Filtros mentales

La mayor parte de las veces somos nosotros quienes juzgamos las acciones de los demás como malas a partir de nuestra propia percepción deformada por nuestros filtros mentales, mientras que en realidad esas acciones son irreprochables, tales como son. Seamos muy prudentes antes de juzgar, porque lo que nos molesta más en los demás es a menudo lo que de nosotros hay en ellos y no queremos ver… Pero suponiendo que el otro ha obrado verdaderamente «mal», entonces recordemos que esta persona ha obrado lo mejor que podía hacerlo, con todos sus miedos, sus traumas pasados, su nivel de evolución, sus programaciones de infancia, etc. Elegimos considerar esta persona como un ser en evolución que busca su camino hacia la luz, tal como noso­tros. Le damos permiso para que cometa errores, como de­bemos dárnoslo a nosotros.

Filtros mentales

Además, si la persona ha «obrado mal», en el sentido de una transgresión real de una ley universal, entonces sabemos que en el momento y en el lugar oportuno el universo, en todo su amor, le dará la ocasión de aprender a respetar esta ley (no un castigo sino una ocasión de aprendizaje que puede ser ligera o severa según lo que sea apropiado). Entonces rec­tificará su comportamiento, aprenderá a obrar en función de la voluntad de su Ello, como todo ser humano lo hace tarde o temprano en su camino de evolución. Nuestro odio, nuestro rencor y nuestro deseo de venganza son completamente inútiles, no son más que veneno que nos destruye interiormente: Somos nosotros quienes nos hacemos daño.

Pero, ¿debemos evitar utilizar la justicia humana bajo texto de que el universo se encarga de la educación de todos? Podemos utilizarla, y es bueno efectivamente hacerlo. Sin embargo es muy delicado, porque cuando hacemos eso, es fácil caer en la postura de víctima que quiere probar que tiene razón. Para poder estar en paz con nosotros mismos y no atraerse retornos kármicos, recurrir a la justicia humana puede ser justo y apropiado, pero debe hacerlo a partir de cierto estado de ánimo. (Este punto se ha desarrollado debi­damente en el transcurso de la respuesta a la tercera pregunta del capítulo 12).

Si esta «herida» recibida no es más que una interpretación personal e ilusoria de lo que una persona ha dicho o hecho, y no corresponde en absoluto a la realidad ni a la intención real de la otra persona, es decir si la «falta» del otro ha sido com­pletamente fabricada en nuestra mente por nuestros propios juicios y nuestra percepción deformada de las cosas, entonces es tan inútil como atormentarse sin cesar con las emociones negativas. En este caso, además de reconocer al otro el pleno derecho de cometer errores y de hacer su propio aprendizaje, con el fin de poder perdonar más fácilmente, sería bueno que nos diésemos cuenta de nuestra ilusión. Si no, persistiremos en percibir el mundo de esta manera y continuaremos reci­biendo injurias del todo ilusorias, sin por eso sufrir menos. Este sufrimiento continuará generando emociones negativas que nos destruirán psicológica y físicamente.

Sabiendo que somos nosotros quienes nos hemos atraído esos acontecimientos en nuestra vida, y aceptando al otro en sus propios límites nos es mucho más fácil comprender y perdonar. Hemos dicho más arriba que no hay víctimas, podemos decir ahora que tampoco hay verdugos.

No hay verdugos en este universo. No hay más que seres momentáneamente separados de sus Ellos, que ignoran las leyes universales.

Nuestra víctima interior continúa poniéndose nerviosa; acabamos de quitarle todas las razones para poder vengarse. Pero paciencia, podemos transformar esta parte de nosotros y hacer de ella nuestra amiga. Porque en el fondo, no es mala, sino todo lo contrario. Lo que quiere, es que seamos felices pero no sabe cómo hacerlo. Abriendo nuestro espíritu, va­mos a darle la oportunidad de jugar con nosotros al gran jue­go de la vida, de una forma alegre y muy ligera.

Muchas personas han llegado a perdonar a sus padres. Al darse cuenta de que habían elegido a sus padres tal como eran, incluso si todavía no han comprendido racionalmente por qué, y darse cuenta también que sus padres eran seres humanos limitados, con sus propios niveles de evolución, con sus dosis de sufrimiento y de condicionamiento, no les queda ya nada con qué alimentar el rencor y el resentimiento. Incluso han podido compadecerse de ellos. Tal es el poder del pensamiento sobre las emociones. Este cambio de con­ciencia, ligado quizás a un trabajo de liberación energética del pasado, hace milagros.

En realidad, como dice Jonathan Parker, director del Ins­tituto Gateways, «No tengo nada que perdonar, porque per­donando me sitúo todavía como juez.»

Sabiendo que soy yo el autor de todo el escenario, ¿cómo podría estar resentido contra los actores que han actuado en mi obra de teatro?

No hay nada que perdonar. Sólo hay emociones negati­vas a liberar y la búsqueda de una forma más amplia de perci­bir la vida.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. 10