El ego no es real

Recuerda que el Espíritu Santo es la Respuesta, no la pregunta. El ego siempre habla primero. Es caprichoso y no le desea el bien a su hacedor. Cree, y con razón, que su hacedor puede dejar de brindarle apoyo en cualquier momento. Si te desease el bien se alegraría de ello, tal como el Espíritu Santo se alegrará cuando te haya conducido de vuelta a tu hogar y ya no tengas necesidad de que Él te guíe. El ego no se considera a sí mismo parte de ti. En eso radica su error fundamental, la base de todo su sistema de pensamiento.

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Cuando Dios te creó te hizo parte de Él. Por eso es por lo que el ataque no tiene cabida dentro del Reino. Hiciste al ego sin amor, y, por consiguiente, él no te ama. No puedes permanecer dentro del Reino sin amor, y puesto que el Reino es amor, crees estar privado de él. Esto le permite al ego considerarse a sí mismo algo separado y externo a su hacedor, y de ahí que hable en representación de la parte de tu mente que cree que estás separado y que eres algo externo a la mente de Dios. El ego planteó entonces la primera pregunta que jamás se hizo, pre­gunta que él jamás podrá contestar. La pregunta: «¿Qué eres?» representó el comienzo de la duda. Desde entonces el ego jamás ha contestado ninguna pregunta, aunque ha hecho muchas. Las actividades más ingeniosas del ego no han hecho más que enma­rañar la pregunta, pues dispones de la respuesta y el ego te tiene miedo.

No podrás entender el conflicto hasta que entiendas plena­mente el hecho fundamental de que el ego no sabe nada. El Espí­ritu Santo no es el que habla primero, pero siempre contesta. Todo el mundo en uno u otro momento ha acudido a Él para de una u otra forma obtener ayuda, y Él ha contestado. Puesto que el Espíritu Santo responde de verdad, responde para siempre, lo cual quiere decir que todo el mundo dispone de la respuesta ahora mismo.

El ego no puede oír al Espíritu Santo, pero cree que parte de la mente que lo hizo está en su contra. Interpreta esto como una justificación para atacar a su hacedor. Cree que la mejor defensa es el ataque, y quiere que creas eso también. A no ser que lo creyeses no te podrías poner de su parte, y el ego tiene gran nece­sidad de aliados, aunque no de hermanos. Al percibir en tu mente algo ajeno a sí mismo, el ego hace del cuerpo su aliado porque el cuerpo no forma parte de ti. Esto hacedel cuerpo el amigo del ego. Ésta es una alianza claramente basada en la sepa­ración. Si te pones de parte de esta alianza no podrás sino sentir miedo porque te estarás poniendo de parte de una alianza basada en el miedo.

El ego se vale del cuerpo para conspirar contra tu mente, y puesto que el ego se da cuenta de que su «enemigo» puede acabar con él y con el cuerpo reconociendo simplemente que no for­man parte de él, él y el cuerpo se unen para llevar a cabo un ataque conjunto. Tal vez sea ésta la más extraña de todas las percepciones, si te detienes a considerar lo que ello realmente implica. El ego, que no es real, trata de persuadir a la mente, que sí es real, de que ella es su recurso de aprendizaje, y, lo que es más, de que el cuerpo es más real que ella. Nadie que esté en su mente recta podría creer semejante cosa, y nadie que está en su mente recta lo cree.

Escucha, pues, la única respuesta del Espíritu Santo a todas las preguntas que el ego plantea: eres una criatura de Dios, una parte de Su Reino de inestimable valor que Él creó como parte de Sí Mismo. Eso es lo único que existe y lo único que es real. Has elegido un sueño en el que has tenido pesadillas, pero el sueño no es real y Dios te exhorta a despertar. Cuando le oigas no quedará ni rastro de tu sueño porque despertarás. Tus sueños contienen muchos de los símbolos del ego y éstos te han confundido. Eso se debe, no obstante, a que estabas dormido y no te dabas cuenta de ello. Cuando despiertes, verás la verdad a tu alrededor y dentro de ti, y ya no creerás en los sueños porque éstos dejarán de ser reales para ti. El Reino, en cambio, y todo lo que allí has creado, será sumamente real para ti porque es hermoso y verdadero.

Un Curso De Milagros 1: Cap. 6-IV