Las cuatro etapas para liberarse de la culpabilidad

1. Reconocer que la persona a quien pensamos haber hecho «daño», se ha atraído a esta circunstancia, que este amigo, en nuestro ejemplo, ha atraído esta traición en su vida por ra­zones que le incumben. Si ninguna de las partes de su ser hu­biera aceptado ser traicionada, no me hubiera atraído a su universo, y por una razón u otra yo no hubiera podido perpetrar mi traición. Su sistema energético no hubiera podido estar en contacto con el mío, y mi acción no hubiera sido posible. Hubiera habido obstáculos o condiciones exteriores —que en sí mismas no tienen ningún sentido— que hubieran servido para impedir que de una forma u otra mi traición se produjese. Mi amigo es pues totalmente responsa­ble y creador de lo que le ha sucedido, y no víctima de mí mismo. Recordemos lo que hemos visto en el párrafo ante­rior sobre los demás y que es válido también para nosotros mismos:

En este universo no hay víctimas, solamente hay seres creadores.

Así como en el párrafo anterior nos hemos dado cuenta que nunca nadie nos ha hecho nada sin que lo hayamos atraído, así podemos decir ahora que nunca hemos hecho nada a na­die sin que ella nos haya dado permiso, inconsciente la mayor parte de las veces, para que esto se produzca, o nos haya atraído a su universo para que esto se produzca.

Las cuatro etapas para liberarse de la culpabilidad

2. Reconocer los límites de nuestra conciencia y perdonar­nos. Reconocer que la acción que hemos realizado, ha sido con lo mejor de nuestros recursos. No podíamos hacer otra cosa con lo que teníamos a mano en ese momento. Hemos obrado con nuestra conciencia del momento, nuestros trau­matismos inconscientes, nuestros miedos, nuestros sufri­mientos, nuestros límites. Reconocemos y aceptamos nues­tros límites y, al mismo tiempo, nos reconocemos como seres en evolución que estamos sobre este planeta para aprender; y aprendemos con nuestros errores. Si no nos per­mitimos ningún error, nunca podemos aprender. Si nuestra personalidad fuera perfecta, no tendríamos nada que hacer en este ciclo de evolución sobre este planeta, probablemente estaríamos en otra parte. Al reconocer esto, nos perdonamos.

Recordemos lo que hemos visto en el párrafo precedente en relación a los otros y que se aplica una vez más de la misma manera a nosotros mismos:

No hay verdugos ni culpables en este universo. No hay más que seres momentáneamente separados de sus Ellos, ignorantes de las leyes universales.

3. Reconocemos, tanto como nos sea posible, con todos los recursos de que disponemos en el momento. Tenemos la va­lentía de obrar en función de nuestra nueva verdad, de nues­tra nueva conciencia. La culpabilidad paraliza e impide ac­tuar. El principio de responsabilidad permite reparar. Si es demasiado tarde, si la acción está muy lejana en el pasado o si no podemos hacer nada para reparar, pasamos directamente a la etapa que sigue:

4. No lo haremos más, y elegimos vivir y obrar en armonía con nuestra nueva conciencia; en el ejemplo dado, obrare­mos con integridad en toda circunstancia. Efectuamos así un aprendizaje real. Estamos más dispuestos a obrar en función de la voluntad de nuestro Ello y menos en función de nuestros miedos, de nuestros bloqueos o de nuestras debilidades. He­mos aprendido la lección y adquirido un poco más de control de nuestra personalidad en beneficio de la voluntad de nues­tro Ello. La meta está alcanzada.

Si sólo consideramos los dos primeros puntos, podemos de­cir: es fácil, nos lo perdonamos todo, puesto que son los otros los que se han atraído lo que les hemos hecho, y pode­mos continuar con la conciencia tranquila. No es así como sucede. Porque si, a partir de esta experiencia, después de ha­bernos perdonado, no elegimos modificar nuestra manera de pensar y de obrar, la ley de la reciprocidad se pondrá en mar­cha y deberemos vivir experiencias no siempre agradables a fin de que este aprendizaje sea hecho. Esta ley de la recipro­cidad tendrá como finalidad, con las experiencias que noso­tros atraeremos ahora en su momento a nuestra existencia, permitirnos hacer tomas de conciencia que nos conducirán a modificar nuestra manera de pensar y de obrar. No podemos pues librarnos por las buenas. La ley es la ley, y de una forma o de otra, hay que aprender a respetarla.

La ventaja del principio de responsabilidad, es que no tenemos necesidad de la ley de la reciprocidad para aprender, ley que puede ser muy dura a veces. Podemos elegir consciente y voluntariamente modificar ahora nuestra forma de pensar y de obrar en el mundo. Esto permite mejorarnos mediante una forma libre y autónoma.

No tenemos necesidad de sentirnos culpables para rectificar nuestro comportamiento. Basta con estar conscientes. Es más eficaz y hace menos daño.

¿Para qué sirve la culpabilidad? Para nada, sólo para hacernos desgraciados y paralizarnos en nuestras acciones. Por supuesto que hemos cometido errores, y obrado contra la voluntad de nuestro Ello, y todavía tenemos mucho que aprender. Pero no somos culpables de nada. Somos seres en evolución y en apren­dizaje. Somos nosotros quienes debemos deshacernos de esta forma-pensamiento de culpabilidad y dejarla fuera de nuestro sistema energético con la ayuda de formas-pensamientos que acabamos de presentar y que son infinitamente más sanas.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. 10