La Luz del mundo

El presente te muestra a tus hermanos bajo una luz que te uni­ría a ellos y te liberaría del pasado. ¿Usarías, entonces, el pasado contra ellos? Pues si lo haces, estarás eligiendo, permanecer en una oscuridad que no existe, y negándote a aceptar, la luz que se te ofrece. Pues la luz de la visión perfecta se otorga libremente del mismo modo en que se recibe libremente, y sólo se puede aceptar sin limitaciones de ninguna clase. En el presente, la única dimensión del tiempo que es inmóvil e inalterable y donde no queda ni rastro de lo que fuiste, contemplas a Cristo e invocas a Sus testigos para que derramen su fulgor sobre ti por haberlos invocado. Esos testigos no negarán la verdad que mora en ti porque la buscaste en ellos y allí la encontraste.

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El ahora es el momento de la salvación, pues en el ahora es cuando te liberas del tiempo. Extiéndele tu mano a todos tus her­manos, e infúndelos con el toque de Cristo. En tu eterna unión con ellos reside tu continuidad, ininterrumpida porque la compartes plenamente. El inocente Hijo de Dios es únicamente luz. En él no hay oscuridad, pues goza de plenitud. Exhorta a todos tus hermanos a que den testimonio de la plenitud del Hijo de Dios, del mismo modo en que yo, te exhorto a que te unas a mí. Cada voz es parte del himno redentor: el himno de alegría y agra­decimiento por la luz al Creador de la luz. La santa luz que irradia desde el Hijo de Dios da testimonio de que la luz que hay en él procede de su Padre.

Irradia tu luz sobre tus hermanos en recuerdo de tu Creador, pues le recordarás a medida que invoques a los testigos de Su creación. Los que cures darán testimonio de tu curación, pues en su plenitud verás la tuya propia. Y a medida que tus himnos de alabanza y de alegría se eleven hasta tu Creador. Él te dará las gracias mediante Su inequívoca respuesta a tu llamada, pues es imposible que Su Hijo le llame y no reciba respuesta. La llamada que te hace a ti es la misma que tú le haces a Él. Y lo que te contesta en Él es Su paz.

Criatura de la luz, no sabes que la luz está en ti. Sin embargo, la encontrarás a través de sus testigos, pues al haberles dado luz, ellos te la devolverán. Cada hermano que contemples en la luz hará que seas más consciente de tu propia luz. El amor siempre conduce al amor. Los enfermos, que imploran amor, se sienten agradecidos por él, y en su alegría resplandecen con santo agrade­cimiento. Y eso es lo que te ofrecen a ti que les brindaste dicha. Son tus guías a la dicha, pues habiéndola recibido de ti desean conservarla. Los has establecido como guías a la paz, pues has hecho que ésta se manifieste en ellos. Y al verla, su belleza te llama a retornar a tu hogar.

Hay una luz que este mundo no puede dar. Más tú puedes darla, tal como se te dio a ti. Y conforme la des, su resplandor te incitará a abandonar el mundo y a seguirla. Pues esta luz te atraerá como nada en este mundo puede hacerlo. Y tú desecha­rás este mundo y encontrarás otro. Ese otro mundo resplandece con el amor que tú le has dado. En él todo te recordará a tu Padre y a Su santo Hijo. La luz es ilimitada y se extiende por todo ese mundo con serena dicha. Todos aquellos que trajiste contigo resplandecerán sobre ti, y tú resplandecerás sobre ellos con gratitud porque te trajeron hasta aquí. Tu luz se unirá a la suya dando lugar a un poder tan irresistible que liberará de las tinieblas a los demás según tu mirada se pose sobre ellos.

Despertar en Cristo es obedecer las leyes del amor libremente como resultado del sereno reconocimiento de la verdad que éstas encierran. Tienes que estar dispuesto a dejarte atraer por la luz, y la manera en que uno demuestra que está dispuesto es dando. Aquellos que aceptan tu amor están dispuestos a convertirse en los testigos del amor que tú les diste, son ellos quienes te lo ofrecerán a ti. Cuando duermes estás solo, y tu conciencia se limita a ti. Por eso es por lo que tienes pesadillas. Tus sueños son sueños de soledad porque tienes los ojos cerrados. No ves a tus hermanos, y en la oscuridad no puedes ver la luz que les diste.

Sin embargo, las leyes del amor no se suspenden porque tú estés dormido. Las has obedecido en todas tus pesadillas, y no has dejado de dar, pues no  estabas solo. Aun en tus sueños Cristo te ha protegido, asegurándose de que el mundo real se encuentre ahí para ti cuando despiertes. Él ha dado por ti en tu nombre, y te ha dado los regalos que dio. El Hijo de Dios sigue siendo tan amoroso como su Padre. Al tener una relación de continuidad con su Padre, no tiene un pasado separado de Él. Por eso es por lo que jamás ha cesado de ser el testigo de su Padre, ni el suyo propio. Aunque dormía, la visión de Cristo nunca lo abandonó. Y esa es la razón de que pueda convocar a los testigos que le muestran que él nunca estuvo, dormido.

UCDM1, cap. 13-VI