La herencia del Hijo

Nunca olvides que la Filiación es tu salvación, pues la Filiación es tu Ser. Al ser la creación de Dios, es tuya, y al pertenecerte a ti, es Suya. Tu Ser no necesita salvación, pero tu mente necesita aprender lo que es la salvación. No se te salva de nada, sino que se te salva para la gloria. La gloria es tu herencia, que tu Creador te dio para que la extendieras. No obstante, si odias cualquier parte de tu Ser pierdes todo tu entendimiento porque estás con­templando lo que Dios creó como lo que eres, sin amor. Y puesto que lo que Él creó forma parte de Él, le estás negando el lugar que le corresponde en Su Propio altar.

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¿Cómo ibas a poder saber que estás en tu hogar si tratas de echar a Dios del Suyo? ¿Cómo podría el Hijo negar al Padre sin creer que el Padre loha negado a él? Las leyes de Dios existen para tu protección, y no existen en vano. Lo que experimentas cuando niegas a tu Padre sigue siendo para tu protección, pues el poder de tu voluntad no puede ser reducido a menos que Dios intervenga contra él, y cualquier limitación de tu poder no es la Voluntad de Dios. Recurre, por lo tanto, únicamente al poder que Dios te dio para salvarte, recordando que es tuyo porque es Suyo, y únete a tus hermanos en Su paz.

Tu paz reside en el hecho de que Su paz es ilimitada. Limita la paz que compartes con Él, y tu Ser se vuelve necesariamente un extraño para ti. Todo altar a Dios forma parte de ti porque la luz que Él creó es una con Él. ¿Le negarías a un hermano la luz que posees? No lo harías si te dieses cuenta de que con ello sólo podrías nublar tu propia mente. En la medida en que lo traes de regreso, regresas también tú. Ésa es la ley de Dios para la protec­ción de la plenitud de Su Hijo.

Sólo tú puedes privarte a ti mismo de algo. No resistas este hecho, pues es en verdad el comienzo de la iluminación. Recuerda tam­bién que la negación de este simple hecho adopta muchas formas, y que debes aprender a reconocerlas y a oponerte a ellas sin excepción y con firmeza. Éste es un paso crucial en el proceso de re-despertar. Las fases iniciales de esta inversión son con fre­cuencia bastante dolorosas, pues al dejar de echarle la culpa a lo que se encuentra afuera, existe una marcada tendencia a albergarla adentro. Al principio es difícil darse cuenta de que esto es exactamente lo mismo, pues no hay diferencia entre lo que se encuentra adentro y lo que se encuentra afuera.

Si tus hermanos forman parte de ti y los culpas por tu privación, te estás culpando a ti mismo. Y no puedes culparte a ti mismo sin culparlos a ellos. Por eso es por lo que la culpa tiene que ser des-hecha, no verse en otra parte. Échate a ti mismo la culpa y no te podrás conocer, pues sólo el ego culpa. Culparse uno a sí mismo es, por lo tanto, identificarse con el ego, y es una de sus defensas tal como culpar a los demás lo es. No puedes llegar a estar en Presencia de Dios si atacas a Su Hijo. Cuando Su Hijo alce su voz en alabanza de su Creador, oirá la Voz que habla por su Padre. Mas el Creador no puede ser alabado sin Su Hijo, pues Ambos comparten la gloria y a Ambos se les glorifica juntos.

Cristo está en el altar de Dios, esperando para darle la bienve­nida al Hijo de Dios. Pero ven sin ninguna condenación, pues, de lo contrario, creerás que la puerta está atrancada y que no puedes entrar. La puerta no está atrancada, y es imposible que no puedas entrar allí donde Dios quiere que estés. Pero ámate a ti mismo con el Amor de Cristo, pues así es como te ama tu Padre. Puedes negarte a entrar, pero no pueden atrancar la puerta que Cristo mantiene abierta. Ven a mí que la mantengo abierta para ti, pues mientras yo viva no podrá cerrarse, y yo viviré eternamente. Dios es mi vida y la tuya, y Él no le niega nada a Su Hijo.

En el altar de Dios Cristo espera Su propia reinstauración en ti. Dios sabe que Su Hijo es tan irreprochable como Él Mismo, y la forma de llegar a Él es apreciando a Su Hijo. Cristo espera a que lo aceptes como lo que tú eres, y a que aceptes Su Plenitud como la tuya propia. Pues Cristo es el Hijo de Dios, que vive en Su Creador y refulge con Su gloria. Cristo es la extensión del Amor y de la belleza de Dios, tan perfecto como Su Creador y en paz con Él.

Bendito es el Hijo de Dios cuyo resplandor es el de su Padre, y cuya gloria él quiere compartir tal como su Padre la comparte con él. No hay condenación en el Hijo, puesto que no hay conde­nación en el Padre. Dado que el Hijo comparte el perfecto Amor del Padre, no puede sino compartir todo lo que le pertenece a Él, pues de otra manera, no podría conocer ni al Padre ni al Hijo. ¡Que la paz sea contigo que descansas en Dios, y en quien toda la Filiación descansa!

UCDM 1, cap. 11-IV