El silencio

Sólo el agua tranquila refleja claramente las cosas. Solo la mente serena permite una percepción adecuada del mundo. (Hans Margolius)

Empezamos por el silencio porque subyace a otras muchas condiciones que permiten el contacto con el alma. Y si nos referimos en particular al silencio mental, desde luego es condición sine qua non. El silencio mental puede favorecerse de muchas maneras, empezando por periodos de silencio físico.

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Observemos hasta qué punto la sociedad actual va en contra del silencio. Está organizada como para embrutecer la sensibilidad mediante el ruido permanente y la activación incesante de los deseos del ego proponiendo sensaciones físicas o emocionales cada vez más fuertes. Los jóvenes son los que más fácilmente caen en esa trampa. Tienen mucha energía y sienten de modo más o menos confuso que les falta algo. Sin saberlo, buscan la trascendencia intentando superar los límites normales de percepción. Pero es un callejón sin salida. Los medios que se utilizan son cada vez más violentos y agresivos para el sistema nervioso, y aun cuando en determinadas ocasiones proporcionan una aparente salida de la conciencia ordinaria, no hacen sino recorrer una y otra vez, hasta el agotamiento, los viejos circuitos. Tras los momentos de excitación intensa y de éxtasis aparente, se encuentran luego más vacíos que antes.

De un modo más general y cotidiano, observamos hasta qué punto se ha perdido el sentido del valor del silencio cuando vemos que en los hogares y en los lugares públicos la televisión, la radio y/o la cadena musical funcionan a todas horas. Se habla de contaminación acústica; es una verdadera contaminación, efectivamente, y mucho más nociva de lo que creemos.

El ego se llena de ruido para no sentir nada, en particular para no sentir su propio vacío. Teme el silencio porque en él puede uno verse a sí mismo, puede sentir su verdadera realidad humana, sus alegrías y sus penas, puede sentir de nuevo la vida. En el silencio vuelve uno a ser sensible, abierto, más vulnerable quizá, pero más vivo… Sin embargo, sólo siendo conscientes de esa realidad y no huyendo de ella es cómo podemos trascenderla. El ruido anestesia. El silencio despierta.

Un modo de practicar el silencio es, sencillamente, dejar de hablar a tontas y a locas. En nuestra sociedad se habla demasiado. Es deseable comunicarse con los demás, desde luego, pero ocurre que en muchísimas ocasiones nuestras palabras no son simple comunicación, sino descarga emocional sobre los demás, expresión incontrolada de energía psíquica, emocional sobre los demás, expresión incontrolada de energía psíquica, invasión del espacio del otro, intento de valoración de uno mismo, aparte de los mecanismos de seducción, manipulación y dominación del ego a través de la palabra… Todos los Maestros de sabiduría han insistido siempre en el poder del silencio y de la palabra precisa. Medir nuestras palabras y ser conscientes de ellas en todo momento es una experiencia de silencio y una buena práctica de control emocional.

Al crear en nuestra vida periodos de silencio para permitirle al alma volver a las fuentes, a los valores fundamentales, nos damos la oportunidad de percibir espontáneamente el mundo de manera diferente… El silencio es una manera de abrir la puerta a lo divino que hay en nosotros.

Sugerencia práctica: de vez en cuando, pase un día entero sin encender la radio ni la televisión ni la cadena musical. Se trata de un ayuno de ruido exterior. Es posible que el cuerpo emocional proteste, pero es bueno para la salud, y es bueno para el Corazón… Y tal vez pueda oír otras cosas que proceden de otra sintonía… No estamos tan solos como creemos…

Son tantas las cosas que nos pasan desapercibidas cuando apartamos de nuestras vidas el silencio… Sed ahora como la luna llena, silenciosa y serena. (Ma Deva Padma)

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 18-II