Cooperar y compartir

La evolución del ser humano ha pasado hasta ahora por tres fases. Primero vivió en grupo, en tribu, en familia. Se definía por esa afiliación y no había autonomía posible. Había coherencia y unidad en el interior del grupo, pero no separación de los otros grupos, tribus, etc. la dependencia del grupo constituía una fuerza con la que se aseguraba la supervivencia.

El estadio siguiente consistió en el desarrollo del ego individual; el ser humano tuvo que aprender a funcionar a partir de sus propios recursos separándose de otros individuos. La individualización adquirida cuando se estableció en el ser humano el principio mental constituyó un “progreso”. Es el estadio del ego de nuestros días, el nivel de conciencia más extendido, el del individualismo a ultranza bajo el pretexto de libertad, se huye como de la peste de todo lo que suponga reunirse en grupo o comunidad. Es normal, pues hay que librarse de la atracción hacia el estadio anterior, que supondría una regresión.

3 (54)Sin embargo, a la humanidad le ha llegado el momento de pasar a la tercera etapa. Ya hay un gran número de personas preparadas para trascender el individualismo y vivir la unidad a un nivel superior, no a base de elucubraciones filosóficas sino de manera concreta, lo cual se traduce en un deseo de cooperación y de unión, en un deseo de reunirse en comunidad para crear juntos desde una visión común; no porque se tenga necesidad de los demás, sino porque se siente un impulso interno –en realidad, el del Maestro del Corazón– para poner en común las facultades y recursos de cada uno para el bien de todos. Eso da lugar a un nuevo tipo de grupo o comunidad, casi opuesta en sus características a las tribus o grupos que seguían pasivamente a su jefe. Están constituidos por personas autónomas, responsables y muy desarrolladas a nivel individual, que deciden libremente, desde el corazón, reunirse para llevar a cabo una tarea común en medio del respeto, la cooperación y el apoyo mutuos. Es el modo óptimo de funcionamiento del ser humano, el que hará que el mundo cambie por completo. Y el que desea el Maestro que reside en el Corazón. Cuando se alcanza ese estadio, la coherencia se establece en uno mismo, en las creaciones comunes y en el entorno. La conciencia de la humanidad se ha desarrollado ya lo suficiente como para dejar de funcionar de modo individual y separado; debe tener una visión común y recuperar su capacidad de compartir.

De todas formas, si no somos capaces de ponernos a trabajar juntos en un plazo relativamente breve, tanto a nivel personal como planetario, la vida nos pondrá sin duda ante acontecimientos difíciles en los que no tendremos más remedio que entendernos, y tendremos que colaborar y ayudarnos unos a otros. Porque el gran pasaje el que está llamada la humanidad sólo podrá darse si los seres humanos tienen ese espíritu –el de cooperar y compartir–, que es expresión directa del Maestro del Corazón. Al mantener ese estado de ánimo en nuestros quehaceres cotidianos, no hacemos sino prepararnos para el gran paso.

Por eso, unirse a un grupo de trabajo o de creación, cualquiera que sea, es una potente escuela de trasformación. En él el ego se enfrenta en cada instante a sus temores y a sus deseos individuales de dominación, de control y de egoísmo. El ego detesta los grupos, a menos que consiga de ellos alguna ventaja personal. Sin embargo, el grupo es una maravillosa escuela para el aprendizaje de todas las cualidades del Maestro interior: el respeto, la solidaridad, la generosidad, la humildad, la sinceridad, la responsabilidad, el desprendimiento, la autenticidad y la fraternidad; y el lugar para expresarse uno mismo de forma correcta, para comunicar verdaderamente, para compartir, etc. Es el principio de unidad en acción. Y, en definitiva, la mejor oportunidad para desprenderse del juego del ego en todos sus aspectos. ¡Todo un programa! La más hermosa escuela del corazón que puede haber en el mundo…

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 18-II