una verdadera confian­za. No será aquella confianza inestable, basada en potenciales exce­sivos, sino una fuerza interior serena: la coordinación.

La verdadera, serena confianza en sí mismo se basa sólo en la integridad y auto­suficiencia interior de una persona. Eso significa que tú no te estás comparando con nadie, y simplemente estás en absoluto equilibrio con tu alma. Tal equilibrio se logra en la unidad del alma y la men­te, cuando no sientes culpa, dependencia, superioridad, obligación, miedo ni preocupación. En otras palabras, no rompes el equilibrio con el mundo circundante ni contigo mismo. Vives en armonía con el mundo que te rodea y contigo mismo. Vives según tu credo. Por su­puesto, eso es lo ideal, pero a eso hemos de aspirar: es el único modo de obtener la verdadera confianza, o sea, la coordinación. La con­fianza lograda por cualquier otro medio será falsa.

Vadim Zeland: Adelante al pasado, cap. 3