Las 5 etapas del autoconocimiento y el fin de la búsqueda

 

Cuando el Oráculo de Delfos decía «conócete a ti mismo» no se estaba refiriendo simplemente a que conocieras tu personalidad: tu carta astral, tu eneagrama o cualquier otro mapa para cartografiar tu ego.

Estaba apuntando a lo que Eres, más allá de tu personalidad. A tu consciencia. O mejor, a la Consciencia que eres. Sin embargo, este misterioso juego divino que parece ser la Vida requiere de una evolución hasta llegar de nuevo la Consciencia Original. Un perro no sabe que es un perro. Un humano sabe que es un humano y ahí empieza, o termina, según la persona, la búsqueda.

 

Llevo años reflexionando sobre ese camino evolutivo de la Consciencia y hacia la Consciencia y si lo tuviera que sintetizar brevemente lo haría en 5 etapas: No sé Quién Soy ni cómo soy; sé cómo soy; sé porqué soy como soy; sé para qué soy como soy y, finalmente, sé Quién Soy y quién no soy.

1) La primera etapa sería la más inconsciente: aquélla en la que no conoces prácticamente nada de tu psicología ni te interesa. Tu búsqueda está más enfocada hacia el mundo ‘exterior’ y mientras no hay sufrimiento -o consciencia de él-, ‘todo está bien’. No lo digo con ironía ni despectivamente ya que, a menudo, lo que te sucede en las dos etapas siguientes -en las que tienes más consciencia-, es que únicamente consigues cambiar este sufrimiento inconsciente por un sufrimiento consciente.

2) Podríamos convenir que en la segunda etapa, empieza el interés por mirarte a ti mismo y dejar de proyectar en el entorno. Ese es un gran paso. Los Advaitas le llaman el momento en el que «tu cabeza entra en la boca del tigre». Ya nada vuelve a ser del todo igual. Será el momento en que descubres tu número del Eneagrama, por ejemplo. Qué gran momento. Ciertamente es un gran paso y ciertamente no es el último. Allí le pones ‘nombre’ a tu personalidad y a tu sufrimiento.

3) Después empiezas a querer saber por qué eres es como eres. El «por qué» te conecta con la vía horizontal en el sentido de que te hace revisar todas tus relaciones: padres, pareja, hijos, amistades,… que han ido conformándote a través de la genética, las influencias familiares y todo lo que vino después a tu vida. Esta etapa del proceso puede llevar muchos años y existe el riesgo de que te quedes ‘empantanado’ revisitando tu pasado en busca de explicaciones y responsables, en el mejor caso. En el peor, buscas culpables y te victimizas.

4) Una vez, tomas tu responsabilidad y te reconcilias con la personalidad que tienes, empieza la vía vertical: aquélla que te conecta con el para qué la Vida te ha hecho así. Todos tenemos un propósito específico y para llevarlo a cabo debíamos tener unas características de partida concretas y unas experiencias siguientes particulares. Llegar hasta aquí, te libera de mucho sufrimiento (culpa, resentimiento,…) debido a que llegas a entender que todo lo que te sucedió era necesario y oportuno para un Plan mayor que tu mente no llegará a comprender nunca completamente.

5) Finalmente, puede suceder que dejes de buscarte a ti mismo y se produzca una desidentificación definitiva e irreversible con la personalidad que te ha «tocado». Que te rindas y aceptes que no había nada que buscar ni ningún sitio al que llegar. Que el buscador es Lo Buscado. Esta sería la Liberación final o Iluminación de la que tanto hablan los Maestros de todos los tiempos y lugares. ¡El fin de la búsqueda!

Para mí -y para la Filosofía Advaita lo más relevante de todo este proceso es que los hombres que llegaron al final del camino como Buda o Ramana Maharsi, dirían que todos estos pasos evolutivos son descriptivos y no prescriptivos en el sentido de que realmente tú no puedes hacer que el proceso termine, ni tan sólo que avance. Incluso, la búsqueda, dirían ellos, ha empezado en ti (por un encuentro, una pérdida, un libro, una crisis,…) y se mantiene a través tuyo, pero tú ni siquiera has elegido empezarla… que no has elegido ser un buscador… o que si lo has «elegido», no ha sido libremente. A pesar de que el volante (sensación de autonomía y libertad personal) que tienes en las manos te hace pensar que controlas tu vehículo, dirían ellos que, en realidad, estás sentado en el asiento del pasajero (eres Consciencia!) con un volante que no está conectado al coche. En definitiva y a nivel descriptivo, lo mejor que ‘podrías’ hacer (si de ti dependiera, que no es el caso como acabamos de contar) sería relajarte, dejar de buscar y disfrutar del paisaje. ¡Buen Viaje!

Andrés Zuzunaga – Cosmograma