La hora del renacer

El ego se manifiesta de muchas formas, es siempre la expresión de una misma idea: lo que no es amor es siempre miedo, y nada más que miedo.

No es necesario seguir al miedo por todas las tortuosas rutas subterráneas en las que se oculta en la oscuridad, para luego emerger en formas muy diferentes de lo que es. Pero sí es necesario examinar cada una de ellas mientras aún conserves el prin­cipio que las gobierna a todas. Cuando estés dispuesto a considerarlas, no como manifestaciones independientes, sino como diferentes expresiones de una misma idea, la cual ya no deseas, desaparecerán al unísono. La idea es simplemente ésta: crees que es posible ser anfitrión del ego o rehén de Dios. Éstas son las opciones que crees tener ante ti, y crees asimismo que tu decisión tiene que ser entre una y otra. Noves otras alternativas, pues no puedes aceptar el hecho de que el sacrificio no aporta nada. El sacrificio es un elemento tan esencial en tu sistema de pensamiento, que la idea de salvación sin tener que hacer algún sacrificio no significa nada para ti. Tu confusión entre lo que es el sacrificio y lo que es el amor es tan aguda que te resulta impo­sible concebir el amor sin sacrificio. Y de lo que debes darte cuenta es de lo siguiente: el sacrificio no es amor sino ataque. Sólo con que aceptases esta idea, tu miedo al amor desaparece­ría. Una vez que se ha eliminado la idea del sacrificio ya no podrá seguir habiendo culpabilidad. Pues si hay sacrificio, alguien siempre tiene que pagar para que alguien gane. Y la única cuestión pendiente es a qué precio y a cambio de qué.

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Como anfitrión del ego, crees que puedes descargar toda tu culpabilidad siempre que así lo desees, y de esta manera comprar paz. Y no pareces ser tú el que paga. Y aunque si bien es obvio que el ego exige un pago, nunca parece que es a ti a quien se lo exige. No estás dispuesto a reconocer que el ego, a quien tú invitaste, traiciona únicamente a los que creen ser su anfitrión. El ego nunca te permitirá percibir esto, ya que este reconocimiento lo dejaría sin hogar. Pues cuando este reconocimiento alboree claramente, ninguna apariencia que el ego adopte para ocultarse de tu vista te podrá engañar. Toda apariencia será reconocida tan sólo como una máscara de la única idea que se oculta tras todas ellas: que el amor exige sacrificio, y es, por lo tanto, insepa­rable del ataque y del miedo. Y que la culpabilidad es el costo del amor, el cual tiene que pagarse con miedo.

¡Cuán temible, pues, se ha vuelto Dios para ti! ¡Y cuán grande es el sacrificio que crees que exige Su amor! Pues amar totalmente supondría un sacrificio total. Y de este modo, el ego parece exi­girte menos que Dios, y de entre estos dos males lo consideras el menor: a uno de ellos tal vez se le deba temer un poco, pero al otro, a ése hay que destruirlo. Pues consideras que el amor es destructivo, y lo único que te preguntas es: ¿quién va a ser destruido, tú u otro? Buscas la respuesta a esta pregunta en tus rela­ciones especiales, en las que en parte pareces ser destructor y en parte destruido, aunque incapaz de ser una u otra cosa completamente. Y crees que esto te salva de Dios, Cuyo absoluto Amor te destruiría completamente.

Crees que todo el mundo exige algún sacrificio de ti, pero no te das cuenta de que eres tú el único que exige sacrificios, y única­mente de ti mismo. Exigir sacrificios, no obstante, es algo tan brutal y tan temible que no puedes aceptar dónde se encuentra dicha exigencia. El verdadero costo de no aceptar este hecho ha sido tan grande que, antes quemirarlo de frente, has preferido renunciar a Dios. Pues si Dios te exigiese un sacrificio total, pare­cería menos peligroso proyectarlo a Él al exterior y alejarlo de ti, que ser Su anfitrión. A Él le atribuiste la traición del ego, e invi­taste a éste a ocupar Su lugar para que te protegiese de Él. Y no te das cuenta de que a lo que le abriste las puertas es precisamente lo que te quiere destruir y lo que exige que te sacrifiques totalmente. Ningún sacrificio parcial puede aplacar a este cruel invitado, pues es un invasor que tan sólo aparenta ser bondadoso, pero siempre con vistas a hacer que el sacrificio sea total.

No lograrás ser un rehén parcial del ego, pues él no cumple sus promesas y te desposeerá de todo. Tampoco puedes ser su anfitrión sólo en parte. Tienes que elegir entre la libertad absoluta y la esclavitud absoluta, pues éstas son las únicas alternati­vas que existen. Has intentado transigir miles de veces a fin de evitar reconocer la única alternativa por la que te tienes que deci­dir. Sin embargo, reconocer esta alternativa tal como es, es lo que hace que elegirla sea tan fácil. La salvación es simple, por ser de Dios, y es, por lo tanto, muy fácil de entender. No trates de pro­yectarla y verla como algo que se encuentra en el exterior. En ti se encuentran tanto la pregunta como la respuesta, lo que te exige sacrificio así como la paz de Dios.

UCDM, cap. 15-X