Dios o el ego

O Dios está loco o bien es el ego el que lo está. Si examinas imparcialmente las pruebas que ambas partes presentan, te darás cuenta de que eso tiene que ser verdad. Ni Dios ni el ego propo­nen un sistema de pensamiento parcial. Ambos sistemas son internamente coherentes, aunque diametralmente opuestos en todo, de tal modo que una lealtad parcial es imposible. Recuerda también que sus resultados son tan diferentes como sus cimien­tos, y que sus naturalezas fundamentalmente irreconciliables no pueden ser reconciliadas alternando entre ellos. Nada que esté vivo es huérfano, pues la vida es creación. Por lo tanto, toda decisión que tomas es invariablemente la respuesta a la pregunta: «¿Quién es mi padre?» Y serás fiel al padre que elijas.

¿Qué le dirías, no obstante, a alguien que creyese que esta pre­gunta realmente entraña conflicto? Si tú concebiste al ego, ¿cómo habría podido el ego concebirte a ti? El problema de la autoridad sigue siendo la única fuente de conflictos porque el ego se originó como consecuencia del deseo del Hijo de Dios de ser el padre de Su Padre. El ego, por lo tanto, no es más que un sistema ilusorio en el que tú concebiste a tu propio padre. No te equivoques con respecto a esto. Parece una locura cuando se expone con perfecta honestidad, pero el ego nunca examina lo que hace con perfecta honestidad. Sin embargo, ésa es su premisa demente, la cual está cuidadosamente oculta bajo la tenebrosa piedra angular de su sis­tema de pensamiento. Y o bien el ego -que tú concebiste- es tu padre, o bien todo su sistema de pensamiento se desmorona.

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Tú fabricas mediante la proyección, mas Dios crea mediante la extensión. Tú eres la piedra angular de la creación de Dios, pues Su sistema de pensamiento es la luz. Recuerda que los Rayos están ahí sin ser vistos. Cuanto más te aproximas al centro de Su sistema de pensamiento, más clara se hace la luz. Cuanto más te aproximas al sistema de pensamiento del ego, más tenebroso y sombrío se vuelve el camino. Sin embargo, incluso la pequeña chispa que se encuentra en tu mente basta para iluminarlo. Lleva esa luz contigo sin ningún temor, y valerosamente enfócala a los cimientos del sistema de pensamiento del ego. Estate dispuesto a juzgarlo con absoluta honestidad. Pon al descubierto la tenebrosa piedra angular de terror sobre la que descansa y sácala a la luz. Ahí verás que se basaba en la insensatez y que todos tus miedos eran infundados.

Hermano mío, tú eres parte de Dios y parte de mí. Cuando por fin hayas visto los cimientos del ego sin acobardarte, habrás visto también los nuestros. Vengo a ti de parte de nuestro Padre a ofre­certe todo nuevamente. No lo rechaces a fin de mantener oculta la tenebrosa piedra angular, pues la protección que te ofrece no te puede salvar. Yo te daré la lámpara y te acompañaré. No harás este viaje solo. Te conduciré hasta tu verdadero Padre, Quien, como yo, tiene necesidad de ti. ¿Cómo no ibas a responder jubilo­samente a la llamada del amor?

UCDM 1, cap. 11