Identidad 2ª parte

El significado de la identidad personal es doble: por un lado, distintas personas tienen diferentes impresiones basadas en los sucesos del pasado y en los recuerdos que dichos sucesos han dejado en el cerebro en función de cómo reaccionamos a ellos en su momento; y, por otro, estos sucesos y las reacciones y recuerdos asociados a ellos no son todos los sucesos, sino únicamente una selección de ellos determinada por unos criterios que no son absolutos sino relativos. En otras palabras, las convenciones se basan necesariamente en ciertos signos, símbolos y medidas, lo que da como resultado que el conocimiento convencional no puede ser sino un sistema de abstracciones en el que los objetos y sucesos deben ser reducidos necesariamente a unos perfiles nebulosos y generales. El hecho asombroso pero lógico es que, de este modo, la entidad individual acaba siendo no sólo la “apariencia metafísica en la consciencia”, sino en realidad, y en la experiencia práctica de cada día, una abstracción con unos contornos generales basados en ciertas impresiones seleccionadas relativas a ciertos sucesos seleccionados. Y es esa entidad individual la que busca el conocimiento. Por tanto, no debe sorprendernos que el conocimiento que no está basado en abstracciones y en el que la entidad individual se vuelve no sólo irrelevante sino una verdadera obstrucción, no sea fácil de aprehender.

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Es importante tomar consciencia de que cuando el “concepto-yo” se establece como realidad subjetiva, lo que verdaderamente ocurre es que se considera a sí mismo una entidad independiente. No se ocupa del resto de los fenómenos ni tiene una intención agresiva hacia ellos; lo único que le preocupa es la protección y la continuidad perpetua de su propia “realidad”. Cuando hay conflicto el “concepto -yo” considera que ha sido llevado a dicho conflicto por el “otro”, ¡y que el otro amenaza su posición! No le preocupa la victoria sobre su adversario, sólo desea que el “otro” le deje en paz y que desaparezca definitivamente de su lado para que deje de amenazar su seguridad y bienestar. Lo único que le preocupa al “concepto-yo” es no tener enemigos que amenacen su seguridad. Y el chiste es que cada concepto-yo piensa en términos de una entidad independiente y separada: términos sinónimos con el dualismo. Abandonarse a la polaridad de los opuestos significa separación que produce miedo al “otro”, y dicho miedo se manifiesta como conflicto humano e infelicidad.

Si vemos el cuerpo científicamente como vacío, como energía pulsante, la cuestión que surge es la siguiente: Entonces, ¿qué es un ser consciente? Quizá la pregunta se responda a sí misma. En el ser consciente, si el ser es mero vacío, entonces el ser sensorialmente perceptible debe ser una mera apariencia, como un espejismo en el desierto, y el “ser consciente” debe ser lo que queda: CONSCIENCIA. Si el ser físico es meramente una apariencia, un objeto, un fenómeno, es evidente que no puede esperarse que realice ninguna acción como entidad independiente basada en su propia iniciativa. Este hecho queda ilustrado en una historia frecuentemente repetida por el maestro chino Chuang-Tzu de la cerda que murió amamantando a sus lechones: los lechones simplemente abandonaron el cuerpo inanimado porque su madre ya no estaba allí. El cuerpo se quedó inanimado porque el espíritu ya no estaba en él. Este espíritu, la capacidad de sentir del cuerpo, es considerado por los místicos orientales la consciencia ( o el “Corazón”  o la “Mente”), que no es el elemento personal en cada ser consciente, sino la energía universal y primal que pulsa en todos los seres consciente y en cada partícula de universo. Esta consciencia impersonal o universal es, por lo tanto, lo que el ser consciente realmente es. Y, evidentemente, todo lo que es, todo lo que existe, no es otra cosa que consciencia universal.

Ramesh Balsekar