Desde mi ventana

Hay días en que llega un estado de inquietud producido por pensamientos y sentimientos que no puedes gestionar como te gustaría, la paz se aleja.

¿Cómo resuelvo esto? ¿Qué dirección tomar? ¿Dónde encuentro la respuesta?

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No lo sé. Nada llega. Dirijo me atención hacia la información que me consta, busco afuera, indago, pregunto, pero no me satisface nada. Algo dentro de mi interior no acepta lo que llega. Presiento que no es por ahí. He llegado a un punto muerto. ¿Qué hago, me doy por vencida sumida en la inquietud? ¡Qué día me espera! Toda esta energía que no ha encontrado su cauce me agobia,  seguramente seré incapaz de encontrar el equilibrio que tanto necesito perjudicando también a todo lo que me rodee.

Y pienso que esto es algo que nos ocurre muy asiduamente. Queremos tener todas las respuestas, resolver todos los interrogantes que esta vida tan cambiante e ilusoria nos da. Y está bien que lo resolvamos pero… cuando algo se atraviesa en nuestra visión es por algo. Entonces es interesante pararse, hacer un alto en el camino y sentarse a observar. Pararse mentalmente.

Los seres humanos por regla general deseamos soluciones inmediatas y si son a nuestro favor, mejor. Pero el Universo no tiene prisa. Él ya sabe lo que necesitamos, ya tiene el plan perfecto para nuestra necesidad a pesar de nuestra incredulidad, a pesar de que lo que nos ofrezca no sea de nuestro agrado. Existe una Inteligencia, sabiamente estructurada que posee infinitas posibilidades para regalarnos. Siempre es lo perfecto para nosotros, para nuestro aprendizaje.

Aprender a escuchar la voz de la Vida es el reto. Pero vamos excesivamente deprisa, queremos soluciones inmediatas, respuestas a la carta y cuando estas no nos llegan nos sentimos deprimidos, fracasados e inquietos. Todo se revoluciona. Perdemos el rumbo y es entonces cuando más proclives somos de cometer los mayores errores y separarnos de nuestro orientación interior.

Por eso hemos de buscar el momento cada día para escuchar el silencio de la mente y oír la voz del corazón. En la quietud de nuestro centro, que es sereno y tranquilo, recuperamos  la posibilidad de reengancharnos al movimiento inteligente del Universo. Ser uno con Él. Entonces llenaremos nuestra alma de la paz que necesitamos y en esa Paz seguro que llegará la respuesta a nuestras inquietudes, cuando tengan que llegar, sin prisas, en su momento. Seguro que sabremos reconocer “aquello” que nos llega como la posibilidad que esperábamos y podremos engranarla en nuestra vida.

Ahora miro hacia mi interior. Nada espero. Llegará la respuesta de mil maneras, he de estar atenta.