Abracé al árbol y toda su existencia entró en mí. Él me hizo el regalo de sentir a todos los árboles. Pude andar por el bosque y ver su primera transformación y las miles y miles que siguieron después. Toqué su pequeña semilla y el calor que palpitaba en su interior. Suavemente se abrió en la cuenca de mi mano y un diminuto tallo erguido se precipitó hacia el cielo mientras que entre mis dedos, diminutos hilos de vida buscaban la tierra.

Gracias infinitas querido hermano porque tu savia es mi sangre, mi alegría el susurro de tus hojas y las lágrimas, la lluvia que suavemente se precipita entre tus ramas.

Encarna Penalba