El cuerpo como medio o como fin

Las actitudes que se tienenhacia el cuerpo son las actitudes que se tienen hacia el ataque. Las definiciones del ego con respecto a todas las cosas son inmaduras, y están siempre basadas en el propósito que él cree que todas ellas tienen. Esto se debe a que es incapaz de hacer generalizaciones, y equipara lo que ve con la función que le adscribe. No lo equipara conlo quees. Para el ego el cuerpo es algo con lo que atacar. Puesto que te equiparas con el cuerpo, el ego te enseña que tu propósito es atacar. El cuerpo, pues, no es la fuente de su propia salud. La condición del cuerpo depende exclusivamente de cómo interpretas su función. Las funciones son algo inherente al estado de ser, pues surgen de éste, mas su relación no es recíproca. EI todo ciertamente define a la parte, pero la parte no define al todo. Conocer en parte, no obstante, es conocer enteramente debido a la diferencia fundamental que existe entre conocimiento y per­cepción. En la percepción el todo se construye a base de partes que se pueden separar y ensamblar de nuevo en diferentes cons­telaciones. El conocimiento, por otra parte, nunca cambia, su constelación, por lo tanto, es permanente. La idea de que entre las partes y el todo hay relación sólo tiene sentido en el nivel de la percepción, en la que el cambio es posible. Aparte de eso, no hay ninguna diferencia entre la parte y el todo.

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El cuerpo existe en un mundo que parece tener dos voces que luchan por su posesión. En esta percibida constelación se consi­dera al cuerpo como capaz de alternar su lealtad de una a otra, haciendo que los conceptos de salud y enfermedad tengan sentido. El ego, como de costumbre, da lugar a una confusión fundamental entre los medios y el fin. Al considerar al cuerpo como un fin, el cuerpo no tiene realmente utilidad para el ego, puesto que el cuerpo no es un fin. Debes haber notado una descollante característica en todo fin que el ego haya aceptado como propio. Cuando lo alcanzas te deja insatisfecho. Por eso es por lo que el ego se ve forzado a cambiar incesantemente de un objetivo a otro, para que sigas abrigando la esperanza de que todavía te puede ofrecer algo.

Ha sido muy difícil superar la creencia del ego de que el cuerpo es un fin porque esta idea es análoga a la creencia de que el ataque es un fin. El ego tiene un marcado interés por la enfermedad. Si estás enfermo, ¿cómo podrías refutar su firme creencia de que no eres invulnerable? Éste es un razonamiento atractivo desde el punto de vista del ego porque encubre el ataque obvio que sub­yace a la enfermedad. Si reconocieses esto y además te opusieras al ataque, no podrías utilizar la enfermedad como un falso testigo para defender la postura del ego.

Es difícil percibir que la enfermedad es un testigo falso, ya que no te das cuenta de que está en total desacuerdo con lo que quie­res. Este testigo, por consiguiente, parece ser inocente y digno de confianza debido a que no lo has sometido a un riguroso interrogatorio. De haberlo hecho, no considerarías a la enfermedad un testigo tan vital en favor de la postura del ego. Una afirmación más honesta sería que los que quieren al ego están predispuestos a defenderlo. Por lo tanto, se debe desconfiar desde un principio de los testigos que el ego elige. El ego no convoca testigos que disientan de su causa, de la misma manera en que el Espíritu ­Santo tampoco lo hace. He dicho que juzgar es la función del Espíritu Santo, para la cual Él está perfectamente capacitado. Mas cuando el ego actúa como juez, hace todo menos juzgar imparcial­mente. Cuando el ego convoca un testigo, lo ha convertido de antemano en un aliado.

Todavía sigue siendo cierto que el cuerpo, de por sí, no tiene ninguna función porque no es un fin. El ego, no obstante, lo esta­blece como un fin porque, como tal, su verdadera función queda velada. Éste es el propósito de todo lo que el ego hace. Su único objetivo es hacer que se pierda de vista la función de todo. Un cuerpo enfermo no tiene sentido. No puede tener sentido porque la enfermedad no es el propósito del cuerpo. La enfermedad tendría sentido sólo si las dos premisas básicas en las que se basa la interpretación que el ego hace del cuerpo fuesen ciertas: que el propósito del cuerpo es atacar, y que tú eres un cuerpo. Sin estas dos premisas la enfermedad es inconcebible.

La enfermedad es una forma de demostrar que puedes  ser herido. Da testimonio de tu fragilidad, de tu vulnerabilidad y de tu extrema necesidad de depender de dirección externa. El ego usa esto como su mejor argumento para demostrar que necesitas su dirección. Impone un sinfín de reglas para que se eviten funes­tos desenlaces. El Espíritu Santo, perfectamente consciente de la misma situación, no se molesta en analizarla en absoluto. Si los datos no tienen sentido, no tiene objeto analizarlos. La función de la verdad es recopilar información que sea verdadera. Sea cual sea la forma en que trates de usar el error, de ello no resulta nada. Cuanto más complicados se vuelven los resultados más difícil puede que resulte reconocer su insustancialidad, mas no es nece­sario examinar todos los posibles resultados a que las premisas dan lugar a fin de juzgarlos correctamente.

Un recurso de aprendizaje no es un maestro. No te puede decir cómo te sientes. No sabes cómo te sientes porque has aceptado la confusión del ego, y, por lo tanto, crees que un recurso de apren­dizaje puede decirte cómo te sientes. La enfermedad no es más que otro ejemplo de tu insistencia en querer pedirle dirección a un maestro que no sabe la respuesta. El ego no puede saber cómo te sientes. Cuando dije que el ego no sabe nada, dije lo único que es completamente cierto con respecto al ego. Pero hay un corolario: si sólo el conocimiento existe y el ego no tiene conocimiento, entonces el ego no existe.

Tal vez te preguntes cómo es posible que la voz de algo que no existe pueda ser tan insistente. ¿Has pensado alguna vez en el poder de distorsión que tiene lo que deseas, aun cuando no es real? Son muchos los casos que demuestran cómo lo que deseas distorsiona tu percepción. Nadie puede dudar de la pericia del ego para presentar casos falsos. Ni nadie puede dudar tampoco de que estás dispuesto a escucharle hasta que decidas no aceptar nada excepto la verdad. Cuando dejes de lado al ego, éste desa­parecerá. La Voz del Espíritu Santo es tan potente como la buena voluntad que tengas de escucharla. No puede ser más potente sin que viole tu libertad de decisión, que el Espíritu Santo intenta restaurar, no menoscabar.

El Espíritu Santo te enseña a usar el cuerpo sólo como un medio de comunicación entre tus hermanos y tú, de modo que Él pueda enseñar Su mensaje a través de ti. Esto los curará y, por lo tanto, te curará a ti. Nada que se utilice de acuerdo con su propia fun­ción tal como el Espíritu Santo la ve, puede enfermar. Mas todo lo que se utiliza de cualquier otra forma no puede sino enfermarse. No permitas que el cuerpo sea el reflejo de una mente dividida. No dejes que sea una imagen de la percepción de pequeñez que tienes de ti mismo. No dejes que refleje tu decisión de atacar. Se reconoce que la salud es el estado natural de todas las cosas cuando se deja toda interpretación en manos del Espíritu Santo, Quien no percibe ataque en nada. La salud es el resultado de abandonar todo intento de utilizar el cuerpo sin amor. La salud es el comienzo de la correcta perspectiva con respecto a la vida bajo la dirección del único Maestro que sabe lo que ésta es, al ser la Voz de la Vida Misma.

UCDM 1, cap. 8