Estructura del ser humano

Después de darse cuenta de la Presencia, el hombre es libre y perfecto. Antes de percatarse de la Presencia el hombre también es libre y perfecto; sólo le falta saberlo.

JEAN BOUCHART D’ORVAI

Para facilitar la comprensión del concepto de responsabili­dad, será útil dar una descripción, un modelo del ser humano a partir del cual podamos trabajar.

Recordemos que un modelo es una especie de marco de referencias, una descripción de la realidad y no la realidad misma. Estamos acostumbrados a funcionar de esta forma en el campo científico, puesto que es el proceso mismo que uti­liza la ciencia para ir de descubrimiento en descubrimiento.

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El modelo de Newton ha sido utilizado durante varios años para explicar la ley de la gravedad universal; éste ha aportado cierta comprensión y cierto dominio de nuestro universo. Su empleo ha permitido hacer avanzar el conoci­miento y la experiencia, hasta el momento en que sus límites han resultado evidentes; entonces hemos pasado a la teoría de Einstein. Este modelo más amplio ha permitido todavía más comprensión y maestría. Pero éste está lejos de ser la descrip­ción última. En efecto, los enfoques científicos más recientes han permitido hacer otros hallazgos, y la teoría de Einstein ha sido ampliada. Sin embargo esos modelos son útiles. A menudo los antiguos modelos no eran más que un caso particu­lar del modelo más amplio. Éstos han permitido esclarecer suficientemente una porción de la realidad para constituirse en un apoyo eficaz y hacer avanzar el conocimiento y la expe­riencia en un momento dado de la evolución de la humanidad.

Deberá hacerse el mismo método para el conocimiento psicológico y espiritual del ser humano. Utilizaremos un modelo en la medida que nos permita reflexionar, avanzar e investigar, en la medida que nos permita comprender mejor nuestro universo en un momento dado, sabiendo que no es más que cierta manera de describir la realidad, o sea, cierra manera de ver las cosas, y que llegará un momento en que podremos con certeza ampliar y enriquecer esta visión. Po­dría ser que incluso pasáramos a un modelo bastante diferen­te, acercándonos cada vez más a una realidad última que, de momento, no conocemos. Uno de nuestros maestros decía: «No se pasa nunca del error a la verdad, sino siempre de una verdad más pequeña a una verdad más grande.»

Habiendo recordado esto, vamos a utilizar un modelo bastante flexible y amplio como para que resulte fácilmente aceptable y será al mismo tiempo, una buena herramienta para facilitar la comprensión del concepto de responsabilidad-atracción-creación, porque ése es, en definitiva, nuestro verdadero tema.

Consideramos que el ser humano está constituido por un ser interior (al cual se le ha dado diferentes nombres en otras tantas culturas y tradiciones: Alma, Centro, Ángel so­lar, Cristo interior, Fuente, Yo superior, Conciencia supe­rior, Guía interior, Ego (con E mayúscula) y que este ser interior dispone de un vehículo de manifestación (llamado frecuentemente «personalidad» o ego) formado de un cuerpo mental, de un cuerpo emocional y de un cuerpo físico que le permite manifestarse en el mundo de la materia.

A este ser interior lo llamaremos aquí el Ello pero, evi­dentemente, el nombre en sí no tiene importancia. Baste con elegir uno para poder comprender. Este ser interior, forma­do de materia (o conciencia) vibrando a una frecuencia muy elevada, tiene necesidad de un vehículo de manifestación para expresar su voluntad en el mundo físico. Podemos considerar desde el punto de vista de la conciencia humana ordinaria, que este ser interior es perfecto en sí, todo luz, todo amor, todo inteligencia, todo conciencia, todo poder, etc. Es lo que se expresa con frecuencia cuando se dice que este ser es de naturaleza «divina». Consideramos que es lo que somos en esencia.

Sin embargo, a pesar de la perfección de que disponemos, no parecemos manifestarla en la vida de todos los días. ¿Por qué? No es porque nuestra esencia no es perfecta, sino sim­plemente porque el vehículo de manifestación no está a pun­to todavía. Una imagen ilustrará fácilmente este punto.

Comparemos nuestro Ello a un pianista maravilloso con mucho talento, e incluso genial. Sin embargo, tan genial como pudiese serlo, si no dispone más que de una pianola desafinada, cuyo montaje no está todavía completo, a la cual le faltan cuerdas y teclas, cuyo teclado está lleno de cola, y que de vez en cuando se pone a tocar su música programada de antemano e independientemente de lo que quiere tocar el pianista; en estas condiciones éste no podrá hacer buena música. Para que pueda tocar bien no hay nada que cambiar en la esencia de lo que es; sólo tiene que afinar y arreglar el piano. Es el tipo de trabajo que debemos hacer a nivel de nuestra personalidad. Terminar de construirla, afinarla, desprogramarla, armonizarla, liberarse de ella, a fin de que nuestro Ello pueda expresar su canto de belleza, de paz, de amor y de li­bertad en el mundo físico.

Somos perfectos en esencia, y simplemente tenemos ba­rreras e insuficiencias en nuestro vehículo que nos impiden de momento manifestar esta perfección.

En resumen, nuestra hipótesis de partida es la siguiente: poseemos un cuerpo físico, pero no somos este cuerpo físico; tenemos emociones, pero no somos esas emociones; tenemos pensamientos pero no somos esos pensamientos. Somos en esencia un ser, una conciencia que posee todo ello, y que debe obtener el dominio de todo ello.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. I