Culpabilidad, cen­sura y resentimiento

Cuando nos desembarazamos de la culpabilidad, cen­sura y resentimiento, cesamos naturalmente de manipular a los demás, haciéndoles sentirse culpables. ¡Qué alivio en las relaciones entre cónyuges (¡ay!, no podemos criticar al otro, somos nosotros quienes lo hemos atraído a nuestra vida tal como es, que lástima…) entre colegas de trabajo, entre padres, hijos! Un gran saneamiento de las relaciones se efectúa a partir del concepto de responsabilidad. Este espacio más sereno en las relaciones permite empezar a experimentar la aceptación y el amor incondicional.

 

Culpabilidad, cen­sura y resentimiento

En lo que concierne a las relaciones de pareja, el principio de responsabilidad hace milagros en los aspectos de la comu­nicación y del saneamiento de las relaciones. A partir del momento en que cesamos de censurar al otro por lo que no funciona en la relación, abrimos el camino a la verdad y al amor. Reconociéndonos creadores, sabemos que encontra­remos en una relación todo lo que aportemos.

La mayor parte de las relaciones de pareja están fundadas sobre proyecciones inconscientes de relaciones parentales, eso es muy conocido. El contexto de responsabilidad, facili­tando la liberación de esas proyecciones, permite crear relaciones íntimas más sanas y satisfactorias.

Además, la relación de pareja es una experiencia humana fundamental y, en la mayoría de los casos, específicamente determinada por experiencias de vidas pasadas. Hay a menu­do relación kármica entre cónyuges; no atraemos nuestro cónyuge por un desgraciado o feliz azar. Ya sea a partir de proyecciones parentales inconscientes o en una continuación de experiencias provenientes de vidas pasadas, tenemos por supuesto mucho que aprender, desarrollar, completar, y ar­monizar con nuestro cónyuge actual.

Si pasamos todo el tiempo censurando al otro por lo que es, esperando que nos dé satisfacciones y acumulando frus­traciones porque naturalmente no corresponde a nuestras expectativas, olvidamos mirar en nosotros mismos para des­cubrir qué debemos aprender de esta experiencia. Si lo dejamos, censurándole por no haber colmado nuestras esperas emotivas inconscientes nacidas en la infancia, vamos a atraer una vez más el mismo género de situación con otro cónyu­ge… a fin de poder aprender. El contexto de responsabilidad permite salir de este círculo vicioso, el de la búsqueda del príncipe azul (o princesa) que debe hacernos feliz para el resto de nuestra existencia pero que termina por decepcionarnos casi siempre.

En el curso de la vida común, a partir de este contexto, estamos en condiciones de comunicar nuestras necesidades y nuestras preferencias claramente, tomando la responsabilidad de ello. No lo haremos a la manera de la víctima que considera que se le debe todo de antemano y que es el otro quien debe darles satisfacción. Conversaremos de manera responsable, sabiendo que el otro es libre de querer satisfacer nuestras necesidades o no, y que somos libres de convivir con esta persona o no, cualesquiera que sean las circunstancias. De todas formas sabemos que a cierto nivel hemos permitido que se presentasen esas circunstancias. Así pues nos toca a nosotros elegir, recordando que no es lo que se nos presenta lo que determina nuestra vida, sino lo que elegimos hacer con aquello que se nos presenta.

Este tema solo merecería un largo desarrollo. A pesar de todo nos es fácil imaginar todos los beneficios específicos que podemos recoger de la práctica de este contexto en el seno de una relación matrimonial o de convivencia. El contexto de responsabilidad facilita la desaparición de la censura, de los reproches, de las expectativas y de las exigencias inconfesas, del resentimiento y de todo lo que ello conlleva. Permite libe­rarse de las proyecciones parentales inconscientes que son el origen principal de las dificultades de la pareja. Permite vivir unas relaciones adultas respetando al otro, tomando la res­ponsabilidad de la relación y finalmente gozando de la paz, la armonía y la libertad. Permite experimentar el amor incondi­cional, la aceptación y el intercambio verdadero, recapitular prudentemente sobre el estado de una relación, percibir la pertinencia o la impertinencia de un final amigable, si hay necesidad de ello, en paz y armonía. Permite hacer que una rela­ción resulte una excelente oportunidad de crecimiento.

Entre padres e hijos, el principio de responsabilidad faci­lita enormemente las relaciones bajo múltiples puntos de vis­ta, que uno puede imaginar fácilmente. Al igual que en el seno de una relación de pareja, facilitará la aceptación, el res­peto del otro y el amor incondicional.

Podemos imaginar por algunos momentos la atmósfera de un lugar de trabajo donde cada uno funciona a partir del princi­pio de responsabilidad, cesa de quejarse, de censurar a los otros y a las circunstancias y se toma la responsabilidad de crear su propia satisfacción en el trabajo, en el respeto de los demás y en el suyo propio. Podemos imaginar la diferencia que esto representaría en la calidad de la comunicación y en el placer que resultaría de trabajar juntos. Se mejora también la eficacia productiva, porque se trabaja mejor y más fácil cuando se favorece la tranquilidad, las buenas comunicaciones y la creatividad. Todo el mundo, el jefe y los empleados, saldrían beneficiados.

Este contexto, bien integrado, es una verdadera bendi­ción para las relaciones, al nivel que sea. Porque este contexto es tan válido en lo colectivo como en lo individual. Podemos imaginar cómo podrían transformarse las relaciones internacionales si nuestros dirigentes empezaran a integrar este principio. Pero para que esto fuera posible, por supuesto las personas que los eligen tendrían que haberlo integrado ellas mismas…

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. 11