La quietud del momento presente

Para mantenernos en la coherencia, debemos vigilar la tensión en la que desarrollamos nuestra actividad; y, en cuanto nos demos cuenta de que supera los límites y empieza a convertirse en estrés, debemos decidir consciente y voluntariamente detenernos. No siempre es fácil. Llevados por el ritmo desenfrenado de la vida contemporánea, tenemos que hacer un esfuerzo consciente, sensato, para desembarazarnos de ese impulso del ego que quiere ir cada vez más lejos, más deprisa, hacer más cosas para colmar sus deseos. Lo que necesitamos, en realidad, es lograr detener la máquina de los deseos. Es el momento de ir a dar un paseo por la Naturaleza, de recibir un buen masaje, de visitar una galería de arte, de contemplar el fuego de la chimenea, de leerle un cuento a nuestro hijo pequeño… Es el momento de poner los medios para salir de la agitación frenética del mundo, el momento de frenar, de detenerse. Así reforzamos nuestro dominio emocional y mental, y el Maestro interior nos obsequiará con regalos mucho más hermosos que los que pueda darnos nuestra agitación incesante. Darse una vueltecita por la quietud del momento presente (el mundo vertical) hace mucho bien…

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Observemos que nuestros antepasados no sentían con tanta intensidad la necesidad de sosegarse. Si tenemos la impresión de que ahora todo va más deprisa es por dos razones. Por un lado, porque la frecuencia vibratoria del planeta se está elevando, como vimos en el capítulo 15; y por otro, porque, dado que la humanidad se encuentra en un proceso acelerado de elevación del nivel de conciencia, se están derramando sobre ella potentes energías espirituales de frecuencias vibratorias elevadas. Influenciada por ellas, nuestra propia frecuencia vibratoria tiende a elevarse, pero la máquina humana no está preparada del todo. La energía que se vierte sobre nosotros a raudales no sólo le llega al alma sino también al ego, que trata de apoderarse de ella para seguir alimentando su fuego. Y ahí es donde resulta lamentable. Eso explica la forma desaforada en que se juega el juego de la vida en el mundo actual en todos sus aspectos (tanto en los asuntos internacionales –políticos, sociales, económicos, etc.– como en los individuales, la desmesura está presente de mil formas, desde la violencia en los combates guerreros hasta los delirios mediáticos y cinematográficos, pasando por la horrible pobreza en la que viven millones de personas frente a las inmensas fortunas de un puñado de individuos. Todo es desaforado, desmesurado –algunos dirían que es “de locura”–, pues todo está inmerso en el mar de energías nuevas que activan las cosas más hermosas, y también las menos bellas…

Citaré un pequeño ejemplo, entre otros muchos que podríamos dar, para ilustrar el hecho de que esa influencia penetra en todas partes y hasta en las menores actividades humanas. Se ha observado que, desde hace algunos años, las orquestas de música clásica tienden a tomar tempos cada vez más rápidos. Inconscientemente, responden a esa aceleración. Pero es una dura prueba para los virtuosos, porque su arte se reduce al dominio de la técnica; en realidad el espíritu del arte se ha perdido. Es lo propio del mundo materialista: extraordinarios progresos técnicos sin corazón. Calma, músicos, mantened el tempo justo, el que os permita sentir la música. Y no os inquietéis; si vuestra música nos llega al corazón no nos dormiremos…)

Adaptarse a esa aceleración no es tan sencillo como tomarse algún que otro rato de sosiego. Esos momentos son absolutamente necesarios, desde luego. Tenemos que frenar. Pero si es para emprender luego la marcha de modo tan inconsciente como antes, seguiremos teniendo las mismas dificultades. Lo deseable, pues, es que los ratos de quietud sirvan para volver a las fuentes, para reflexionar y profundizar, porque en realidad no podemos escapar a la aceleración del planeta. Lo que sí podemos hacer es aprender a recibirla, gestionarla y utilizarla de manera inteligente no para satisfacer los deseos inacabables del ego, con su caos mental-emocional, sino para hacer que crezca nuestra creatividad, nuestra alegría de vivir y todas las demás cualidades del Corazón.

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 18-II