El final de las ilusiones

Frente a la demente noción que el ego tiene de la salvación, el Espíritu Santo te ofrece dulcemente el instante santo. Hemos dicho antes que el Espíritu Santo tiene que enseñar mediante comparaciones, y que se vale de opuestos para apuntar hacia la verdad. El instante santo es lo opuesto a la creencia fija del ego de que la salvación se logra vengando el pasado. En el instante santo se comprende que el pasado ya pasó, y que, con su pasar, el impulso de venganza se arrancó de raíz y desapareció. La quie­tud y la paz del ahora te envuelven con perfecta dulzura. Todo ha desaparecido, excepto la verdad.

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Puede que por algún tiempo todavía trates de llevar ilusiones al instante santo, obstaculizando así el que seas plenamente cons­ciente de la absoluta diferencia que existe con respecto a todo ­entre tu experiencia de la verdad y tu experiencia de la ilusión. Más no seguirás tratando de hacer eso por mucho más tiempo. En el instante santo el poder del Espíritu Santo prevalecerá por­que te habrás unido a Él. Las ilusiones que cargas contigo debili­tarán la experiencia que tienes de Él por algún tiempo, e impedirán que retengas la experiencia en tu mente. Mas el ins­tante santo es eterno, y las ilusiones que tienes acerca del tiempo no impedirán que lo intemporal sea lo que es, ni que lo experimentes tal como es.

Lo que Dios te ha dado, te lo dio de verdad, y no podrás sino recibirlo de verdad. Pues los dones de Dios están desprovistos de toda realidad a menos que tú los recibas. Recibirlos consuma Su dación. Tú los recibirás porque Su Voluntad es darlos. Él dio el instante santo para que te fuese dado, y es imposible que no lo recibas, puesto que Él lo dio. Cuando Él dispuso que Su Hijo fuese libre, Su Hijo fue libre. En el instante santo se encuentra Su recor­datorio de que Su Hijo será siempre exactamente como fue crea­do. Y el propósito de todo lo que el Espíritu Santo enseña es recordarte que has recibido lo que Dios te dio.

No hay nada por lo que tengas que guardarle rencor a la reali­dad. Lo único que debes perdonar son las ilusiones que has albergado contra tus hermanos. Su realidad no tiene pasado, y lo único que se puede perdonar son las ilusiones. Dios no le guarda rencor a nadie, pues es incapaz de albergar ningún tipo de ilusión. Libera a tus hermanos de la esclavitud de sus ilusio­nes, perdonándolos por las ilusiones que percibes en ellos. Así aprenderás que has sido perdonado, pues fuiste tú quien les ofreció ilusiones. En el instante santo esto es lo que se lleva a cabo por ti mientras estés en el tiempo, para de este modo brindarte la verdadera condición del Cielo.

Recuerda que siempre eliges entre la verdad y las ilusiones, entre la verdadera Expiación que cura, y la «expiación» del ego que destruye. Todo el poder y Amor de Dios, sin límite alguno, te apoyarán a medida que busques únicamente el papel que te corresponde desempeñar en el plan de Expiación que procede de Su Amor. Sé un aliado de Dios y no del ego en tu búsqueda para descubrir cómo alcanzar la Expiación. Con Su ayuda basta, pues Su Mensajero sabe cómo restituirte el Reino y hacer que todo tu interés en la salvación se centre en tu relación con Él.

Busca y encuentra Su mensaje en el instante santo, en el que se perdonan todas las ilusiones. Desde ahí, el milagro se extiende para bendecir a todo el mundo y resolver todo problema, percíbase como grande o pequeño, como que puede ser resuelto o como que no. No hay nada que no ceda ante Él y Su majestad. Unirse en estrecha relación con Él es aceptar todas las relaciones como reales, y gracias a su realidad, abandonar las ilusiones a cambio de la realidad de tu relación con Dios. Alabada sea la relación que tienes con Él y ninguna otra. La verdad reside en ella y no en ninguna otra parte. Eliges esto o nada.

Perdónanos nuestras ilusiones, Padre, y ayúdanos a aceptar nuestra verdadera relación Contigo, en la que no hay ilusiones y en la que jamás puede infiltrarse ninguna. Nuestra santidad es la Tuya. ¿Qué puede haber en nosotros que necesite perdón si Tu perdón es perfecto? El sueño del olvido no es más que nuestra renuencia a recordar Tu perdón y Tu amor. No nos dejes caer en la tentación, pues la tentación del Hijo de Dios no es Tu Voluntad. Y déjanos recibir únicamente lo que Tú has dado, y aceptar sólo eso en las mentes que Tú creaste y que amas.

UCDM, cap. 16-VII