Hacía días que los vientos fríos del invierno empezaban a alejarse,  dejando espacio a unas mañanas más suaves y luminosas. Los rayos del sol penetraban la tierra despertando  la naturaleza. Las plantas y árboles lo agradecían, exhalando de su cuerpo  nuevos brotes de un  tímido verde brillante.

Salí a pasear. Entre las cercanas montañas se abría paso un hermoso valle. Vi como en esos momentos relucía lleno de esplendor. Todo parecía nuevo. Como si hubiera sido creado en ese instante. Mis ojos se perdían sobre aquel horizonte y disfruté del momento como nunca hubiera imaginado.

Y aconteció por sorpresa. Allí en el valle, a unos pasos frente a mi vi una rosa roja florecida. ¡Con asombro apareció ante mis ojos! ¡Era la rosa de mis sueños!  Una gran alegría, profunda y verdadera brotó desde mi interior. Tal fue el regocijo al reconocerla y verla abierta que, en ese instante, supe que ya nada podrá turbarme, nada podrá dañarme, ella es mi protección, es todo en mí.

 

Extendí los ojos hacía la lejanía y vi que el hermoso valle se había convertido en un crisol de rosas de todos los colores, blancas, rosas, rojas, amarillas…, habían florecido a millares. La forma cóncava del valle les ofrecía un magnifico refugio,  parecía un hermoso estuche que guardaba miles de hermosos diamantes. La luz del sol que incidía sobre ellas producía miles de colores que eran devueltos como rayos de amor  hacia el cielo. Entonces, ocurrió que la brisa del valle, trajo hasta mí el aroma de mi rosa, de todas las rosas, llenando mi corazón con la fuerza de su Espíritu.

Encarna Penalba