La Búsqueda espiritual y lo cotidiano

Un contexto puede ser considerado como una actitud interior, una perspectiva global, un marco general que alinea nuestras acciones en un sentido determinado. Es una actitud, una manera de ser y de pensar que se encuentra detrás de cualquier acción deliberada y, en particular, detrás de cualquier práctica de búsqueda interior, el contexto es el continente; los pensamientos y las acciones, el contenido. El continente tiene una enorme importancia porque garantiza la coherencia y pertinencia del contenido. También podríamos comparar el contexto con los cimientos de una casa. Si son sólidos, la seguridad de la construcción está garantizada, incluso se pueden cambiar los planos sobre la marcha. Pero si son frágiles o inexistentes, el edificio se vendrá abajo antes o después por muy prometedor que en principio pudiera parecer. Es decir, que sin un contexto claro y sólido, puede uno perderse en el laberinto de los mil métodos que existen en la actualidad en el “mercado” y no llegar a nada verdaderamente valido o transformador. Entonces acaba uno decepcionado del método y echa la culpa a causas externas, cuando lo que ocurre en realidad es que ha olvidado (o no ha querido) asegurarse de que el punto de partida fuera el correcto. En general, a menos que tergiverse mucho las cosas, toda práctica realmente sincera conduce a buen término siempre y cuando se mantenga en el contexto adecuado; lo que a veces hay que poner en entredicho no es la técnica en sí, sino el estado de ánimo con el que ésta se lleva a cabo.

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El trabajo interior puede realizarse de modo deliberado en una práctica concreta, pero puede –y, en realidad, debe– integrarse en la vida cotidiana. Es en ella donde entran en acción los mecanismos de la conciencia, en ella se desvelan, se afrontan y pueden transformarse. La “práctica espiritual” más directa es nuestra manera de vivir. De hecho, es el aspecto esencial de cualquier entrenamiento espiritual, porque es en la vivencia de lo cotidiano cuando nos enfrentamos a los mecanismos de la conciencia, y es ahí donde podemos vivir la experiencia de transformación más intensa y auténtica. La calidad de nuestra vida es expresión directa del contenido de nuestra conciencia a todos los niveles. Podemos deleitarnos hablando de bellas teorías o magníficas filosofías, pero si nuestras relaciones caen a pedazos, si nuestro cuerpo está en malas condiciones, si nuestra creatividad es limitada y somos de un humor imprevisible, tenemos ante los ojos el estado exacto de nuestros mecanismos interiores. Pero también la agitación cotidiana nos ofrece la ocasión de ser más conscientes de nosotros mismos y de realizar una auténtica transformación.

Los contextos conscientes que presentamos en la tercera parte se apoyan en unos principios básicos bastante sencillos, pero fundamentales y muy potentes. Sin embargo, a pesar de su sencillez –o quizá precisamente por eso- a menudo se ignoran, porque no son muy atractivos para el ego. Aunque son conocidos, no se comprenden lo suficiente como para aplicarlos de modo adecuado y hacer que resulten verdaderamente útiles. Sin embargo, apoyar la búsqueda interior sobre bases sencillas, claras y concretas que se aplican en la vida cotidiana es lo que permite progresar con rapidez y eficacia hacia el dominio perfecto y la expresión natural de la sabiduría del corazón.

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 15-III