La necesidad de ayuda

 Llega un momento para todos en que nace un imperativo: la capacidad de ayudar, de servir en un mundo conflictivo. Es cierto que el ansia por comprender este mundo y despertar lleva implícito este deseo, esta necesidad que nace desde lo profundo. El tema no está en la ayuda, sino a quién hay que servir.

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Lanzo una mirada de soslayo, no hace falta que me extienda mucho y, a pesar de los esfuerzos de tantos y tantas por mejorar este mundo lo que veo es oscuridad, falta de visión y ello me hace contemplar lo que es semejante a él mismo: lo mezquino y la debilidad; la enfermedad y la muerte; la necesidad, los desvalidos y amedrantados; los afligidos y la pobreza; los hambrientos tanto de cuerpo como de espíritu; la melancolía latente; la felicidad quebradiza. Esto es lo que me ofrece mi visión.

Y percibo que, es verdad que existe en mi interior como una carga pesada por conseguir “hacer algo” y esto marca los días pues me he dado cuenta que este peso que llevo a mis espaldas no sólo se encuentra ahí sino que también se halla inscrito en mi corazón y siento como me abruma la incapacidad de “hacer más”, pero…en realidad ¿es a los demás a quien necesito servir?

Y me veo a mí misma llena de hambre, buscando comida para otros estómagos, pasando la vida buscando algo que en realidad no sé que es y me olvido de lo realmente importante: un vacío inmenso en donde se encuentra ¡mi Ser!

Al mundo podremos mejorarlo exteriormente. Los tecnicismos nos ayudarán a distraer nuestro ocio y mejorar ciertas áreas de nuestra vida pero lo esencial queda circunscrito, parapetado como en una isla lejana en donde nunca ponemos los pies, entre otras cosas porque no se ha descubierto y por ello carecemos del mapa y ubicación.

¡Pero nuestro Ser es todo!

¡Y además está aquí, tan cerca! Está en nuestro corazón. Está en el centro y desde cualquier punto que partamos, si buscamos el centro seguro que lo encontramos.

Hace años tuve la gracia de saber que en realidad no existe la separación. Que yo y tú es lo mismo. Que en cada ser humano se halla una réplica de la humanidad toda. Que es nuestra consciencia separada la que nos hace percibir la realidad tal como la vemos y ello nos lleva a creer en la separación, en ver la vida llena de pérdidas y ganancias, de luz y sombras, de existencia y desaparición, pero esto nos lo muestra nuestra capacidad de ver vinculada al cuerpo, a sus ojos y a su cerebro. De ahí que creamos que podemos cambiar lo que vemos poniendo trocitos de vidrio de colores delante de los ojos. Nos creemos que somos el cuerpo y que el cerebro es el que piensa, pero si comprendiéramos la naturaleza del pensamiento nos reiríamos de esta idea descabellada. Cómo dice el libro “Un curso de milagros”: Es como si creyeras que eres tú el que sostiene el fósforo que le da al sol toda su luz y todo su calor; o que sostiene al mundo firmemente en sus manos hasta que decide soltarlo. Esto, sin embargo, no es más disparatado que creer que los ojos del cuerpo pueden ver o que el cerebro puede pensar”.

Sin embargo, hemos de cambiar nuestro paradigma obsoleto, ya no nos sirve, cumplió su misión, ahora toca emerger, romper el cascarón y salir del huevo y descubrir que la vida está y es, más allá del amnios oculto entre la prisión de la cascara de nuestros sentidos.

¡Otra vez palabras! No quiero volver a lo de siempre y ser otra más que se enrolla diciendo esto y aquello hay que hacer cuando todavía estoy en la fase inicial pues no he dejado de vivir en la teoría, pero sé que para salir del pozo se necesita otro punto de apoyo que no sean únicamente nuestras manos. El punto de apoyo que se encuentra dentro de nosotros mismos y es el mismo para todos, de ahí que seamos una fraternidad. La humanidad es  una fraternidad de almas nacidas de una misma Fuente, de una misma Vida. Esto no podemos discutirlo ni dudarlo. Cada uno somos como las células de nuestro cuerpo, todas tienen en el cuerpo su nacimiento, su vida y por ello son. La humanidad como totalidad es de la Fuente de la Vida, en Ella vive, se mueve y tiene su ser aunque no lo sepamos conscientemente.

Por ello, y después de estas reflexiones me doy cuenta de que arreglar el vestido no significa curar el cuerpo aunque a veces pueda ayudar si hace frío, pero eso es sólo temporal: el vestido se vuelve a romper y hay que empezar a parchear otra vez. Si curamos, si ayudamos a “ver” nuestra auténtica realidad, nuestro mundo cambiará, pues  la fortaleza del Ser que mora en ti es la Luz en la que ves, de la misma manera como es Su Mente con la que piensas. Su fortaleza niega tu debilidad. La fortaleza pasa por alto todas estas cosas al mirar más allá de las apariencias y reconoce que si a alguien le faltase algo, le faltaría a todos. La debilidad que mira desde la oscuridad, no puede ver propósito alguno y es precisamente bajo esa premisa en la que me apoyo para decir que, primero y ante todo, tenemos que trabajar dentro de nosotros mismos, aprender a descubrir primero la ilusión de nuestra vida pues todo se tambalea constantemente y luego, aprender a servir a nuestra única verdad, nuestro Ser. La abeja cuando liba las flores no piensa en la miel o la jalea real que tanto bien nos hacen, ella vive obedeciendo a su inclinación innata que marca su esencia, lo demás se da por sí solo. De la misma manera, nosotros como seres humanos hemos de descubrir cuál es nuestra verdadera esencia, entonces podremos ayudar y servir auténticamente.