Dar y recibir

Si los regalos se han de dar y recibir de verdad, no se pueden dar a través del cuerpo. El cuerpo no puede ofrecer ni aceptar nada; tampoco puede dar o quitar nada. Sólo la mente puede evaluar, y sólo ella puede decidir lo que quiere recibir y lo que quiere dar. Y cada regalo que ofrece depende de lo que ella misma desea. La mente engalanará con gran esmero lo que ha elegido como hogar, y lo preparará para que reciba los regalos que ella desea obtener, ofreciéndoselos a aquellos que vengan a dicho hogar, o a aquellos que quiere atraer a él. Y allí intercam­biarán sus regalos, ofreciendo y recibiendo lo que sus mentes hayan juzgado como digno de ellos.

 

Dar y recibir

Cada regalo es una evaluación tanto del que recibe como del que da. No hay nadie que no considere como un altar a sí mismo aquello que ha elegido como su hogar. Y no hay nadie que no desee atraer a los devotos de lo que ha depositado allí, haciendo que sea digno de la devoción de éstos. Y todo el mundo ha puesto una luz sobre su altar para que otros puedan ver lo que ha depositado en él y lo hagan suyo. Este es el valor que le conce­diste a tu hermano y que te concediste a ti mismo. Éste es el regalo que le haces a él y que te haces a ti mismo: el veredicto acerca del Hijo de Dios por lo que él es. No te olvides de que es a tu salvador a quien le ofreces el regalo. Ofrécele espinas y te crucificas a ti mismo. Ofrécele azucenas y es a ti mismo a quien liberas.

Todavía miras con los ojos del cuerpo, y éstos sólo pueden ver espinas. Sin embargo, has pedido ver otra cosa y se te ha conce­dido. Aquellos que aceptan el propósito del Espíritu Santo como su propósito comparten asimismo Su visión. Y lo que le permite a Él ver irradiar Su propósito desde cada altar es algo tan tuyo como Suyo. Él no ve extraños, sino tan sólo amigos entrañables y amorosos. Él no ve espinas, sino únicamente azucenas que reful­gen en el dulce resplandor de la paz, la cual irradia su luz sobre todo lo que Él contempla y ama.­

Gozas ya de la visión que te permite ver más allá de las ilusio­nes. Se te ha concedido para que no veas espinas, ni extraños, ni ningún obstáculo a la paz. El temor a Dios ya no significa nada para ti. ¿Quién temería enfrentarse a las ilusiones, sabiendo que su salvador está a su lado? Con él a tú lado tú visión se ha con­vertido en el poder más grande que Dios Mismo puede conceder para desvanecer las ilusiones, pues lo que Dios le dio al Espíritu Santo, tú lo has recibido. El Hijo de Dios cuenta contigo para su liberación. Pues tú has pedido –y se te ha concedido– la fortaleza para poder enfrentarte a este último obstáculo, y no ver cla­vos ni espinas que crucifiquen al Hijo de Dios y lo coronen como rey de la muerte.

Este es el camino que conduce al Cielo y a la paz de la Pascua, donde nos unimos en gozosa conciencia de que el Hijo de Dios se ha liberado del pasado y ha despertado al presente. Ahora es libre, y su comunión con todo lo que se encuentra dentro de él es ilimitada. Ahora las azucenas de su inocencia no se ven manci­lladas por la culpabilidad, pues están perfectamente resguarda­das del frío estremecimiento del miedo, así como de la perniciosa influencia del pecado. Tu regalo lo ha salvado de las espinas y de los clavos, y su vigoroso brazo está ahora libre para condu­cirte a salvo a través de ellos hasta el otro lado. Camina con él ahora lleno de regocijo, pues el que te salva de las ilusiones ha venido a tu encuentro para llevarte consigo a casa.

He aquí tu salvador y amigo, a quien tu visión ha liberado de la crucifixión, libre ahora para conducirte allí donde él anhela estar. Él no te abandonará, ni dejará a su salvador a merced del dolor. Y gustosamente caminaréis juntos por la senda de la ino­cencia, cantando según contempláis las puertas del Cielo abiertas de par en par y reconocéis el hogar que os llamó. Concédele a tu hermano libertad y fortaleza para que pueda llegar hasta allí. Y ven ante su santo altar, donde la fortaleza y la libertad te aguar­dan para que ofrezcas y recibas la radiante conciencia que te con­duce a tu hogar. La lámpara está encendida en ti para que le des luz a tu hermano. Y las mismas manos que se la dieron a tu hermano, te conducirán más allá del miedo al amor.

UCDM 1, cap. 20-II