Crecimiento interior

Querríamos utilizar el camino del Maestro de modo natural y espontáneo en todos los momentos de la vida. ¿Será suficiente una buena práctica?

La respuesta es a la vez sencilla y compleja. Sencilla respecto al punto de partida, pues concierne a lo que nosotros, seres humanos, podemos hacer consciente y voluntariamente. Compleja e indescriptible respecto a los resultados, pues dependen de una fuerza que supera con mucho la de nuestra pequeña personalidad, por muy valientes y llenos de buena voluntad que nos consideremos.

Podríamos comparar nuestra situación con la de un jardinero que quisiera ver florecer hermosas rosas en su jardín. Ante todo debe estar interesado en el proyecto, y después debe llevar a cabo una serie de acciones concretas: preparar la tierra, plantar algunos esquejes, regarlos, quitar las hierbas y cuidar con regularidad las condiciones del terreno. Todos esos factores favorecerán el crecimiento del rosal y la aparición de las rosas. Pero es evidente que la floración no depende de eso. Depende de la formidable vida que existe –en estado latente– en el tallo y las raíces, en el propio proceso de crecimiento del rosal, depende de la combinación de todas las fuerzas de la Naturaleza que van a hacer que el rosal crezca “mágicamente”. El jardinero no está en el origen de su crecimiento, pero puede facilitarlo u obstaculizarlo según opte por actuar de una manera u otra.

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Lo mismo ocurre con el proceso de crecimiento interior. Podemos facilitarlo o bloquearlo, la decisión es nuestra. Podemos actuar de forma consciente y preparar el terreno poniendo en ello toda la atención posible, los talentos de que disponemos y nuestra buena voluntad. Ese es el objetivo de la “práctica”. Pero que florezca la rosa depende de una fuerza muy superior a nosotros, depende de “algo” muy difícil de definir, llamado a veces “gracia”, que procede de la fuerza de evolución de la Vida que actúa por todas partes en el universo, en todo y a través de todo. No podemos hacer otra cosa más que inclinarnos y dar las gracias a esa fuerza universal que hace florecer las rosas, que hace florecer nuestras almas…

Así que, para efectuar la gran transición, hay algunas cosas que podemos “hacer” de modo consciente y otras que quedan muy por encima de nuestra voluntad y de nuestras facultades, pero que se harán por sí mismas si preparamos el terreno, si abrimos la puerta… Entonces la luz entrará fácil y naturalmente. La práctica sólo sirve para abrir la puerta, aunque eso no significa que sea fácil ni inmediato, pues quizás perdimos la llave hace mucho tiempo y puede que las bisagras estén muy oxidadas…

Lo cierto es, sin embargo, que, igual que para hacer crecer el rosal, también nuestra acción debe estar anclada en la materia, en lo cotidiano. Las hermosas palabras están muy bien, pero no bastan. El milagro de la eclosión interior sólo tendrá lugar si ponemos en práctica los principios de la conciencia superior en la vida cotidiana, en las relaciones con la familia, con los amigos, con la sociedad en general, en el trabajo… Lo que haremos en ese caso será sólo regar, quitar las hierbas y mantener la tierra en buen estado. Pero es lo que permitirá que ocurra el milagro…

Digamos, por último, que si decidimos actuar de modo concreto para dejar que opere la magia de la Vida, debemos hacerlo con sensibilidad, humildad, receptividad, flexibilidad, apertura y paciencia con el fin de sentir, respetar y sustentar la gran fuerza de vida y de transformación que existe en nosotros. La mente, poco acostumbrada a esa actitud, se sentirá decepcionada por no poder controlarlo todo, desde luego. Pero es una magnífica ocasión para dejar de estar atenazados por lo racional ordinario y entrar en contacto con una inteligencia más amplia y una realidad más gozosa. Sólo así podremos dejar que florezcan las rosas…

Annie Marquier: El Maestro del corazón, cap. 16