El control de la mente

 

Es muy posible que la mente exija resultados rápidos e inmediatos, que pretenda la excelencia y que se enorgullezca de su propia sabiduría. Y es muy fácil perder la autoestima por no dominar el “instrumento”, y juzgar a los demás, y compararse con los que “juegan” mejor, y caer en el perfeccionismo. La mente quiere controlarlo todo a cualquier precio. Pero cuando desaparece el placer, el alma desaparece también, y el proceso de aprendizaje es mucho más lento. El trabajo espiritual debe hacerse con rigor y conciencia, desde luego pero al mismo tiempo con flexibilidad, suavidad, ligereza, y aceptación y celebración de nuestros logros, por pequeños que sean. El Corazón no juzga. Nos ama infinitamente como somos, pues comprende que estamos inmersos en un gran proceso de evolución y que somos perfectos tal como somos.

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A veces, accedemos a una nueva enseñanza o vivimos una experiencia interior que resuena profundamente en el alma. La resonancia, por justa que sea, puede ser utilizada por el ego para hacer de ella un sistema absoluto y querer convencer a todo el mundo de haber descubierto la Verdad y de que todos deberían adherirse a ella. Se convierte uno en “misionero”. No debemos olvidar que cada uno tiene su propia verdad, su propio camino. Está bien compartir con los demás nuestras experiencias espirituales, nuestros descubrimientos, nuestros ideales; pueden inspirar a otros, y tal vez nuestro entusiasmo y nuestra visión de las cosas hallen eco en su corazón. Pero hay una gran diferencia entre compartir con alegría y entusiasmo, pero con serenidad, y querer convencer a toda costa a los demás de que uno posee la Verdad. Es una trampa del ego, que utiliza los más hermosos ideales para querer tener razón e imponer a los demás su propia percepción de las cosas.

El desarrollo de ciertos poderes psíquicos inferiores como la clarividencia, la clariaudiencia, la mediumnidad astral, las visiones, etc. es otra trampa.

Tener esas facultades no es bueno ni malo en sí, pero no significa necesariamente haber avanzado mucho en la vía espiritual. Son poderes que provienen de un contacto con lo que la ciencia esotérica llama el mundo astral, que no es el que tiene la frecuencia vibratoria más elevada, ni muchísimo menos. Si se manifiestan, deben pasarse por el filtro del discernimiento y del dominio emocional, de lo contrario corren el riesgo de ser falseados y utilizados por un ego en busca de identidad y de poder. Sólo la pureza de corazón permitirá aceptarlos en su justa proporción. De todas formas, debemos decir que, cuantos más poderes se tienen, cualesquiera que sean, materiales o sutiles, más se debe purificar el ego para no caer en sus trampas. Los poderes psíquicos superiores, como la telepatía o el conocimiento directo, son de un orden completamente distinto.

El camino del dominio del ego está sembrado de todas esas trampas y de muchas más. Porque no hay que olvidar que uno de los mecanismos básicos del ego es el rechazo al cambio –para perpetuar el pasado mediante las tres P–, y que su habilidad para jugar su juego ha sido refinada a través de millones de experiencias. Además cualquiera que sea la práctica que utilicemos, nos encontraremos siempre en una situación delicada y paradójica: por un lado, para avanzar tenemos que “actuar”, por otro, hemos de hacer el silencio un nuestro interior. Porque el estado interior debe preceder a la acción; sólo así podremos liberar al ego de sus ataduras. Para poner en práctica unos instrumentos eficaces se necesita mucha vigilancia, una gran humildad y una enorme apertura de corazón.

Aunque las distorsiones que causa el ego a la búsqueda interior forman una lista casi interminable, bueno es saber que incluso a través de ellas la vida siempre aporta lo necesario para evolucionar. La propia experiencia de esas trampas forma parte del proceso evolutivo y nos conduce tarde o temprano al conocimiento; tenemos que experimentarlas de llano para poder luego liberarnos. De todas formas, cuando estemos preparados, la vida nos hará ver –a través de las más diversas circunstancias– las trampas en las que estamos atrapados. Por eso, aunque hay que estar vigilantes, no debemos tener tensión ni temor, porque eso sería caer de nuevo en el mecanismo del miedo, el campo del ego. Con una vigilancia tranquila y llena de amor debemos actuar en función de lo que nos parezca justo; es así de sencillo. Después, dejemos que la vida nos conduzca suavemente por nuestro camino.

Digamos por último que la práctica más potente para evitar muchas trampas del ego es la apertura de corazón en la vida cotidiana. El menor acto de solidaridad, de generosidad, de respeto, de compasión o de apoyo, suele tener una incidencia mucho mayor en nuestro progreso espiritual que algunas de las prácticas más sofisticadas. Cada vez que dejamos actuar al Corazón liberándonos del miedo y abriéndonos al amor, cada vez que nos acercamos a la magia del campo quántico, integramos la luz del alma más profundamente en nuestro ser. Por eso las cualidades del corazón han sido ensalzadas con tanta frecuencia por las enseñanzas espirituales, porque son las que nos guían por el verdadero camino (es cierto que el ego también puede aprovecharse disfrazándose de gran amante y compasivo, pero puede uno escapar a esa trampa con un mínimo de integridad y de conocimiento de sí mismo).

En ese sentido, observemos que existen muchas personas que, sin apelar a ninguna práctica espiritual, no por ello dejan de estar en contacto profundo con el alma. Notamos en ellas un resplandor especial. Son “personas de corazón”. Algunas, con mucho poder en el mundo; otras gentes sencillas. Los verdaderos criterios están en otra parte…

Annie Marquier: El Maestro del Corazón, cap. 16