El bien y el mal

Una de las cosas más difíciles es reconocer lo correcto y lo equivocado, o el bien y el mal. Nuestra mente no está acostumbrada a pensar en esto en relación con la consciencia.

Pensamos que debe haber una definición externa permanente que puede aceptarse, recordarse y seguirse, y no comprendemos que no puede haber una definición externa. Pero hay cualidades internas de las acciones que determinan las cosas.

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Esta idea de la relación del bien y el mal con lo consciente y lo inconsciente es una cosa utilísima para pensar, particularmente cuando empezamos a encontrar analogías correctas; no sólo porque esto le da cierto entendimiento definido, sino también porque manteniendo su mente sobre esta idea e ideas similares que usted oye en el sistema, la mantiene en el supremo nivel posible para nosotros, esto es, en las partes intelectuales de los centros. Usted no puede pensar provechosamente sobre tales cosas con las partes mecánicas, inferiores, de los centros, pues nada se obtendría de eso. A fin de obtener algún entendimiento, usted tiene que usar las partes intelectuales de los centros, y no sólo una sino dos o tres al mismo tiempo.

La moralidad empieza cuando uno tiene un sentimiento de lo bueno y lo malo en relación con las propias acciones, y es capaz de renunciar a lo que uno considera malo, y hacer lo que uno considera bueno.

¿Qué está bien? ¿Y qué está mal? En general, en esta primera etapa, el hombre toma los principios morales de las ideas religiosas, filosóficas o científicas, o simplemente adopta tabúes convencionales. Cree que algunas cosas son buenas y algunas otras cosas, malas. Pero esta es la moralidad subjetiva, y el entendimiento del bien y del mal es puramente relativo. En todos los países y en todas las épocas, fueron aceptados ciertos códigos morales que trataban de explicar lo que es bueno y lo que es malo. Pero si tratamos de comparar las teorías existentes, veremos que todas se contradicen y están llenas de contradicciones en sí mismas. Una cosa como la moralidad general no existe; tampoco existe una cosa como la moralidad cristiana. Por ejemplo, el cristianismo dice que no se deberá matar, pero nadie toma esto seriamente. Todo lo que se conoce sobre la moralidad corriente está lleno de incoherencias.

De modo que si usted piensa sobre este problema, entenderá que, a pesar de cientos de sistemas y enseñanzas morales, el hombre no puede decir qué está bien y qué esta mal, pues los valores morales cambian, no hay en ellos nada permanente. Al mismo tiempo, según su actitud hacia la idea del bien y del mal, las personas se dividen en dos categorías. Hay personas que carecen del sentido del bien y del mal; todo lo que tienen, en vez de sentido moral, es la idea de agradable y desagradable, beneficioso y no beneficioso. Y hay otras personas que tienen un sentido del bien y del mal, sin saber realmente qué está bien y qué está mal.

Entonces debe ser suficientemente escéptico acerca de la moralidad corriente y debe entender que no hay nada general o estable en los principios morales corrientes, pues cambian de acuerdo con convenciones, lugar y periodo. Y deben entender la necesidad del bien y del mal objetivos. Si entiende estas tres cosas, hallará una base para distinguir lo que está bien y lo que está mal en relación con cada cosa separada, porque si empieza correctamente, hallará que hay normas definidas en cuya ayuda el bien y el mal cesan de ser relativos para convertirse en absolutos. Todo consiste en empezar desde una actitud correcta, desde un punto de vista correcto. Si empieza desde un punto de vista incorrecto, no hallará nada.

Este sistema empieza con la posibilidad de la consciencia objetiva, y la consciencia objetiva es descripta como un estado en el que podemos conocer la verdad. Si cuando llegamos a él podemos conocer la verdad, también conoceremos qué está bien y qué esta mal. En consecuencia, el mismo camino que conduce a la consciencia objetiva conduce también al entendimiento del bien y del mal. Como no obtuvimos la consciencia objetiva, a todo lo que nos ayuda a desarrollarla la consideramos como correcto y bueno, y a todo lo que nos estorba en esto, como equivocado y malo.

P. D. Ouspensky: El cuarto camino, cap. VI