La enfermedad es separación

Si la enfermedad es separación, la decisión de curar y de ser curadores, por lo tanto, el primer paso en el proceso de reconocer lo que verdaderamente quieres. Todo ataque te aleja de esto, y todo pensamiento curativo te lo acerca. El Hijo de Dios incluye tanto al Padre como al Hijo porque es a la vez Padre e Hijo. Unir tener y ser es unir, tu voluntad a la Suya, pues lo que Su Voluntad ha dispuesto para ti es Él Mismo. Y tu voluntad es entregarte a Él porque, en tu perfecto entendimiento de Él, sabes que no hay sino una sola Voluntad. Mas cuando atacas a cualquier parte de Dios o de Su Reino tu entendimiento no es perfecto, y, por consi­guiente, pierdes lo que realmente quieres.

Curar, por lo tanto, se convierte en una lección de entendi­miento, y cuanto más la practicas mejor maestro y alumno te vuel­ves. Si has negado la verdad, ¿qué mejores testigos de su realidad podrías tener que aquellos que han sido curados por ella? Pero asegúrate de contarte a ti mismo entre ellos, pues estando dis­puesto a unirte a ellos es como te curarás. Todo milagro que obras te habla de la Paternidad de Dios. Todo pensamiento curativo que aceptas, proceda éste de un hermano o de tu propia mente, te enseña que eres el Hijo de Dios. En todo pensamiento hiriente que albergues, independientemente de donde lo percibas, yace la negación de la Paternidad de Dios y de tu relación filial con Él. 

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Y la negación es tan total como el amor. No puedes negar parte de ti mismo porque el resto parecerá estar separado de ti, y, por lo tanto, desprovisto de significado. Y al no tener significado para ti, no lo entenderás. Negar el significado de algo equivale a no comprenderlo. Únicamente puedes curarte a ti mismo porque únicamente el Hijo de Dios tiene necesidad de curación. Tienes necesidad de ella porque no te entiendes a ti mismo, y por lo tanto, no sabes lo que haces. Puesto que te has olvidado de lo que estu voluntad, no sabes lo que realmente quieres.

La curación es señal de que quieres reinstaurar la plenitud. Y el hecho de que estés dispuesto a ello es lo que te permite oírla Voz del Espíritu Santo, Cuyomensaje es la plenitud. Él te capacitará para que vayas mucho más allá de la curación que lograrías por tu cuenta, pues a tu pequeña dosis de buena voluntad para reinstaurar la plenitud Él sumará todaSu Voluntad, haciendo así que la tuya sea plena. ¿Qué podría haber que el Hijo de Dios no pudiese alcanzar cuando la Paternidad de Dios se encuentra en él? Mas la invitación tiene que proceder de ti, pues sin duda debes haber aprendido que aquel a quien invites a ser tu hués­ped, será quien morará en ti.

El Espíritu Santo no puede hablarle a un anfitrión que no le dé la bienvenida, puesto que no sería oído. El Eterno Invitado jamás se ausenta, pero Su Voz se vuelve cada vez más tenue en compañía de extraños. Necesita tu protección, únicamente porque la atención que le prestas es señal de quedeseas Su Compañía. Piensa como Él aunque sólo sea por un momento y la pequeña chispa se convertirá en una luz tan resplandeciente que inundará tu mente para que Él se convierta en tu único Invitado. Siempre que le abres las puertas al ego, menoscabas labienvenida que le das al Espíritu Santo. Él no sé ausentará, pero habrás hecho una alianza contra Él. Sea cual sea la jornada que decidas emprender, Él irá contigo y esperará. Puedes confiar plenamente en Su paciencia, pues Él no puede abandonar a ninguna parte de Dios. Mas tú necesitas mucho más que paciencia.

No podrás descansar hasta que sepas cuál es tu función y la lleves a cabo, pues sólo en esto pueden estar completamente uni­das la Voluntad de tu Padre y la tuya. Tener a Dios es ser como Él, y Él se ha dado a Sí Mismo a ti. Tú que tienes a Dios debes ser como Dios, pues mediante Su regalo Su función se convirtió en la tuya. Invita este conocimiento de nuevo a tu mente y no dejes entrar ninguna otra cosa que lo pueda enturbiar. El Invitado que Dios te envió te enseñará cómo hacer esto sólo con que reconozcas la pequeña chispa y estés dispuesto a dejar que se expanda. No es necesario que estés enteramente dispuesto a ello porque Él lo está. Si simplemente le ofreces un pequeño lugar, Él lo iluminará tanto que gustosamente dejarás que éste se expanda. Y mediante esta expansión, comenzarás a recordar la creación.

¿Qué prefieres ser, rehén del ego o anfitrión de Dios? Aceptarás únicamente a aquel que invites. Eres libre de determinar quién ha de ser tu invitado y cuánto tiempo ha de permanecer contigo. Más esto no es auténtica libertad, pues depende todavía de cómo la consideres. El Espíritu Santo se encuentra ahí, pero no puede ayudarte a menos que tú se lo pidas. Y el ego no es nada, tanto si lo invitas a que entre como si no. La auténtica libertad radica en darle la bienvenida a la realidad, y de tus invi­tados, sólo él Espíritu Santo es real. Date cuenta, pues, de Quién mora en ti, reconociendo simplemente lo que ya se encuentra ahí, y no te conformes con consoladores imaginarios, pues el Conso­lador de Dios se encuentra en ti.

UCDM 1, cap. 11-II