El poder de las circunstancias

El hombre se siente bajo el poder de las circunstancias, le parece que es poco lo que depende de él. A veces la fortuna le sonríe y durante algún tiempo él vuela sobre la ola de la suerte. En ocasiones hasta le parece tener la suerte entre las manos, de modo que habría que actuar con decisión, y el hombre empieza a luchar. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, tras la victoria a menudo sigue una derrota sin cuartel.

La gente va por un camino, flanqueado de colinas altas y fosos profundos. Las personas decididas y seguras de sí mismas se desvían constantemente del camino recto y, por alguna razón, empiezan a trepar por las colinas.

Allí brillan con tentación los premios dejados por los péndulos. A veces, como resultado de extraordinarios esfuer­zos, alguien logra el premio, pero más a menudo sucede que la gente fracase. En cualquier caso, al aparecer en la cima de una colina, el hombre baja rodando, derribado por el viento de las fuerzas equiponderantes. Y de nuevo el hombre se siente impotente, de nuevo le parece que es poco lo que depende de él.

 

El poder de las circunstancias

El otro tipo de gente, la negativista, considera que de ellos no depende absolutamente nada y prefieren revolcarse, abúlicos, en los fosos de sus peores temores. Los peores temores se realizan in­mediatamente. Los negativistas no sólo sufren por su impotencia. Inmaduros, entregan su destino en manos ajenas. Dicen que todo es la voluntad de Dios. Ellos no se mueven según la corriente de las variantes, pero tampoco se resisten, sino se limitan a forcejear, expresando su disgusto y contaminando toda la atmósfera energé­tica alrededor suyo. Lo único que les sale bien es realizar sus peores temores. Es por eso que los negativistas encuentran placer en sus peores temores: al menos en algo tienen razón. Lo único que han aprendido a hacer a la perfección es buscar y encontrar confirmacio­nes a su posición negativa.

Tal gente encuentra una especie de placer sadomasoquista en lo negativo. Son capaces de convertir cualquier menudencia en una tragedia. Su credo es: «La vida es un asco y empeora cada día más». Es su elección, y los negativistas buscan y encuentran confirmacio­nes en todo para demostrarlo. Pues vaya si no son sufridores y que  todos les  culpan y castigan, y qué destino más penoso tienen esos desdichados.

Ellos se bañan, literalmente hablando, en lo negativo y encuen­tran placer en eso. Porque lo negativo es lo único en que el mundo circundante está de acuerdo con ellos y sale a su encuentro. Ellos encuentran apoyo a su convicción de que sus peo­res temores se hacen realidad.

Es muy difícil hacer que el negativista pierda la costumbre de encontrar placer en torturarse a sí mismo. Es un caso muy grave. Pero la desgracia es que no sólo se amarga la vida a sí mismo. Al trasformar la capa de su mundo, el negativista arrastra a su misera­ble infiernito a sus prójimos, cuyas capas se sobreponen a él. Pero mira qué paradoja. A pesar de que el negativista parece ser impo­tente, posee mucha fuerza y la utiliza al máximo.

Su fuerza está en la firme convicción de que la vida es detestable y cada día se vuelve aún peor. Su firme convicción es nada más que la determinación de tener, por lo que la elección del negativista se realiza con éxito. El negativista realmente hace la elección, y el mundo realmente sale a su encuentro.

La realización de los peores temores del ne­gativista confirma que cualquiera es capaz de influir en el desarrollo de los acontecimientos.  Es capaz de determinar el guion no sólo en el sueño, sino también en la vida real. ¿Puede que para eso sólo sea necesario reemplazar la orientación negativa por orientación positi­va? «La vida es maravillosa y cada día se torna mejor». Sin embargo, al armarse con tal lema, el hombre parte a viajar por las nubes. Pero tan pronto como dude, aunque sea por un instante, y con miedo mire bajo sus pies, se hunde y cae abajo.

Desde el nacimiento se ha arraigado con fuerza en el ser humano la predisposición a ser nega­tivo. En cambio, las buenas intenciones del positivismo a menudo acaban con que el individuo vuela entre nubes y construye castillos en el aire, o reúne todas sus fuerzas para asaltar fortalezas terrenales.

Entonces, ¿qué hacer para respetar la coordinación e ir simple­mente por un camino llano, sin dar bandazos, sin caer en fosos ni trepar por los obstáculos? ¿Tal vez para eso es necesario quitar la importancia y moverte conscientemente según la corriente? Sí, es precisamente lo que se necesita. Pero hacerlo resulta bastante difícil, puesto que es imposible librarse por completo de la importancia; y moverte según la corriente te impide la mente inquieta que trata de establecer el control sobre la corriente y, al mismo tiempo, duerme despierta.

Aun así, hay una salida de esa situación, además muy simple, como todo lo genial. Hay que aprovechar la costumbre de la mente de tenerlo todo bajo control y ofrecerle un juego nuevo. La idea de ese juego es la siguiente: al surgir cualquier circunstancia desfavora­ble, despierta, valora conscientemente la importancia de lo ocurrido y cambia tu actitud. Tú mismo podrás persuadirte de que tal juego le gustará a tu mente. Ahora sabrás el principio general de la coordinación. Al guiarte por este principio, podrás obtener el mismo éxito en lo positivo, el que los negativistas obtienen en sus peores temores. Y suena así. Si te propones tener la intención de considerar el cambio de guion, aparentemente negativo, como algo positivo, todo será precisamente así.

