El ego y las relaciones

El ego entabla relaciones con el solo propósito de obtener algo. Y mantiene al dador aferrado a él mediante la culpabilidad. Al ego le es imposible entablar ninguna relación sin ira, pues cree que la ira le gana amigos. No es eso lo que afirma, aunque ése es su propósito. Pues el ego cree realmente que puede obtener algo y conservarlo haciendo que otros se sientan culpables.Ésta es la única atracción que ejerce, pero es una atracción tan débil que no podría subsistir si no fuese porque nadie se percata de ello. Pues el ego siempre parece atraer mediante el amor y no ejerce atracción alguna sobre aquellos que perciben que atrae mediante la culpabilidad.

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La enfermiza atracción que ejerce la culpabilidad tiene que ser reconocida como lo que es. Pues al haberse convertido en algo real para ti, es esencial que la examines detenidamente, y que aprendas a abandonarla dejándote de interesar por ella. Nadie abandonaría lo que considera valioso. Pero la atracción de la culpabilidad es algo valioso para ti debido únicamente a que no has examinado lo que es y, por lo tanto, la has juzgado completa­mente a ciegas. A medida que la llevemos ante la luz, tu única­ pregunta será: «¿Cómo es posible que jamás la hubiese podido desear?» No tienes nada que perder si la examinas detenida­mente, pues a una monstruosidad como ésa no le corresponde estar en tu santa mente. Este anfitrión de Dios no puede estar realmente interesado en algo semejante.

Dijimos anteriormente que el propósito del ego es conservar e incrementar la culpabilidad, pero de forma tal que tú no te des cuenta de lo que ello te ocasionaría. Pues la doctrina fundamen­tal del ego es que te escapas de aquello que les haces a otros. El ego no le desea el bien a nadie. No obstante, su supervivencia depende de que tú creas que estás exento de sus malas intencio­nes. Te dice, por lo tanto, que si accedes a ser su anfitrión, te permitirá proyectar su ira afuera y, de este modo, te protegerá. Y así se embarca en una interminable e insatisfactoria cadena de relaciones especiales, forjadas con ira y dedicadas exclusiva­mente a fomentar tan sólo la creencia descabellada de que cuanta más ira descargues fuera de ti mismo, más a salvo te encontrarás.

De una forma u otra, toda relación que el ego entabla está basada en la idea de que sacrificándose a sí mismo él se engran­dece. El «sacrificio», que él considera una purificación, es de hecho la raíz de su amargo resentimiento. Pues preferiría atacar de inmediato y no demorar más lo que realmente desea hacer. No obstante, dado que el ego se relaciona con la «realidad» tal como él la ve, se da cuenta de que nadie podría interpretar un ataque directo como un acto de amor. Más hacer sentir culpable a otro es un ataque directo, aunque no parezca serlo. Pues los que se sienten culpables esperan ser atacados, y habiendo pedido eso, se sienten atraídos por el ataque.

En tales relaciones dementes, la atracción de lo que no deseas parece ser mucho mayor que la atracción de lo que sí deseas. Pues cada uno piensa que ha sacrificado algo por el otro y lo odia por ello. Eso, no obstante, es lo que cree que quiere. No está enamorado del otro en absoluto. Simplemente cree estar enamorado del sacrificio. Y por ese, sacrificio que se impone a sí mismo; exige que el otro acepte la culpabilidad y que se sacrifi­que a sí mismo también. El perdón se hace imposible, pues el ego cree que perdonar a otro es perderlo. De la única manera en que el ego puede asegurar la continuidad de la culpabilidad que mantiene a todas sus relaciones intactas es atacando y negando el perdón.

El sufrimiento y el sacrificio son los regalos con los que el ego «bendice» toda unión. Y aquellos que se unen ante su altar acep­tan el sufrimiento y el sacrificio como precio de su unión. En sus iracundas alianzas, nacidas del miedo a la soledad, aunque dedi­cadas a la perpetuación de la misma, cada cual busca aliviar su culpabilidad haciendo que el otro se sienta más culpable. Pues cada uno cree que eso mitiga su propia culpabilidad. El otro­ siempre parece estar atacándole e hiriéndole, tal vez con minu­cias, tal vez «inconscientemente», más nunca sin dejar de exigir sacrificio. La furia de los que se han unido en el altar del ego es mucho mayor de lo que te imaginas. Pues no te das cuenta de lo que el ego realmente quiere.

Cada vez que te enfadas, puedes estar seguro de que has enta­blado una relación especial que el ego ha «bendecido», pues la ira es su bendición. La ira se manifiesta de muchas formas, pero no puede seguir engañando por mucho tiempo a los que se han dado cuenta de que el amor no produce culpabilidad en absoluto, y de que lo que produce culpabilidad no puede ser amor, sino ira. La ira no es más que un intento de hacer que otro se sienta culpable, y este intento constituye la única base que el ego acepta para las relaciones especiales. La culpabilidad es la única necesidad del ego, y mientras te sigas identificando con él, la culpabilidad te seguirá atrayendo. Mas recuerda esto: estar con un cuerpo no es estar en comunicación. Y si crees que lo es, te sentirás culpable con respecto a la comunicación y tendrás miedo de oír al Espíritu Santo, al reconocer en Su Voz tu propia necesidad de comunicarte.

UCDM1, cap. 15-VII