Intención exterior

Hay dos potenciales excesivos que nos impiden conseguir el objetivo: el deseo y la fe. Para ser más exactos: el deseo apasionado de conseguir el objetivo cueste lo que cueste, y la lucha contra las dudas que puedas tener sobre posibilidades de lograrlo. Cuanto más ansiado sea el objetivo, más peso obtiene la duda sobre resultado final positivo. La duda, a su vez, aumenta más todavía el valor de lo deseado. Ya hemos aclarado que el deseo no ayuda, sino que sólo estorba. El secreto de realización de un deseo está en que se debe renunciar el deseo, y remplazarlo por la intención, es decir, por la determinación de tener y actuar.

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Pero la importancia de tu objetivo a su vez crea la frenética pretensión de ir consiguiendo lo de uno, utilizando la intención interior para influir al mundo. La mente, al obtener la intención, se lanza de cabeza a la lucha. Es la importancia del objetivo, precisamente, la que obliga a la mente a presionar tanto el mundo. Para acercarse a la intención exterior aunque sea a un paso, es imprescindible bajar la importancia. La intención exterior no tiene nada que ver con la interior en su propósito de influir sobre el mundo circundante. Es imposible obtener la intención exterior utilizando la intención interior, por muy fuerte que ésta sea. La intención exterior está fuera de nosotros, en nuestro exterior: de aquí su nombre. Pero, al fin y al cabo, ¿qué es? No tengo la menor idea. Es muy difícil hablar sobre la intención dentro de las definiciones de la mente.

Sólo podemos ser testigos de algunas de las manifestaciones de la intención exterior. Se revela una vez que el alma y la mente se ponen de acuerdo en algo. Tan pronto como esa condición se haya cumplido, se crea una especie de resonancia entre la emisión de la energía mental y aquella fuerza exterior que nos engancha y traslada al sector correspondiente.

La intención exterior es precisamente aquella fuerza que realiza el Transurfing propiamente dicho, es decir: la transición por las líneas de la vida o, en otras palabras, el movimiento de la realización material a través de los sectores en el espacio de las variantes. ¿Por qué existe esa fuerza y de dónde sale? No tiene ningún sentido plantear semejante pregunta, al igual que preguntar por qué existe Dios, o razonar si existe alguna relación entre Dios y la intención exterior. A nadie se da saberlo. Lo más importante para nosotros es que esa fuerza existe y sólo tenemos que disfrutar de la posibilidad de utilizarla, al igual que disfrutamos del sol.

La intención exterior indica la posibilidad de desplazar la realización por los sectores del espacio de las variantes. Así, como la fuerza de gravedad indica la posibilidad de caer desde el tejado de una casa. Mientras estás encima del tejado, a pesar de la existencia de la fuerza de gravedad, no ocurre nada. Pero tan pronto como des un paso adelante, es decir, te entregues a las manos de la fuerza de gravedad, ésta te agarra y te tira al suelo.

Para entregarse a las manos de la intención exterior, debes lograr que tu alma y tu mente concuerden en algo. Esa unidad es imposible de conseguir si existe importancia. La importancia da lugar a dudas y se convierte en un obstáculo en el camino hacia la unidad.

La discordancia de esfuerzos del alma y la mente se debe al hecho que la mente está bajo el poder de prejuicios y falsos objetivos impuestos por los péndulos. Los péndulos, una vez más, nos tiran por los hilos de la importancia. Por lo tanto, hemos obtenido la segunda condición necesaria para dominar la intención exterior: reducir la importancia y renunciar el deseo de conseguir el objetivo. Suena, por supuesto, a paradoja: resulta que para conseguir el objetivo es necesario renunciar al deseo de conseguirlo. Nosotros comprendemos todo lo que tiene que ver con la intención interior, puesto que estamos acostumbrados a actuar sólo dentro de esos marcos muy limitados. Hemos definido la intención como la determinación de tener y actuar. La diferencia entre la intención exterior e interior se revela tanto en la primera como en la segunda parte de esa definición. Si la intención interior es la determinación de actuar, la intención exterior es más bien la determinación de tener. Tienes la determinación de caer: toma carrera y cae.

Tienes la determinación de aparecer en el suelo: suelta tu agarre y entrégate a la fuerza de gravedad.

No debes tener deseo, sino sólo una intención pura. De modo que tendrás que disminuir la importancia exterior e interior. Para disminuir la importancia existe un remedio muy simple, pero eficaz: resignarse con la derrota de antemano. Sin hacerlo, no te librarás del deseo.

Al purificar la intención del deseo, no pierdas la intención misma. Ten la intención de conseguir el objetivo y de antemano resígnate a la derrota. Proyecta varias veces en tu imaginación el guión del fracaso y piensa en lo que vas a hacer en caso de perder, encuentra una salida de emergencia, alguna medida de seguridad.

Al resignarte con la derrota no pienses más sobre el fracaso ni sobre el éxito, sino simplemente ve hacia tu objetivo. Muévete, avanzando, hacia el objetivo como si fuera ir al kiosco por un periódico. Encontrarás la suerte en tu bolsillo, y si no está allí, tampoco te apenarás por eso. No te ha salido una vez, saldrá la próxima, siempre y cuando no te consumas de pena por el fallo.

Entregarse en manos de la intención exterior no significa en absoluto negar completamente la intención interior y estar sentado, con las manos cruzadas, esperando cuando el alma y la mente llegan a un acuerdo. Nadie te impide obtener el objetivo con los métodos corrientes. La renuncia del deseo y la importancia tendrá efecto positivo también sobre el resultado del trabajo de la intención interior. Pero ahora, además, tienes una posibilidad de atraer a tu bando una fuerza aún más poderosa: la fuerza de la intención exterior. Eso te permitirá conseguir lo que antes te parecía inalcanzable.

Vadim Zeland: El susurro de las estrellas de madrugada, cap. I