La belleza

El orden, la armonía y la belleza forman parte de nuestra esencia, de nuestro ser profundo. La Naturaleza nos regala belleza en todas partes, tanto en el paisaje más grandioso como en la más pequeña flor silvestre. La inmensa belleza de la Naturaleza refleja la perfección del Creador, gran matemático experto en geometría sagrada; si somos sensibles a ella, llegará hasta las raíces más profundas de nuestro ser.

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Si queremos sanar el corazón, vayamos al bosque un día de otoño y tumbémonos bajo los árboles. Las hojas se perfilan en el cielo luminoso, se balancean suavemente al viento y cantan la alegría de estar juntas; llevan el mensaje sublime del sol que las acaricia y de la tierra que las alimenta. Son innumerables, todas diferentes; sin embargo, ofrecen una sinfonía perfecta de formas y colores. ¿Por qué nos gustan tanto esos dones de la Naturaleza? Porque hablan de belleza y armonía, que es el lenguaje del alma; porque alimentan y sanan el corazón. Tomémonos tiempo para posar a menudo una mirada tranquila y amante sobre la Naturaleza; ella nos lo devolverá con creces elevando nuestra frecuencia vibratoria, y nos hará descubrir otra manera de percibir el mundo.

Tomémonos también tiempo para saborear las obras de arte de los grandes artistas: esculturas, pinturas, poesía, música… las obras que han superado la prueba del tiempo. A través de ellas, los artistas nos hablan de su contacto con el campo quántico, nos hablan de su belleza, del éxtasis, de la originalidad sinfín, de su riqueza. Tomémonos tiempo para mirar, para escuchar…, pero con mirada y oído atentos, con una atención que procede del corazón. Sólo entonces veremos, sólo entonces escucharemos. Pasemos algún tiempo, de vez en cuando, con los grandes artistas, transmisores directos de la energía divina, y demos a nuestros hijos la oportunidad de aprender a conocerlos de manera que también ellos puedan encontrar la fuente de creación superior, y tener así una vida más hermosa…

Una de los signos de decadencia de nuestra sociedad es que a menudo se abandona la belleza y su lugar es ocupado por intenciones procedentes de esquemas mentales dislocados que se expresan a través de las peores atrocidades y salvajadas que circulan por las pantallas de cine y de televisión, y que cualquiera puede ver, incluso los niños (véanse ciertas películas y tebeos). Los niños crecen viendo fealdad, transmitida sobre todo por los medios de comunicación; lo peor es que con frecuencia aparece mezclada con la verdadera belleza y los buenos sentimientos, con lo que se acaba aceptando como normal. Se acostumbra uno a ella. Un verdadero desastre… La belleza estética se prostituye a menudo –con fines comerciales– activando los mecanismos inferiores del ego, con lo que se crea una de las mezclas más perturbadoras para el ser. Olvidar la pureza de la verdadera belleza es perder la esencia de lo que somos.

La belleza es suave; pero también pude ser fuerte e intensa, y en su intensidad lleva la profundidad del ser, la magia, el misterio de la vida. La verdadera belleza inspira, eleva, sana. Es una expresión de lo divino en la materia, por eso nos deleita, porque nuestra esencia entra en resonancia con ella. A pesar de la decadencia de nuestro mundo, como la fuerza del alma sigue presente –incluso se intensifica–, todavía hay mucha belleza, expresada bajo mil formas. Y no es cuestión de gustos o de moda. La verdadera belleza es universal y trasciende el tiempo. Es eterna como nuestras almas… De nosotros depende descubrirla y resonar con ella. Su eco nos ayudará a conocer al Maestro que reside en el Corazón.

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 18-II