“Había una vez un lirio en un lugar apartado, junto a un arroyuelo, y era bien conocido de algunas ortigas y un par de otras florecillas de la vecindad. El lirio estaba, según la descripción veraz del Evangelio, vestido más hermosamente que Salomón en toda su gloria; por lo mismo, despreocupado y alegre todo lo que duraba el día. El tiempo pasaba felizmente –sin el lirio darse cuenta-, como el agua del arroyuelo, canturreando y corriendo. Pero aconteció que un buen día vino un pajarillo a visitar al lirio, volvió a venir al día siguiente, estuvo ausente unos cuantos días, hasta que al fin otra vez volvió. Esto le pareció al lirio extraño e incomprensible; incomprensible que fuese tan caprichoso. Pero lo que suele acontecer con frecuencia también le aconteció al lirio, que cabalmente por eso se iba enamorando más y más del pájaro, porque era caprichoso.

“Este pajarillo era un mal pájaro; en vez de ponerse en el lugar del lirio, en vez de alegrarse por su belleza y regocijarse juntamente con él de su jovialidad inocente, lo que quería era darse importancia, explorando su libertad y haciendo sentir al lirio lo atado que  estaba al suelo. Y no solamente esto; el pajarillo era además un charlatán y narraba al tuntún cosas y más cosas, verdaderas y falsas: cómo en otras tierras había, en cantidad enorme, otros lirios completamente maravillosos, junto a los cuales se gozaba de una paz y una alegría, de un aroma, de un colorido, de un canto de pájaros, que sobrepasaba toda descripción. Esto es lo que contaba el pájaro, y daba fin gustosamente a cada una de sus narraciones con la siguiente acotación que humillaba al lirio: que él, comparado con tanta gloria, aparecía como una nada, desde luego, que era tan insignificante que se podría plantear el problema de que con qué derecho se llamaba propiamente lirio.

“Con esas cosas el lirio llegó a preocuparse, y, cuando más escuchaba al pájaro, mayores eran sus preocupaciones; no volvió a dormir tranquilo por la noche, ni a despertarse alegre por la mañana; se sentía encarcelado y atado al suelo, el murmullo del agua se le antojó aburrido y los días largos. Empezó definitivamente a ocuparse de sí mismo y de las circunstancias de su vida durante todo el largo día. Se decía así mismo: “Desde luego, de vez en cuando, para cambiar, puede ser estupendo oír el murmullo del riachuelo, pero es muy aburrido esto de tener que oír eternamente un día tras otro lo mismo”. “Puede resultar agradable habitar de vez en cuando en un lugar apartado y solitario, pero tener que estar así toda la vida, estar olvidado, sin compañía o en compañía de ardientes ortigas… es algo inaguantable”. “Y aparecer tan poca cosa como me pasa a mí, ser tan insignificante como el pajarillo dice que soy… ¡Ah!, ¿por qué no empecé a existir en otra tierra, en otras circunstancias?; ¿por qué no fui una corona real?” “Pues –dijo- mi deseo indudablemente no es un deseo irrazonable, yo no aspiro a lo imposible, a convertirme en otra cosa distinta de lo que soy, por ejemplo en un pájaro; mi deseo es simplemente el de llegar a ser un lirio maravilloso, a lo sumo el más maravilloso de todos.”

“Mientras tanto, el pajarillo iba y venía, pero con cada visita y cada despedida suyas iba creciendo la inquietud del lirio. Por fin se confió completamente al pájaro. Un atardecer decidieron que a la mañana siguiente cambiaría aquello y se daría fin a la preocupación. A la mañana temprano vino el pajarillo; con su pico echaba a un lado la tierra agarrada a la raíz del lirio para que este pudiera quedar libre. Terminada felizmente la tarea, el pájaro cogió al lirio y partió. Lo apalabrado era, concretamente, que el pájaro volaría con el lirio allá donde florecieran los lirios maravillosos; después el pájaro lo ayudaría a quedar plantado allí, y, gracias al cambio de lugar y al nuevo entorno, podría acontecerle muy bien al lirio, que llegase a ser un lirio maravilloso en compañía de los demás, o quizás, en definitiva, una corona real, envidiada de todos los demás.

“¡Ay!, el lirio se marchitó por el camino. Si el preocupado lirio se hubiera contentado con ser lirio, no hubiese llegado a preocuparse; si no se hubiera preocupado, entonces podría haberse quedado donde estaba; donde estaba toda su belleza; si hubiera permanecido en su lugar, entonces hubiese sido precisamente el lirio acerca del cual dice el Evangelio: “Mirad  al lirio, yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como él”.

Los lirios del campo y las aves del cielo.

Discurso religiosos.

Soren Kierkegaard