Suena si no absurdo, tampoco muy convincente, ¿verdad? ¿Qué de positivo puede haber en una evidente derrota o qué de bueno puede haber en una desgracia? No obstante, este principio funciona de modo absolutamente impecable.

Cualquier acontecimiento en la línea de la vida también tiene una bifurcación: hacia el lado favorable y hacia lo desfavorable. Cada vez que tropiezas con un acontecimiento u otro, eliges cómo tratarlo. Si consideras ese acontecimiento como algo positivo, apareces en el ramal favorable de la línea de la vida. No obstante, la propensión a ser negativo te obliga a expresar tu disgusto y a elegir el ramal desfavorable.

Desde la mañana misma, el individuo se irrita por cualquier nimiedad, luego lo hace otra vez, y así el día entero se convierte para él una continua tanda de desgracias.

Ahora imagina otro guion. Tropiezas con una circunstancia enojosa. Guárdate de formular tu actitud negativa y reaccionar de modo primitivo, como si fueras una ostra. Dite a ti mismo: «¡Para! ¡Pues sólo es un juego con el espantajo de arcilla!». A pesar de todo, ten intenciones positivas y haz que este acontecimiento te alegre. Pues no en vano aparecieron los dichos: «no hay mal que por bien no venga» y «no hay desgracia que no traiga alguna gracia».

Intenta buscar algún germen positivo en el acontecimiento eno­joso. Aun si no encuentras nada, alégrate en todo caso. Créate la «estúpida» costumbre de alegrarte por los fracasos. Es mucho más di­vertido que enojarse y lamentarse con cualquier excusa. Tendrás que convencerte de que, en la mayoría de los casos, tu desgracia en rea­lidad te hace el caldo gordo. Aun si no fuera así, ten por seguro que, gracias a tu actitud positiva, has aparecido en el ramal favorable y has evitado otras desgracias.

Hablando en general: las desgracias siempre son una violación de la norma. Resultan inconvenientes sólo para ti, puesto que son un fuerte desvío del equilibrio e implican gastos adicionales de energía. Eres tú quien gasta esa energía en crearte obstáculos para luego superarlos. La suerte, por el contrario, cuando estás contento, es la norma. Y no estás contento, normalmente, cuando tropiezas con algún desvío de tu guion tan pronto como mi mente ve un incumplimiento del guion aprobado por ella misma, enseguida considera este cambio como desfavorable, de modo que manifiesta la actitud correspondiente e intenta imponer el control sobre la situación.

Pues bien, ahora explica a tu mente las reglas del juego nuevo. Dile que sigue manteniendo el control, aunque ahora la responsa­bilidad de ese control consistirá en interpretar cualquier aconteci­miento como positivo. Activa a tu Celador desde el mismo comien­zo de la función; por ejemplo, al principio del día. Normalmente tienes una idea aproximada de cómo deben desarrollarse los aconte­cimientos. En el momento en que tu guion se cambia ante tus ojos, necesitas admitir los cambios, conformarte con ellos. Pues percibes el acontecimiento como negativo sólo porque éste no encaja en tu guion. Finge que es precisamente lo que necesitas.

De este modo, obtienes un dinámico y deslizante control sobre la introducción de los cambios en el guion. No tienes prisa en expresar tu disgusto y luchar contra la situación, porque has aceptado ya los cambios en el guion sobre la marcha. Al renunciar al control sobre la situación recibes ese control.

El control se dirigirá, no a luchar contra la corriente de las variantes, sino a seguir esa corriente.

El secreto de la coordinación está en soltar el agarre y, al mismo tiempo, coger la situación en tus manos. Cuando la mente man­tiene el agarre, no permite que la situación se desarrolle según la corriente de las variantes. Al aceptar cualquier cambio en el guion como algo debido, te niegas a imponer el control. Lo que significa renunciar al control y, a la vez, mantener bajo control tu actitud, y por consiguiente, la situación.

Al fin de cuentas, sólo quieres evitar problemas y vivir de tal modo que todo te salga bien. Pues así será, si empiezas a utilizar el principio de la coordinación. Es, incluso, más eficaz que intentar influir en los acontecimientos con tu intención exterior. El caso es que la mente, como ya hemos explicado, no es capaz de calcular exactamente todos los pasos por adelantado. Pues no eres el único que vive en este mundo. La capa de tu mundo cruza con multitud de capas de otra gente, y ellos también tratan constantemente de conseguir algo. Pero la mente no necesita calcular anticipadamente todos los acontecimientos. Todo lo que necesitas es proyectar la diapositiva del objetivo y seguir el principio de la coordinación. Entonces la intención exterior te llevará con éxito hacia tu objetivo.

Cabe señalar que la coordinación se educa con la práctica. Si has comprendido el principio de la coordinación sólo en teoría, eso todavía no es suficiente. Es necesario desarrollar esa habilidad y perfeccionarla continuamente. Tu Celador debe trabajar sin cesar. Que no te pase desapercibido el momento en que, sin darte cuenta, esta­rás involucrado en un juego negativo.

La coordinación es el modo más eficaz de moverse en el espacio de las variantes. Cada acontecimiento le encuentras positivo y de este modo siempre sales al ramal favorable, te encuentras con la ola de la suerte más y más a menudo. Pero eso no significa que vivas en las nubes, porque actúas con intención y conscientemente. De ese modo te estás balanceando sobre la ola de la suerte. En eso consiste la principal idea del Transurfing.

Vadim Zeland: Adelante al pasado, cap. 3